Trabajó antes, entre otros medios, en Mate Amargo, y mantenía contacto fluido con muchos otros tupamaros. Cada tanto nos mostraba alguna foto vieja en la que aparecía con Mujica o con Fernández Huidobro, a la salida de la dictadura. Es que, más allá de diferencias y calenturas, El Negro pertenecía a esa gran familia, compartía esa sensibilidad y esa identidad que desde hace muchos años no implican formar parte de la estructura del MLN-T. Se le notaba en cierta jerga, en su manera de interpretar los hechos y hasta en cosas chicas como hablar en un susurro, como quien te cuenta un secreto. A muchos los seguía viendo en las cazuelas anuales del grupo solidario Ibiray, un espacio de ex presos y militantes sociales que recauda fondos para atender a gente sin recursos o con problemas de salud. Todos los años pedía una nota sobre esa actividad.

Otro clásico eran las coberturas del Día de los Trabajadores, cuando les pedía a los letristas de la redacción que no se olvidaran de mencionar a la columna Cerro-Teja, que orgullosamente integraba. Era tan fanático del Cerro como del Club Atlético Cerro y del fútbol en general. Escuchaba los partidos por radio y más de una vez, mirándolos en la tele, nos enteramos de los goles por sus gritos. El Negro era el más veterano de la redacción y era un tipo a veces hosco, con una generosidad clandestina, como lo sabe más de un compañero del diario que recibió de él algún regalo imprevisto, para sí o para un hijo.

Fue también periodista, pero se dedicó sobre todo a una labor invisible, que bien hecha regala prestigio a otros y sólo pasa al frente para comerse garrones. Pertenecía a una especie de correctores que se va yendo con su generación: de los que no se arrimaron al oficio mediante cursos formales, sino sólo por el amor a lo escrito de quienes leían mucho y a fondo aunque ése no fuera su trabajo; con una gran acumulación de eso que se llamaba “cultura general”, por haber tenido que manejar durante décadas textos sobre las cuestiones más diversas y haberse sentido responsable de aprender sobre todas ellas; con una trayectoria que lo llevó a compartir redacciones y sus alrededores con muchos grandes, aquí y en Buenos Aires; memorioso custodio de historias y anécdotas, que siempre tenía dos o tres cosas que agregar y tres o cuatro que discutir en la conversación sobre cualquier asunto.

Julio parece ser un mes especialmente complicado para nosotros: hoy, cuando compartimos esta triste noticia, se cumple además un año de la muerte de Marcelo Jelen.