En el nivel -125 de la ciudad subterránea se encuentra la zona de parques recreativos. Allí van los niños a jugar al aire libre, es decir, a lo más parecido al aire libre de que se dispone. Un porcentaje importante de los gastos públicos es destinado a mantener esa área en condiciones que emulan las de la antigua vida exterior. Claro, es muy fácil ahora que disponemos de la energía prácticamente ilimitada que nos obsequió la civilización Papá Noel. Fue bautizada así por un periodista; el mote se aceptó rápidamente por no tener idea de cómo se llamaban en realidad, ni de dónde habían salido. Y además, apenas la superficie del planeta se empezó a tornar inhabitable, llegaron en sus naves y depositaron un montón de aparatos en la vía pública de varias ciudades, junto a los manuales (escritos en el idioma propio de cada ciudad) para hacerlos funcionar correctamente y también para poder construir otros nuevos cuando fuera necesario. Después, sin dejarnos ver siquiera qué aspecto tenían, se fueron. No se molestaron en establecer diálogo alguno con autoridades, científicos o público en general.

Se discutió qué hacer en los más altos niveles y se decidió, sensatamente (la sensatez suele aparecer cuando no hay otra salida), empezar por utilizar los generadores que nos habían dejado ya listos, según se explicaba en los manuales. Más tarde pasaríamos a ver cómo se fabricaban y finalmente, si era posible, a entender la física en la que se basaban.

Una vez que se probó que funcionaban, se sugirieron planes para arreglar todos los desastres ecológicos que amenazaban a la humanidad, pero rápidamente se vio que no había tiempo. La vieja idea de migrar a otros planetas también fue descartada, básicamente porque los papanoelenses no nos habían explicado nada acerca de eso. No era agradable depender tanto de unos seres de los que no sabíamos nada, pero, como el tipo del cuarto piso que se incendia les cree a los bomberos que le gritan que se tire, los humanos decidimos hacer lo mismo. O tal vez ni siquiera lo decidimos, simplemente lo hicimos.

La idea de construir ciudades subterráneas tampoco surgió de nosotros, sino que venía incluida en las instrucciones, aunque se postergó su ejecución hasta que todos estuvieron convencidos de que era la única opción viable. Claro, con toda esa energía disponible, tomaría relativamente poco tiempo si se destinaban a ello todos los recursos y el personal. En menos de un año, una gran parte de la humanidad vivía en dichas ciudades (al principio un poco confinada, pero a salvo de los rayos cósmicos que empezaban a hacerse peligrosos), respirando una atmósfera sintética que era refrigerada y estaba en movimiento constante. La cámara en que se libera el aire recién creado es, justamente, la correspondiente a las zonas de recreación. Cada nivel tiene una altura de unos 20 metros, pero en éste son más de 100, para dar una sensación de algo exterior. Además, es el que más se extiende, formando un anillo alrededor de la base de la ciudad. Los edificios de gobierno y las viviendas más caras están en el centro de ese nivel. Sería el equivalente a tener vista al mar o a la montaña.

La población mundial vive en unos pocos millares de ciudades similares que se interconectan por una red de túneles subterráneos y submarinos. Aunque por estos días casi no hay turismo, ya que al ser todo tan parecido, dicha actividad ha perdido parte de su interés.

Han pasado algunos años desde que nos dieron el regalo. La vida se ha estabilizado y la humanidad pasó a tener tiempo para dedicarse a pensar en otras cosas. Por ejemplo, hoy salió, con gran cuidado de no dejar filtrar nada de la venenosa atmósfera hacia el interior, una sonda, una especie de pequeño helicóptero, un dron, que volará por varias horas enviando imágenes de cómo está el mundo que abandonamos. Hay mucha emoción. La gente se agolpa frente a los televisores y las pantallas gigantes colocadas a tal efecto en las zonas recreativas. Empiezan a llegar las primeras imágenes.

Es curioso. Parecen tomas de otro planeta. Ciudades de extraña arquitectura, bien distintas de las que conocemos. La vegetación tampoco es normal; en primer lugar, suponíamos que todo se había extinguido allá arriba, y en segundo, es rara. El color predominante es rojo violáceo, con toques amarillo intenso aquí y allá. Y... ¿a ver? ¿Qué son esos seres? ¿Son... personas? No queda claro, pero sí, algunos viajan en extraños artefactos, otros parecen caminar, o deslizarse... y más allá hay algo de actividad; parecen estar levantando una especie de escenografía. El dron es dirigido hacia allí. Sí, se trata de una escena navideña. Un árbol decorado, unos renos, y un Papá Noel con cierto aire burlón. Y tiene una leyenda que dice: “Jo, jo, jo”.