Si Muñeca fuera un disco, sería uno de canciones acompañadas solamente con una guitarra acústica. Melodías sencillas y una voz que parece susurrarnos con ternura detalles de la vida cotidiana. El tono en el que están escritos estos versos hace acordar a las composiciones de Kimya Dawson. Y si bien Marcela Matta no descubre la pólvora al escribir en tal registro, demuestra tener una sólida factura a la hora de hacerlo. La frescura de su voz poética es una de sus cartas fuertes, y quizá la principal razón para leerla.
Tal como el título del libro podría sugerir, se trata de una poesía pequeña, no en su calidad ni en trascendencia, sino en tanto construye en sus páginas un microcosmos íntimo. Se tiene la sensación de estar dentro de él. De estar oyendo por momentos el pillow talk (término inglés para referirse a las conversaciones que una pareja tiene en la intimidad de su cama). Tal pequeñez parece incluso trasladarse al yo lírico, al que se imagina como una mujer de baja estatura que no abandona ciertos detalles infantiles a la hora de vestirse y arreglarse (cabe aclarar que el término “yo lírico” es estrictamente literario y no implica ninguna relación con la autora).
Uno de los puntos fuertes de Matta es el de obtener tal naturalidad en el lenguaje, que permite por momentos olvidar que se está leyendo poesía, sobre todo cuando se la compara con otros autores que parecen estar constantemente recordándonos lo poéticos que son. “Y aún con la certeza del reencuentro / hago el duelo en la ducha / del agua que me aleja de vos / hasta mañana”.
Si bien la intimidad y el deseo son parte de los temas fundamentales del poemario, no se puede decir que sus versos tengan contenido erótico. Parece primar en todo momento la necesidad introspectiva, en lugar de la voluntad de despertar ansias sensuales en su interlocutor o lector. “¿Qué se encendió en tus manos / que fuiste, decidido y urgente, a apagarlo en mi espalda? / Inapropiado gesto / que la osadía vistió de inofensivo”.
El poemario carece de secciones propiamente dichas, pero en el propio hilo argumental se identifican tres fases. La primera de ellas es la del enamoramiento, en la que se celebra la unión y la fascinación con el otro. “Qué alivio comprobar / que he encontrado en tu piel / mi mejor vestido”.
Esta primera etapa da paso a la segunda, de distanciamiento; las causas de éste no se explicitan, pero la rutina y la imposibilidad de encontrar momentos para ellos mismos posiblemente sean la razón principal. Evidentemente, es en esta fase que se encuentra una poesía con un tono más triste y con sentido de pérdida. Al contrario de lo que ocurre con el tópico literario más conocido, en el que el amor no es correspondido o existe una distancia física que conspira contra él, se encuentra en estos versos la ironía de sentirse alejado de una persona que se tiene tan cerca. “Encontré a tus ojos dormidos / a tu pelo revuelto / a tu blancura envuelta / […] / faltaba tu ternura / tu sonrisa de mí / seguías sin estar”.
La última etapa es la del amor recuperado. No queda del todo claro si se trata de la misma pareja que ha logrado atravesar el temporal o si estamos ante una nueva relación. Esto tampoco parece importar demasiado dentro de la lógica introspectiva del poemario: el vínculo con el otro es un disparador, pero lo fundamental son las repercusiones internas, la vida emocional.
Sin embargo, no se trata de un libro cíclico cuyo final es un regreso al estadio inicial. El tono de los últimos poemas es más bien ambiguo: el presente se ve favorable, pero el pasado aún duele y, por esa razón, el futuro no resulta del todo cierto. “Quiero, morir / de nuevo / este cuerpo capricho / desarmarlo, / y armarlo con el tuyo / y jugar, / a ser tu mujer / y que seas mi hombre”.
Al tratarse de un poemario de sencilla factura y con el que al lector le resulta fácil sentirse identificado, es una interesante puerta de entrada para quienes quieren comenzar a explorar el género lírico. Casi nada, en tiempos en los que la poesía pareciera ser tóxica.