La edición de la poesía reunida de Jorge Arbeleche por el sello español Ediciones Vitruvio es una buena excusa para repasar la obra poética del autor. Un primer aspecto a destacar es que la edición no se anuncia en ningún momento como “obras completas”, reconociendo que todo poeta produce descartes, proyectos truncos y versos dentro de su órbita privada (para amigos y familiares) que no siempre tiene sentido publicar. Sorprende, por otra parte, que se haya incluido “La canción de los duendes”. Aunque es loable que se otorgue el mismo valor y lugar a estos poemas escritos para niños que al resto de su obra adulta, esos versos quedan un tanto huérfanos sin las ilustraciones de Cecilia Mattos y el diseño de Macachín, que conformaban un objeto libro de poderoso atractivo para los más pequeños.

Al lector habituado a la poesía uruguaya contemporánea los versos de Arbeleche pueden resultarle excesivamente sobrios, llenos por momentos de palabras y tópicos comúnmente considerados poéticos. Al trazar su árbol genealógico literario, el autor estableció a la generación del 900, de la que toma cierta sensibilidad, el gusto por determinadas imágenes y sonoridades.

La abundancia de poemas dedicados a los grandes hitos de la literatura y la recurrencia de las referencias a la mitología griega son ejemplos de ello. Dentro de esta corriente olímpica resulta especialmente interesante la línea plutónica; aquellos poemas en los que los mitos sobre la muerte y el inframundo sirven como vehículo para reflexionar sobre la propia mortalidad: “[Caronte] Si te has modernizado y hoy tu barca / es tal vez una lancha a motor de gran velocidad, / si aún puedo elegir, te pido / me evites el tropiezo la náusea el tembleque / y una balsa de lento deslizarse. / Entre orilla y orilla, de vaivén a vaivén, / me iré apoyando una vez en la fiesta, / otra vez en el miedo”.

Sin embargo, cabe aclarar que sus versos traen a su vez cierta modernización formal que lo aleja de ser un mero imitador fuera de su tiempo y su espacio. Un simple copista de la poesía que lo precedió no hubiese tenido jamás la trascendencia de Arbeleche ni justificaría una edición de esta índole.

Nacido en 1943, el autor pertenece a la última generación en la que los cambios culturales de los años 60 son materia optativa. Su voz poética resulta por lo general impostada, similar a la de los actores teatrales de la vieja escuela, que con su modulación parecían estar diciendo todo el tiempo “estoy actuando”. La forma en la que Alberto Candeau leyó la proclama del histórico acto del Obelisco de 1983 es un buen referente al respecto. En este sentido, el mejor Arbeleche es el que no imposta, el que genera la ilusión de que es él mismo confesándose al lector, sin literatura mediando entre ambas partes. “mamá / es tarde / tengo 63 años. / Y no hice los deberes todavía”. No es un punto menor aclarar que, a medida que avanzan los años, tal impostación se va volviendo menos frecuente.

Otra veta interesante de la obra de Arbeleche podría denominarse “casi haikus”; aunque estos poemas no cumplen con las formalidades del género japonés, preservan buena parte de su espíritu. Pinceladas de la naturaleza, muchas veces breves, en las que la presencia humana es, como mucho, sugerida. “El árbol final / el único / el que quede quebrado / después del último graznido / solo / será / un huérfano del aire”.

En la medida en que se avanza en los diversos poemarios que conforman el volumen, se va adivinando la trayectoria vital de Arbeleche, que, en líneas generales, es la de cualquier ser humano. Inicialmente abunda la poesía amatoria, y la presencia de la muerte parece ser un simple recurso poético. Al avanzar en las páginas, los problemas de salud, los seres queridos que han partido y la necesidad de amar, de ser amado, aun cuando no se está en todo el esplendor físico, van cobrando protagonismo. Incluso la muerte pasa a ser una figura mucho más cercana y definida.

Hay una búsqueda del autor de hacer que su poesía sea intemporal y esté alejada de las circunstancias del hoy desde el que otros poetas explícitamente escriben. Esa postura, heredada de la sensibilidad del 900, le permitió navegar editorialmente durante la dictadura sin aparentes problemas. En algunos versos de aquella época pueden sugerirse sus opiniones respecto de la situación política que vivía el país, pero ocultas tras sutiles metáforas y alegorías que no podían ser detectadas por la censura.

Tal estrategia explica en parte los vínculos personales y literarios establecidos con España, donde cuatro décadas de franquismo obligaron a varias generaciones de poetas a establecer la misma clase de máscaras y antifaces. Quizá la peculiaridad más evidente de Arbeleche en la poesía uruguaya sea que mientras que estos velos de ocultamiento fueron utilizados por muchos contemporáneos como estrategia de supervivencia, en él siempre fueron parte de su identidad poética.