Ayer. Recuerdo como si fuera hoy la fiesta, allá en noviembre de 1990, por la creación de la Facultad de Ciencias. Contagiado por la alegría estudiantil, mi nota periodística sobre el acontecimiento se tituló “La Facultad llegó en primavera”. Festejábamos entonces un gran mojón en el proceso de reconstrucción de la investigación nacional. Al mirar hacia atrás, lo primero debe ser evocar la labor sacrificada de quienes mantuvieron encendida la llama de la creación científica en tiempos de la dictadura. Después, con la reconquista de la democracia y el protagonismo de la comunidad académica, se fue desplegando un esfuerzo grande para superar el enorme atraso acumulado. En esa tarea, la contribución de nuestra Facultad es reconocida. La sintetizó nuestro decano Juan Cristina en la primera columna de esta serie que debemos a la hospitalidad de la diaria. Ese aporte se ha sumado a varios otros para dotar al país de una estructura de investigación seria y moderna. Ésta tiene debilidades y carencias, incluso en comparación con la región. Pero es innegable su crecimiento cuantitativo y cualitativo, que se refleja en el número de investigadores, en la consolidación de grupos de investigación, en la formación de posgrado ligada a la creación, en la generación de conocimiento de primer nivel.
Pero todo eso es ya el ayer. Hoy tenemos dos grandes problemas por delante: uno es cómo pasar a un nivel superior en la capacidad científica nacional, otro es cómo hacer de la ciencia una palanca fundamental del desarrollo. Ninguno de esos problemas se puede resolver sin solucionar también el otro.
Desarrollo. Durante la última década, Uruguay ha expandido la producción, mejorado las condiciones de vida, disminuido la pobreza y la miseria, atenuado la desigualdad. Todo eso es parte de lo que corresponde llamar desarrollo. Algunas dificultades se han agudizado y, en cualquier caso, falta mucho; pero siempre faltará bastante. La cuestión central de la hora es más bien otra: ese proceso de mejoras difícilmente se afianzará, y hasta puede llegar a revertirse, si no logramos basar el desarrollo en la masiva incorporación de conocimiento avanzado y gente altamente calificada al conjunto de las actividades socialmente valiosas. La afirmación puede sustentarse tanto en el análisis de la problemática nacional como en el estudio de la experiencia internacional.
Si el país ingresa en una senda de desarrollo basada en el conocimiento, aprovechará toda su capacidad de investigación científica y tecnológica, y tendrá que expandirla, multiplicando los recursos que le asigna y afinando sus políticas relacionadas con ella. Si no ingresamos en una senda de ese tipo, la experiencia propia y ajena indica que la ciencia uruguaya, en el mejor de los casos y con grandes sacrificios, avanzará a los tropezones, huérfana de apoyos sociales y gubernamentales de largo aliento.
Investigación e innovación
La labor científica es una manifestación notable de la creación cultural y un factor de progreso social. Por ejemplo, las ciencias de la vida y de la salud han contribuido sustancialmente a que, si hacia 1800 la esperanza de vida al nacer era de unos 30 años, hoy en el promedio mundial supera los 65, y es bastante mayor en los países que han hecho avances significativos por los caminos del desarrollo integral. Pero la ciencia no garantiza el progreso social, y hasta puede perjudicarlo, como lo evidencia la investigación con fines bélicos. No se puede perder de vista una verdad elemental pero nada trivial: hay que generar conocimiento de alto nivel y también hay que usarlo en forma eficiente y con fines éticamente válidos.
Generar el conocimiento no garantiza su uso; usar conocimiento de manera rutinaria, sin capacidades para resolver problemas de nuevas maneras, es cada vez más ineficiente. La innovación es la incorporación de lo nuevo a las prácticas colectivas. La innovación en el conjunto de la producción de bienes y servicios se basa cada vez más en el conocimiento avanzado. Por eso tiene que estar directamente vinculada con la generación de dicho conocimiento -vale decir, con la investigación- y con la gente que conoce sus alcances por haber contribuido a crearlo, el conjunto de los investigadores.
Ojalá Uruguay no cometa el error garrafal -a contramano de las mejores prácticas internacionales y de los estudios científicos en la materia- de separar investigación e innovación. Para quienes quieren contribuir a la competitividad auténtica de la economía nacional, ello sería como pegarse un tiro en el pie. Más en general, supondría poner una gran trampa en el camino al desarrollo.
¿Tiene Uruguay potencial de investigación para impulsar la innovación? Una de las elocuentes respuestas afirmativas la ofrecen diversas columnas de esta serie motivada por los 25 años de la Facultad de Ciencias. ¿Puede Uruguay vincular investigación e innovación? Ya lo está haciendo. La larga lista de posibles ejemplos incluye la colaboración sistemática en esa dirección de ciertas empresas públicas y la Udelar, así como el programa universitario de investigación e innovación orientadas a la inclusión social. Es viable multiplicar los casos que combinan la generación de conocimientos de alto nivel con su utilización, también de alto nivel, para el desarrollo productivo y social.
Mañana. Quienes escriban en 2040 sobre los primeros 50 años de la Facultad de Ciencias describirán una labor de enseñanza, investigación y extensión mucho más relevante incluso que la realizada en el cuarto de siglo que ahora culmina. Darán cuenta de la formación, a nivel de grado y posgrado, de muchos miles de personas que estudiaron en ambientes creativos y, por lo tanto, están preparadas para resolver problemas nuevos, investigando e innovando. Informarán acerca de la creciente inserción laboral de los egresados de la Facultad en las más distintas actividades sociales. Divulgarán las cada vez más diversas contribuciones de los investigadores de la institución a la creación cultural y a la comprensión de la naturaleza. Registrarán las instancias de colaboración de equipos de la Facultad con los más variados actores sociales e institucionales, para poner el conocimiento al servicio de la mejora de la calidad de vida de la gente, particularmente la más postergada.
En suma, narrarán un capítulo central de la historia de cómo en Uruguay avanzaron juntos la ciencia nacional y el desarrollo integral del país.
*Rodrigo Arocena es profesor titular de la Unidad de Ciencia y Desarrollo de la Facultad de Ciencias y hasta 1996 fue profesor titular de Matemática de esa facultad. Es licenciado y doctor en Matemática y doctor en Estudios del Desarrollo, los tres títulos otorgados por la Universidad Central de Venezuela. Fue rector de la Universidad de la República entre 2006 y 2014. Su labor de investigación se centra en la democratización del conocimiento como una estrategia para el desarrollo.
Rodrigo Arocena
Es profesor titular de la Unidad de Ciencia y Desarrollo de la Facultad de Ciencias y hasta 1996 fue profesor titular de Matemática de esa facultad. Es licenciado y doctor en Matemática y doctor en Estudios del Desarrollo, los tres títulos otorgados por la Universidad Central de Venezuela. Fue rector de la Universidad de la República entre 2006 y 2014. Su labor de investigación se centra en la democratización del conocimiento como una estrategia para el desarrollo.