En el café contiguo a la sala donde se desarrolla el juicio, Zelmar Michelini intenta aflojar la tensión después de un testimonio de más de tres horas. “Hoy, para mí, fue particularmente emocionante, porque en la vida de mi padre, Roma significó algo muy importante. El éxito que le dio el testimonio en el Tribunal Russell III en abril de 1974 fue fundamental, y al mismo tiempo representó el inicio del fin. Mi convicción es que en ese momento los militares empezaron a planificar su asesinato”, aseguró a la diaria.

-¿Qué significa, en términos personales, poder contar esa historia delante de una corte?

-Es una situación particular. Estoy contando a la Justicia, después de 40 años, lo que viví como adolescente. Yo, que ahora tengo casi 60. ¡Me siento como un huérfano sesentón! Una condición muy especial, porque de hecho muy pocas veces pude contar delante de la Justicia lo que pasó.

-¿Sentís una carga especial por ser la persona que vivió con él durante los últimos años de su vida?

-Había mucha gente de mi familia que venía de visita y teníamos parientes en Buenos Aires. De hecho, cuando lo secuestraron estaba con nosotros mi hermano mayor, Luis Pedro. Pero claramente yo viví lo cotidiano, y vi cómo día a día, paso a paso, la angustia subía. A fines de 1975 y al comienzo de 1976 mi padre estaba sin pasaporte, sin posibilidad de salir y con Elisa torturada. Muchos me preguntan por qué él no se fue de Argentina, con el peligro que había. Quizá nunca sepamos cuál fue la razón precisa. Hay muchos elementos, pero hay uno que, a medida que pasa el tiempo, cobra más fuerza. Un dilema moral que se refiere a la situación de mi hermana Elisa. Mi padre no se calló y la condenó a la tortura. Yo creo que hasta último momento él pensó: “Cómo puedo huir y no enfrentar los riesgos, cuando ella tiene que enfrentar todo eso a causa mía”. Yo pienso, también, que lo que papá más temía era ser detenido, trasladado a Uruguay y sometido a tortura y a una muerte lenta en la cárcel. Papá le tenía un terror tremendo a la tortura. Me decía que al haber denunciado tanto la tortura, seguramente si lo agarraban iban a destrozarlo. De todos modos, él sufrió tortura y muerte. Cuando fui a reconocer el cadáver con mi familia vimos cómo estaba destrozado por todos lados.

-En Uruguay continúan las contradicciones internas en la izquierda por el tema de las violaciones a los derechos humanos en la última dictadura.

-Más allá de los avances y de los retrocesos, no hay que perder el norte, y tenemos que seguir trabajando y luchando por lo que queremos. Cuando mis compañeros se indignan y se ponen nerviosos o angustiados por el hecho de que ministros frenteamplistas digan lo que digan, yo respondo diciendo que es necesario mirar 40 años atrás y ver qué ha sucedido. Hoy en día tenemos condenas, causas abiertas, investigaciones, documentos hallados, cuerpos de desaparecidos encontrados. Se han logrado cosas, sobre todo gracias a la movilización de la sociedad y sobre todo después de 1996, con la primera Marcha del Silencio. Lo que hemos logrado no fue alcanzado de la mejor manera, porque lo ideal hubiera sido que el gobierno frenteamplista, fiel a su tradición, dijera que, según los principios de los derechos humanos, no puede haber leyes de impunidad y los crímenes de lesa humanidad deben ser juzgados. Eso no pasa porque dentro del Frente Amplio hay mucha división sobre ese tema. De hecho, el MPP hace a regañadientes todo lo vinculado a derechos humanos. Lo hacen obligados. [José] Mujica, al final de su mandato, tomó una serie de medidas, pero no porque las consideraba necesarias, sino porque estaba la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que lo obligaba a dejar sin efecto la Ley de Caducidad, aplicar políticas reparatorias, etcétera. Durante un tiempo el argumento del MPP fue que hablar de derechos humanos no los hubiera llevado al poder, porque siempre iba a surgir el pasado. Pero cuando llegaron al poder tampoco hablaron de derechos humanos. Hay otros sectores, que no son el MPP, que consideran que los dos plebiscitos que se perdieron no nos autorizan a introducir cambios en las leyes. Hay otros que dicen que tenemos 15 militares presos y que hay que pasar a otra cosa. Yo entiendo que se pueda pensar eso; no estoy de acuerdo, pero es una opinión. Pero eso es diferente, muy diferente, de lo que hacen Mujica y [Eleuterio] Fernández Huidobro cuando empiezan a defender a los militares e insultar a los defensores de los derechos humanos. Porque las declaraciones que ha hecho Huidobro son inauditas. Él puede opinar lo que quiera, pero no tiene derecho a insultar a quien pide verdad, justicia, memoria. Y sobre todo no puede insultar a las organizaciones de derechos humanos, y en particular a Serpaj [Servicio de Paz y Justicia], que fueron las que en Uruguay se movilizaron toda la vida para la salud y la vida de los detenidos políticos del MLN. Acá nos encontramos frente a una cosa que política y jurídicamente no tiene sentido; entramos en una dimensión moral. Huidobro hace un tiempo llamó “enfermitos” a los que denuncian los crímenes de las Fuerzas Armadas; las mismas Fuerzas Armadas que llamaban “malnacidos” a los que estaban en la oposición. Huidobro ya franqueó la cuarta o quinta línea roja que tenía. Entiendo perfectamente a los que piden que renuncie. En un gobierno de izquierda tengo a un ministro de Defensa que defiende a los torturadores, a los secuestradores, a los que robaron niños, que hicieron desaparecer personas, e insulta a los que piden justicia. Eso mancha el gobierno. Además, eso está dañando mucho la imagen del país.

-¿Qué te parece el monumento que se quiere hacer con armas incautadas al MLN-Tupamaros y armamento en desuso del Ejército?

-En primer lugar, es un decreto de contrabando que le hicieron a Tabaré Vázquez. Piensan que ellos y los militares son una cosa aparte del país y tienen que arreglársela entre ellos. Eso es un disparate. Lo que necesitamos es un monumento a los caídos, a las víctimas de la dictadura. Desde un punto de vista estrictamente legal, los tupamaros y los militares, ambos, violaron la ley; no quiero equipararlos porque no es lo mismo cuando un ciudadano viola la ley y cuando lo hace el Estado. Pero ahora, que se junten para hacerse un automonumento a su gloria, es incomprensible. Acá no estamos ni en lo político, ni en lo moral, es ya terreno psicológico. Es un delirio, realmente.