Nunca terminará de explicarse lo que ocurrió en la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma) durante la última dictadura militar argentina (1976-1983). Estaba a la vista de todos, en la avenida del Libertador, muy cerca del aeroparque metropolitano y la cancha de River Plate, pero su aquelarre fue invisible. Las palabras tampoco alcanzan para relatar completamente lo que sucedía del otro lado de las rejas labradas con dibujos de navíos antiguos. Se calcula que ahí, en el infierno mismo de la Esma, perdieron la vida unas 4.500 personas. Otras, en cambio, sobrevivieron. Pero todas pasaron un largo calvario, que, en algunos casos, contemplaba salidas transitorias junto a sus torturadores. Oficiales y suboficiales salían a cenar en restaurantes céntricos con algunas detenidas, a las que torturaban de día, y vestían y perfumaban de noche. “Ponete linda”, les decían. A veces terminaban en la discoteca porteña Mau-Mau. Pero la llegada, en 1979, de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), en medio de un creciente aislamiento mundial y una andanada de denuncias sobre terrorismo de Estado que se venían acumulado desde el Mundial de Fútbol de 1978, alteró esas rutinas. Fue entonces cuando los militares argentinos diseñaron un plan propagandístico en coordinación con la agencia estadounidense “de relaciones públicas, asuntos públicos y manejo de crisis” (así se define) Burson Marsteller y medios de comunicación aliados al régimen para ganarse a la opinión pública, contrarrestar las denuncias de los familiares y evadir una condena de la comunidad internacional. El libro A Lexicon of Terror (1998), de Marguerite Feitlowitz, cita a Victor Emmanuel, el ejecutivo de Burson que estaba a cargo de vender al mundo la dictadura argentina, en su frase más inolvidable: “La violencia era necesaria para abrir la economía proteccionista, estatista” de Argentina.

Amén de la brutal campaña publicitaria ideada por la inteligencia militar junto a Burson Marsteller para contrarrestar lo que llamaban “la campaña antiargentina de la subversión”, y que llevaba como leit motiv la recordada frase “Los argentinos somos derechos y humanos”, el plan contemplaba algunas operaciones específicas de desinformación. Una de ellas tuvo lugar entre julio y setiembre de 1979, por medio de un acuerdo con los tentáculos mediáticos de la secta Moon, que por ese entonces desembarcaba en el Río de la Plata mediante numerosos contactos con las dictaduras de uno y otro lado del río. La operación incluía la realización de una entrevista periodística fraguada con una de las detenidas en la Esma, Thelma Dorothy de Cabezas. Pero el plan tuvo sus contratiempos. En un principio, los represores pensaron hacer el reportaje en Buenos Aires. De ahí que en el mes de junio Thelma fuera trasladada por sus captores a la ruta Panamericana de la capital argentina. Detrás de un remozado cartel publicitario con alusiones a Uruguay, la intención era tomarle fotografías ambientadas en Montevideo. El objetivo: demostrar que Thelma estaba exiliada en Uruguay a causa de amenazas del grupo Montoneros. Pero, por razones que se desconocen, el plan fracasó. Fue entonces que los represores idearon un plan B, que contemplaba la traída de Thelma a Montevideo, aunque tampoco fue del todo fácil: tres veces la trasladaron, y recién en la tercera oportunidad lograron lo que en el fondo buscaban: tomarle fotografías en el centro de la ciudad.

Un secuestro atípico

Thelma fue secuestrada el 30 de abril de 1979 a las 20.30 horas, a sus 52 años, cuando caminaba del Hospital Español de Buenos Aires, donde estaba internado su esposo, enfermo de un cáncer de pulmón. Caminaba por la vereda hacia la parada del ómnibus cuando, de golpe, un automóvil blanco se detuvo, ensayando una lenta y tramposa marcha atrás. De su interior salió un hombre que le tapó la boca con su mano enguantada. En pocos segundos (eternos en una dimensión más subjetiva), Thelma fue metida en el asiento trasero, esposada y encapuchada. Madre de Gustavo Cabezas, desaparecido el 10 de mayo de 1976 con sólo 17 años, Thelma era una de las fundadoras de la Comisión de Familiares que antecedió la creación de la organización Abuelas y Madres de Plaza de Mayo. En aquel entonces, cuando se desempeñaba como secretaria de Organización, eran sólo seis madres. Durante el verano porteño, había viajado a México para encontrarse con su otro hijo, Daniel, y reclamar ante los obispos del Consejo Episcopal Latinoamericano, reunidos en la ciudad de Puebla, por el paradero de Gustavo y el resto de los desaparecidos. Allí, entregó una petición al nuncio apostólico en Buenos Aires Pío Laghi, quien estaba acompañado por Claudio María Celli, actual presidente del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales del Vaticano. Sin saberlo, Thelma fue seguida por el Grupo de Tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada en México, y posteriormente en Roma, a donde se trasladó luego para participar en una reunión secreta del Movimiento Peronista Montonero que presidió Mario Eduardo Firmenich, el jefe máximo de Montoneros y el más buscado del país.

Varios minutos después de haber sido detenida, a una cuadra del Hospital Español, Thelma fue sacada del auto en el que había sido capturada y conducida por una escalera hacia el tenebroso sótano del Casino de Oficiales de la Esma, donde los militares de la Armada tenían montada su sala de torturas. Entre picanazos, le preguntaron por Puebla, por Roma, por Firmenich. Ella negó todo, y en medio del dolor se inventó un nombre: José. Y un teléfono, que repitió durante semanas sin vacilaciones. Después de unos días, la llevaron al altillo de la Esma, conocido como La Capucha, ese lugar poblado de esquizofrénicos quejidos y música a todo volumen. Al poco tiempo, sus captores volvieron a preguntarle por José, que no aparecía, que no estaba, que no respondía al teléfono. Y de vuelta al sótano, hasta que un hombre de nombre Marcelo le preguntó la del millón: “¿Por qué nos mentiste?”. Con el tiempo, Thelma descubrió que Marcelo no era Marcelo, sino Ricardo, el aterrador capitán de corbeta Ricardo Cavallo. Una voz alzada en medio de ese mundillo de picanas eléctricas y gritos desahuciados le recordó: “Señora, yo mato”. Ya no en tono de advertencia, sino con registro decidido, el prefecto Héctor Fevres (actualmente procesado y detenido en la causa por robo de niños), por entonces conocido como “El Gordo Daniel”, advirtió ante la escucha de Thelma: “A esta hay que matarla”. Fevres fue quien la siguió en su periplo por México. De hecho, un día le comentó que había viajado en el mismo avión y la había seguido por las enruladas autopistas aztecas hasta que la perdió por una sagaz jugada planificada con anterioridad por su hijo Daniel, que la había ido a esperar al aeropuerto del DF. “Hicimos un contraseguimiento con un compañero, Alfredo Lires, suponiendo que la estaban siguiendo. Se perdieron en un viaducto que se cruza con unos puentes peatonales. Dejamos el auto y cruzamos caminando para dirigirnos a otro. Ahí nos perdieron”, cuenta Daniel a la diaria. “Lo hicimos por las dudas, no sabíamos si nos estaban siguiendo o no”.

La conexión uruguaya

En julio de 1979, condujeron a Thelma al aeroparque Jorge Newbery, de Buenos Aires, para trasladarla en un vuelo comercial de Aerolíneas Argentinas a Montevideo. Junto a ella, viajó el represor Ricardo Cavallo, actualmente condenado a cadena perpetua. En Montevideo la esperaba un oficial vestido de civil que se encargó de hacerlos pasar por los puestos de control de la Dirección Nacional de Migración. Ella viajaba con un pasaporte a nombre de Magdalena Manuela Blanco, que había sido fraguado en el sótano de la Esma. Apenas llegaron a Montevideo, Thelma fue llevada a un apartamento que ubica “cerca de la Intendencia de Montevideo”. Por motivos nunca revelados, ese mismo día regresaron a Buenos Aires. Por esos días, su hijo Daniel, exiliado en México, escribió una carta desesperada al escritor Julio Cortázar en la que le pedía ayuda para la aparición de Thelma. El 21 de agosto de 1979, El País de Madrid y El Excélsior de México publicaron la respuesta de Cortázar, según dijo el escritor en una cita casi premonitoria, “denunciando lo que las prensas oficiales buscan ahogar bajo resonantes triunfos deportivos y otros de la misma calaña”: “Desde México me llega una carta de Daniel Vicente Cabezas para pedirme, como miembro del Tribunal Bertrand Russell, que haga todo lo posible para denunciar y esclarecer la desaparición de su madre, Thelma Jara de Cabezas, ocurrida en Buenos Aires el 30 de abril último. La prensa ha informado ya ampliamente sobre el hecho, puesto que la señora de Cabezas era la secretaria de la Comisión de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, y lo era por la misma razón que hoy motiva estas líneas: su hijo Gustavo Alejandro, un estudiante de diecisiete años, desapareció en mayo de 1976, sin que hasta la fecha se hayan tenido noticias de su destino. […] Frente a la carta y la petición de Cabezas, tanto yo como cualquiera de los miembros del Tribunal Russell en una situación análoga sólo podíamos hacer una cosa: asumir personalmente la responsabilidad de reiterar la denuncia del caso en cuestión y, por los medios a nuestro alcance, difundir lo más posible sus incalificables circunstancias”.

En la primera quincena de agosto volvieron a sacarla de la Esma, escoltada por dos autos, ahora para conducirla a la confitería Selquet de Buenos Aires, ubicada en la intersección de las calles La Pampa y Figueroa Alcorta. Una vez ubicados en una mesa señalada de antemano, llegaron un fotógrafo y un periodista de Para Ti, enviados al lugar por el director ejecutivo de Editorial Atlántida, Aníbal Vigil, y el redactor responsable de la revista, Agustín Botinelli. Le hicieron unas pocas preguntas, pero en el medio Thelma dijo que su hijo Gustavo estaba “desaparecido”. El fotógrafo, Tito La Penna, percibió que “algo raro estaba pasando”. “Entramos a la confitería; ella estaba sentada en una mesa junto a la ventana, con las cortinas cerradas. El lugar estaba casi vacío, a eso de las 10.30”, recuerda La Penna a la diaria. Hace un año, La Penna y el redactor de la revista, Eduardo Scola, declararon que habían sido mandados allí sin saber que estaban frente a una secuestrada. “Me quedó grabada la entrevista porque ella era la primera persona que hablaba de un desaparecido”, cuenta el fotógrafo, que por entonces tenía 29 años. En el local había además varios jóvenes, uno sentado junto a Thelma, al que ella presentó como amigo de su hijo -según cuenta La Penna-, y otros en otra mesa. Ella le pidió que no fotografiara a los jóvenes y que no se pudiera identificar el lugar, así que todas las imágenes de la entrevista capturadas por la Nikon F2 fueron planos cerrados en blanco y negro. El falso reportaje fue publicado el 10 de setiembre en Para Ti. Para Daniel, exiliado por esos días en México, fue la confirmación de que Thelma estaba con vida.

En una comparecencia durante el juicio a las Juntas Militares que se realizó en Argentina en 1985, Thelma testimonió: “La entrevista es preguntarme en relación con mi desaparición, si es verdad que estoy desaparecida. Yo digo que no; eso tenía que decir. Que Víctor Carrasco era mi amigo, que me había protegido en el Uruguay, que me daba ropas, alimentos, remedios, y que iba a estar ahí no sé por cuánto tiempo hasta que tuviera la seguridad de volver a mi país. Ahí también ellos vuelven a indicarme que ellos saben que los organismos de derechos humanos son usados por organizaciones terroristas […]. Preguntan y yo digo que no sé”. Poco después de la salida de la entrevista, el diario Buenos Aires Herald -en aquellos años, uno de los pocos en dar espacio a denuncias de violaciones a los derechos humanos- destacó el “lenguaje castrense” de la entrevistada, “poco común para una madre de Plaza de Mayo”. No conformes con el operativo desplegado en la confitería Selquet, sus captores volvieron a trasladarla a Uruguay a principios de setiembre. Otra vez, en un vuelo comercial. Otra vez, con un pasaporte falso, que la nombraba Magdalena Manuela Blanco. Otra vez, acompañada por Ricardo Cavallo. Esta vez, en la compañía argentina Austral. Al llegar a Carrasco, Thelma fue llevada al hotel Victoria Plaza. Por ese entonces, la secta conducida por el reverendo Sun Myung Moon estaba en plenas tratativas con el gobierno uruguayo para quedarse con el hotel. Un joven que se presentó como Víctor Carrasco y dos marinos argentinos (que Daniel presume que venían del Centro Piloto de París, un enclave argentino en la capital francesa desde donde la Armada vigilaba a los exiliados) la custodiaron en el hotel, pero ni la entrevista ni las fotos pudieron ser concretadas. Pasó la noche en el edificio, y al día siguiente volvió a Buenos Aires.

La tercera vencida

Pocos días después, Thelma fue traída nuevamente a Montevideo. Por aquellos tiempos, la secta Moon editaba en Estados Unidos el periódico World News y preparaba el lanzamiento en Uruguay de Noticias del Mundo, que dirigiría Julián Safi, ex jefe de la Dirección Nacional de Relaciones Públicas (Dinarp) y vocero de los Moon. Safi había conquistado la Dinarp gracias a las gestiones de Hugo Manini, profesor del Liceo Militar y cabecilla de la agrupación ultraderechista Juventud Uruguaya de Pie. Entre las plumas que habitaban el plantel de columnistas de Noticias del Mundo, se encontraba Segundo Flores, apoderado legal de Moon y suegro del dictador Gregorio Goyo Álvarez, quien alcanzaría la presidencia dos años más tarde, en 1981. También por aquel entonces ponía un pie en Uruguay la agencia Burson Marsteller, actualmente instalada en el World Trade Center, a pasitos del Montevideo Shopping. Al igual que en su segundo viaje a Montevideo, en el tercero Thelma fue llevada al elegante hotel Victoria Plaza, donde también orbitaba Safi, devenido una especie de manager de los negocios de los Moon, con puentes políticos a raíz de su experiencia como jefe de la Dinarp. Vigilada, Thelma pasó la noche en una habitación hasta que al otro día fue llevada de los pelos a varios lugares céntricos. “La esperaron en el aeropuerto militares uruguayos, la llevaron al Centro, la metieron en el hotel y después la sacaban… En Uruguay le toman las fotografías y la vio un periodista de la secta Moon”, relata Daniel. El objetivo era el mismo de siempre: desprestigiar mediante un reportaje las denuncias de los familiares de desaparecidos, centrar la mira en los Montoneros y demostrar que Thelma no estaba secuestrada, como denunciaban las organizaciones de derechos humanos, Cortázar y hasta el fundador de Amnesty International, Seán MacBride, que también había levantado su voz. Una vez obtenidas las fotos, a Thelma le sacaron el disfraz de señora libre y la devolvieron al cautiverio.

Un cable de la agencia estatal argentina de noticias Télam recogió el supuesto reportaje. El título: “Habla la madre de un subversivo muerto”. El copete decía así: “El diario norteamericano World News publicó una nota en la que una mujer argentina, radicada en Montevideo, denunciaba a las organizaciones que supuestamente defienden los derechos humanos. Su hijo fue muerto en un enfrentamiento con las fuerzas de seguridad. Para averiguar su paradero, ella se deja llevar por los mecanismos internacionales que la comprometieron y usaron para sus propios fines. Un testimonio esclarecedor y tremendo que descubre los métodos de la subversión”. El cable tuvo una amplia repercusión en Argentina, pero ninguna en Uruguay, a pesar de que ese mes la prensa local dio amplia cobertura a la visita de la CIDH a Buenos Aires. De alguna manera, ésa fue una forma que la dictadura argentina encontró para anticiparse a la denuncia de la desaparición de Thelma, presentada ante la CIDH por la organización Familiares. En el juicio por la megacausa de la Esma, Carlos Muñoz, otro de los sobrevivientes del centro clandestino de detención, declaró el año pasado en Buenos Aires: “Orlando González, alias Hormiga, que era fotógrafo del Centro de la Marina o Club La Marina, le tomó a Thelma las fotos en Uruguay, que yo revelé, donde se la veía en lugares típicos de Montevideo”. Durante la dictadura argentina, los oficiales de la Esma habían montado en el altillo una especie de centro de prensa donde obligaban a los detenidos al trabajo forzoso de redactar cables noticiosos y revelar fotografías. Ahí fueron a parar las imágenes que le tomaron a Thelma en Montevideo.

En aquel setiembre de 1979 en que Thelma fue traída a Montevideo, Esteban Cristi asumía en Uruguay la presidencia del Centro Militar; todo el cuerpo de embajadores uruguayos en el exterior se reunía semanalmente con el director del Servicio de Información de Defensa, Iván Paulós; el coronel Federico Silva Ledesma se vanagloriaba de que Uruguay salía de “una profunda crisis moral” al asumir al frente del Supremo Tribunal Militar, y los diarios informaban sobre una misteriosa aparición de “una pareja de ex nazis” asesinados en el balneario de Las Toscas. También en setiembre, el día 5 (dos días antes de la llegada de la CIDH a Buenos Aires), una de las actuales dueñas de El País (por aquel entonces corresponsal en Buenos Aires), Julia Rodríguez Larreta, entrevistaba al dictador argentino Jorge Rafael Videla. El reportaje se produjo en momentos en que los militares argentinos, por medio de Burson, concedían entrevistas a algunos medios de prensa cuidadosamente seleccionados entre los de la región en busca de consolidar la idea de que su gobierno mantenía un talante aperturista respecto de la prensa y respetaba las libertades individuales frente a la inspección que por esos días realizaba la CIDH. La entrevista, que ocupó buena parte de la portada y las primeras páginas del diario, es ilustrativa sobre la sintonía que por entonces existía entre ambas dictaduras. Videla se refería a Uruguay como “ese país tan hermanado, tanto que vivimos lo que ocurre en el Uruguay como si fuera nuestro […]. Al pueblo uruguayo y a su gobierno con el cual mantenemos una estrechísima relación y especialmente una comunidad de ideales”. Durante la entrevista, Rodríguez Larreta consultó a Videla cómo explicaba el terrorismo y la violencia. “El terrorismo y la violencia fueron los modos operativos de un proceso de subversión que, al agredir nuestra sociedad, pretendía alterar nuestro estilo de vida para instalar un sistema totalitario”, respondió Videla, propagando el relato instalado por los gobiernos de la región en aquel entonces.

Thelma fue liberada el 7 de diciembre de 1979. Se recluyó en la provincia argentina de Corrientes. Pero en agosto de 1980 recibió la imprevista visita de Ricardo Miguel Cavallo. Era para decirle que habían capturado a Daniel. Luego se trasladó de nuevo a Buenos Aires. Visitó a su hijo Daniel en la cárcel de Caceros, donde estaba detenido. La primera vez que se vieron fue a través del vidrio de un locutorio. Con el tiempo, les permitieron verse, tocarse, contarse más cosas. Un día, una ex compañera de la Comisión de Familiares le gritó: “¡Traidora!”, mientras hacía la cola para visitar a su hijo. Habían creído en el reportaje. Daniel fue liberado en 1984, un año después del retorno a la rutina del voto popular.

La mayor parte de los militares que mantuvieron secuestrada a Thelma, incluido Cavallo, fueron condenados a prisión perpetua el 26 de octubre de 2011. Hace pocos meses, el 4 de noviembre de 2014, el juez federal Sergio Torres procesó también al jefe de redacción de la revista Para Ti, el civil Agustín Botinelli, por delito de coacción, y le trabó un embargo por un millón de pesos sobre sus bienes al acreditar que fue el responsable de una entrevista apócrifa. Botinelli se convirtió así en el primer periodista de la historia de Argentina procesado en el marco de la investigación de los crímenes contra los derechos humanos durante la dictadura. Según puede leerse en el fallo del juez federal Sergio Torres, al que accedió la diaria, Botinelli “se valió de la situación amenazante que atravesaba la mencionada Jara de Cabezas, respecto de su vida y su integridad física, arbitró los medios necesarios para que se le realizara la mencionada entrevista, resultando su acción apta para vulnerar el bien jurídico protegido por la norma, para luego fraguar su contenido y ordenar su publicación en la revista Para Ti”. Durante su declaración, Botinelli rechazó las acusaciones y negó haber participado en un operativo semejante. Sostiene que si algo tocó en aquella entrevista fue algún error gramatical, no parte de su contenido. En la causa estaba también imputado uno de los dueños de la editorial Atlántida (propietaria de las revistas Gente, Para Ti, Somos, Billiken, Chacras y El Gráfico, que ya no le pertenece más), Aníbal Vigil, ya fallecido. De los uruguayos implicados, por ahora ni pistas. Sólo un nombre y un apellido que aún permanecen bajo un manto de misterio: Víctor Carrasco. Thelma Dorothy de Cabezas nunca más volvió a pisar Montevideo, esa ciudad de los abismos de sus recuerdos.

Textos y reportaje: Ricardo Scagliola

Producción: Bernabé Fernández