La tarde cobriza caía detrás del Batallón Nº 13 de Infantería. Detrás de la valla, el portón negro del Servicio de Materiales y Armamento del Ejército (SMA) se abría y una decena de personas frotaban sus manos para vencer los 11 gélidos grados centígrados de la temperatura ambiente. Habían estado cuatro horas recorriendo el “Infierno Grande” y el galpón donde funcionó el centro clandestino de detención conocido como “300 Carlos”.

Siete de las 40 víctimas representadas por el abogado Pablo Chargoñia, que llevan adelante una denuncia contra 25 militares -entre quienes está Jorge Silveira- por “tortura, privación de libertad, violación, lesiones personales, amenazas, atentado a la libertad personal por funcionario público de una cárcel y abuso de autoridad contra los detenidos”, cometidos entre 1972 y 1985 en el Batallón de Infantería Blindada N° 13, pudieron efectuar ayer una inspección ocular en ese predio militar, autorizados por el juez penal de 2º Turno de Montevideo, Pedro Salazar.

Chargoñia indicó que si bien “muchos lugares están modificados, lo sustancial [para la denuncia presentada el 27 de octubre de 2011] se pudo verificar”. Consideró que las “alteraciones en lugares de represión” son “perturbadoras” y exhortó a que el Ministerio de Defensa Nacional (MDN) “resguarde” estos sitios y que la Justicia emita medidas cautelares en este sentido. No obstante, el abogado subrayó que “gracias a un “maravilloso ejercicio de memoria [...] se pudo identificar el lugar donde [los denunciantes] estuvieron secuestrados”.

El juez Salazar dijo que la inspección ocular “no se puede valorar” todavía, y consideró que las modificaciones edilicias identificadas son “las normales”. Consultado por la diaria sobre por qué entraron sólo siete denunciantes, el magistrado señaló que se tomó esta decisión “por las características del lugar”. “Hubo que poner un límite razonable”, dijo. En la actuación judicial participaron también la secretaria de Derechos Humanos para el Pasado Reciente, Isabel Wschebor, la fiscal María de los Ángeles Camiño, técnicos de la Policía Científica y la abogada Rossana Gavazzo, hija de José Nino Gavazzo.

A pesar del dolor

“A mí me agarraron en el cine Central de Colón. Detuvieron la función y me llevaron junto a mi esposo. Tenía 23 años y cuatro meses y medio de embarazo. Militaba en el MLN [Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros]”, contó al salir María del Carmen Maruri. Venía de reconocer los pisos de los espacios donde fue torturada. Una experiencia “muy removedora”, dijo. Pasaron 42 años y llegó este nuevo impacto emocional. “Los miedos se te suman: los golpes, parir sola [en el Hospital Militar], no ver a mi hijo hasta 24 horas después”, recuerda de esos años. “Acá hubo tacho, plantones... Todos fuimos reconociendo lugares por los que pasamos”, dijo. Sobre qué representa esta inspección ocular, respondió: “Aunque una ya no está encuadrada en una organización determinada, entiende que tiene que luchar por determinadas cosas, como la verdad y la justicia”.

El recorrido comenzó a las 14.00 por el frente del Batallón, luego se extendió por las barracas, y continuó, unas cinco o seis cuadras al fondo del lugar, hacia el 300 Carlos. Secuestrados el 26 de julio de 1976, Emilia Ruzo y su esposo Néstor Rodríguez permanecieron cautivos en el centro clandestino, entre otros miles, hasta octubre de ese mismo año. Ambos militaban en el Partido por la Victoria del Pueblo. Él no pudo ingresar a la inspección por el límite en la lista impuesto por el juez, y la esperó incólume hasta las 18.00. Ella salió y contó que reconoció el techo abovedado del galpón, el entrepiso donde los torturaban luego de ser llamados por el número que les asignaban al entrar, hacia donde subían por una escalera a los empujones, encapuchados o vendados, y también la única modificación que identificó: una pared que divide al medio ese espacio grande, “donde las voces retumbaban muchísimo”. “Cuando subían la radio Montecarlo significaba que iban a torturar, y cortaban la transmisión cuando empezaba el informativo, para que no supiéramos qué pasaba afuera”, recordó otro de los sobrevivientes del 300 Carlos, que prefirió no identificarse. A su lado, otro compañero afirmó que “la oficina donde te torturaban está intacta”, que a él lo torturaron frente a su mujer y que en la Nochebuena de 1976 “los milicos nos cantaban ‘¡feliz Navidad!’ mientras nos daban”. Los amenazaron con que aparecerían flotando en el Río de la Plata. Cuatro décadas después, se miran cómplices y suspiran: “Parece mentira que ahora uno esté caminando sobre sus propios pasos”.