Casi 300 estudiantes recorren las zonas industriales desde la Curva de Maroñas hasta Villa García, pasando por el Hipódromo, Bella Italia y Punta de Rieles. Caminan por su barrio, entran en fantasmas de hormigón donde funcionaron fábricas textiles, se asoman a curtiembres con portones oxidados que les advierten: “Prohibido pasar”, leen diarios amarillentos, se preguntan cómo era ese lugar 40 años atrás y descubren que su vecino era un líder sindical que resistió durante 15 días en la huelga general levantada contra la dictadura cívico-militar, en 1973. El vecino, a su vez, descubre en el botija de gorrito a un joven que viene a rescatarlo de su vida monótona y le devuelve el orgullo de haber sido.

Escenas así se vivieron hace dos años en la periferia de la capital. La sistematización y recuperación de este trabajo fueron compiladas en un libro por las profesoras de Historia Verónica García y Gabriela Rak y por el docente del Programa Integral Metropolitano (PIM) de la Universidad de la República (Udelar) Marcelo Pérez. La publicación, titulada Memoria que es vida abierta: diálogo de saberes a 40 años de la Huelga General, se presenta hoy a las 19.00 en el Paraninfo de la Udelar y es el cierre del proyecto interdisciplinario que desarrolló durante 2013 un equipo de estudiantes y docentes del liceo Nº 58 Mario Benedetti, junto con las facultades de Humanidades y Ciencias de la Educación, de Información y Comunicación y el Instituto Escuela Nacional de Bellas Artes de la Udelar, organizaciones sociales y otras instituciones, además de vecinos y militantes protagonistas de aquella huelga histórica.

“El trabajo que hicieron los estudiantes, recuperando la historia de su propio barrio a partir de los testimonios que recogieron de los protagonistas de la huelga general de 1973 los convirtió en hacedores de conocimiento y en ‘cómplices’ en la reconstrucción de la historia, ya que todo relato histórico que use la herramienta de la oralidad convierte al entrevistador en protagonista indiscutido del documento histórico”, señalan García, Rak y su colega Carola Godoy en el libro.

“Sinceramente, con este proyecto descubrí cosas de mi barrio que parecían invisibles, que luego de saberlas me preguntaba: ¿por qué no contarlas? Pues luego de la investigación, supe que mi barrio había sido parte importante de la huelga general. El proyecto incluía una recorrida por las fábricas de la zona. Muchas, hoy en día, se encuentran en ruinas, pero para nosotros cada viga o cada muro caído ya no significaba eso, sino que significaba lucha, historia, derrotas y victorias”, reflexiona Santiago, uno de los adolescentes de cuarto año de liceo que, junto con otros compañeros de sexto, conformaron 70 equipos de cuatro estudiantes para participar en el proyecto coordinado por las tres profesoras de Historia. García, Rak y Godoy planifican cada año actividades en conjunto y se esfuerzan para que la parte más reciente de la historia nacional sea tratada, sí o sí, en el ciclo lectivo.

“Había surgido desde nosotros conmemorar -y estudiar- los 40 años de la huelga general, porque es un tema que a veces se deja de lado al momento de dar clases sobre la dictadura”, cuenta García a la diaria. Teniendo en cuenta que trabajaban en un liceo que está rodeado de barrios obreros, se propusieron abordar con los jóvenes “qué significaba para el barrio ver los esqueletos de las fábricas abandonadas” y “replantearnos como lugar de resistencia a la dictadura”.

A partir del trabajo en talleres como el de historia oral -en el que aprendieron cómo armar el cuestionario, cómo preguntar y recoger un testimonio-, empezaron a preguntar a sus abuelos si habían participado en la huelga. “Empezaron a encontrar otra historia de su barrio, que no es la que viven cotidianamente”, añade la docente. “Es nuestra gran motivación: estudiar la historia desde donde ocurrieron los hechos”, para que esto afecte un aprendizaje “frío” y se transforme en uno “significativo”, como lo llamó el psicólogo ruso Lev Vygotsky, que postuló que primero se genera un aprendizaje social que luego pasa a ser individual.

“Estoy muy contenta por haber sido parte de esto. Hoy en día sé lo importante que fue ese período en la historia de nuestro país, aprendí lo importantes que fueron las fábricas de la zona y, sobre todo, compartí momentos muy lindos con mis compañeros. Es una experiencia que nunca se borrará de mis recuerdos”, dice una de las estudiantes, de apellido Temer.

Otra estudiante, Katty, define la experiencia como una “forma nueva y re linda de aprender historia, en la que lo hacés sin darte cuenta”. Es un concepto distinto de historizar, añade García. Un posicionamiento que entiende que dicha disciplina “está hecha de pequeños relatos que conforman la historia. No sólo los grandes personajes, los grandes números, sino estos protagonistas anónimos, como los obreros que sostuvieron la huelga. El abordaje de la historia reciente nos permite entretejer historias y construir vínculos intergeneracionales”, destaca.

El “inconveniente” que podía suponer la distancia generacional con los entrevistados y los prejuicios que éstos podían tener respecto de los adolescentes entrevistadores “pasó a ser un desafío”, dice García. Había que lograr la construcción de lazos intergeneracionales y una “transmisión transgeneracional”. Como apunta Clara Valverde, enfermera y escritora sobre psicología política citada en la publicación: “Si en una sociedad no se elaboran los traumas causados por la violencia política de forma consciente y abierta, ya sea por razones externas (represión o estar luchando contra la represión) o internas (negación y desbordamiento psíquico), sus efectos nocivos interfieren en el funcionamiento social y político de futuras generaciones”.

“La meta era aprender historia jugando a ser historiadores de un lugar en el que convivimos y estamos siempre en la vuelta, nuestro barrio”, sintetiza Martín Fagúndez en su testimonio recogido para el libro. “Uno a veces prejuzga a la gente mayor, ya que ellos lo hacen con nosotros, la mirada que muchos de ellos tienen de nosotros, lo cual nos disgusta, pero gracias a aprender todo esto, conocer qué fue lo que vivió esta gente, cómo sufrió, me ayuda a entenderlos y hasta a sentir orgullo de ellos, por todo lo que hicieron por ellos y por nosotros”, relata Nicolás Bas.

Sofía Rivero cuenta que “el proyecto ‘Memoria que es vida abierta’ marcó algo muy importante en mi proceso para cuarto año, no sólo en el sentido de aprender, porque es una materia más, sino que me ayudó a hacer la realidad de este país más tangible y poder... no sé si entender, pero tratar de explicarme a mí misma qué cosas pasaron hace 40 años en este mismo país en el que vivo hoy, y comprender por fin la historia que oía de tantas personas que vivieron ese proceso”.

Los estudiantes fueron y se sintieron parte de esta reconstrucción histórica, como lo recuerda Malvina: “Me pareció una experiencia enriquecedora brindarle el recorrido en la muestra del Día del Patrimonio a Aurelio [González], que fue un fotógrafo en la dictadura, quien nos ofreció las imágenes de archivo de la muestra. El hecho de explicarle lo que sucedía en las imágenes que él había tomado fue extraño, pero fue agradable haber intercambiado críticas constructivas y haber escuchado la historia de cada una de las imágenes y otros objetos, como los famosos ‘miguelitos’, entre otros”.

En el proyecto, el PIM aportó recursos, contactos con militantes y organizaciones sociales, y colaboró en la coordinación y organización de actividades, bajo el lema “Investigar, hacer y aprender, en el marco de una nueva apuesta a la educación pública que conecta dos subsistemas (secundaria y Udelar) con el territorio”, explica Pérez. “Ponemos a disposición nuestro acumulado territorial para incorporar actores que no sean sólo docentes y estudiantes y crear algo complementario, en términos de formación docente”, agrega.

Este “tema es removedor”, al decir de la profesora García -que trabaja desde 2007 en el liceo Mario Benedetti y tiene un doctorado en Historia Contemporánea por la Universidad de Barcelona- porque se trabaja en un “contexto complejo” por las vulneraciones, las estigmatizaciones que sufren los barrios que abarcó el proyecto, y el hecho de que “muchos estudiantes tenían familiares que trabajaban como militares en [la cárcel de] Punta de Rieles durante la dictadura”, sumado a que “muchos de los protagonistas están vivos”; esto permitió que las diversas perspectivas “nutrieran el objeto de investigación” y permitieran discutir y elaborar argumentos en torno al discurso “político-democrático”.

El cambio respecto de la función de la extensión universitaria en el nuevo rectorado pone en duda, según los docentes, la continuidad de este tipo de proyectos. “Queremos hacer un trabajo similar sobre los 30 años que se cumplen de la apertura democrática, pero las condiciones objetivas son limitadas”, sostiene García, quien remarcó que debe explicitarse la cantidad de horas extras que suponen la interdisciplina y la interinstitucionalidad, así como la necesidad de que la formación docente contemple estos aprendizajes. “Las autoridades de la enseñanza nos imponen trabajar de manera coordinada, pero no tenemos ni los espacios, ni las horas, ni los elementos necesarios para hacerlo realidad. Se hace difícil sostenerlo en lo cotidiano. Para que proyectos como éste no sean una excepción tiene que haber otro concepto de lo que es la educación, y debemos contar con otros apoyos”, remata la docente.

Susana Pintos, Ramón Peré y León Duarte fueron tres de las figuras emblemáticas que los estudiantes descubrieron tras gastar la suela de los championes entre curtiembres abiertas, en las que los actuales trabajadores les mostraron en qué derivó el proceso de industrialización neoliberal, trabajo registrado en imágenes gracias al taller de fotografía que brindaron estudiantes de Comunicación y Artes Visuales. Como buenos aprendices de historiadores, equipos como “Los Líber Arce” trabajaron en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional, donde, a partir de las tapas de los diarios, pudieron “deducir la ideología o política de origen del diario, según cómo se expresara el periodista y cómo se presentara la noticia. Eso refleja la falta de neutralidad de los medios de comunicación ante hechos de relevante importancia”, reflexionaron Eugenia, Mathias, Micaela y Noelia.

El pulso de vida de varios huelguistas entrevistados era la lucha por los derechos laborales. “Fue una época muy fermental, muy linda”, dicen. El trabajo de los liceales permite percibir cuánto de ese germen brota en las nuevas generaciones.