Legislada como un trabajo, vivida a veces como esclavitud, la prostitución es una práctica que tensiona a quienes la consideran un empleo -con sus respectivos derechos y obligaciones- y aquellos que ven detrás los hilos de las redes de trata y situaciones de explotación sexual que empiezan desde la infancia. “Un oficio particular para tomar desde la Sociología del Trabajo”, señaló Pablo Guerra, profesor de Relaciones Laborales en la Facultad de Derecho de la Universidad de la República, quien ayer presentó algunos resultados de su investigación, titulada “Indagación sobre condiciones de trabajo y opinión sobre trata de personas entre población que ejerce la prostitución femenina en Uruguay”, para la que visitó prostíbulos y entrevistó a 188 trabajadoras sexuales de Montevideo y el interior del país.
En el marco del III Congreso de Sociología que finaliza hoy en la Facultad de Ciencias Sociales, Guerra explicó que tomaron el término “prostitución” y no “trabajo sexual” porque el primero supone un contacto carnal directo y el acto de intercambiar servicios sexuales por una retribución generalmente monetaria; en cambio, el segundo abarca una batería de servicios más amplios que el acto sexual. La investigación reveló que, sobre un total estimado de 10.000 personas que ejercen la prostitución, 40% comenzó en el entorno de los 12 años.
Desde una posición “tercerista”, el investigador subrayó que ejercer la prostitución amerita una “lectura específica y compleja”. Es conocida la postura de la meretriz esteña Naná sobre que la prostitución “es un trabajo como cualquier otro”. “Su negocio es legitimar la prostitución con funciones específicas en materia social -como que un esposo ‘llegue tranquilo’ a su casa después de haber pagado por servicios sexuales-”, criticó Guerra. Diferente de la de Naná es la postura de Camila, una de las entrevistadas para el estudio, que fue abusada sexualmente desde los siete años: “Me cuesta decir ‘trabajar’ cuando hablo de prostitución, porque en ningún trabajo te desnudan, te penetran, te humillan”, dijo.
“Debemos preguntarnos si el ejercicio de la prostitución no es un tipo de explotación sexual laboral”, añadió Guerra en diálogo con la diaria. “Vale preguntarse si al pagar por mantener sexo con personas acaso no las estamos explotando, aprovechando su situación de vulnerabilidad”. Si bien entiende las posturas abolicionistas, afirmó que hay una minoría que “elige” prostituirse porque sus niveles de ingreso están muy por encima de la media en el actual mercado de trabajo: la investigación estima que cobran un promedio de 63.000 pesos mensuales por trabajar seis días a la semana. “No todas las personas que ejercen la prostitución pueden ser vistas como víctimas, entre otros motivos porque si todas lo son, no tenemos la capacidad de detenernos en quienes especialmente están en esa situación, por ejemplo: las víctimas de redes de trata. A su vez, hay una proporción que pone en ejecución su capacidad de agencia y decide involucrarse en el mundo de la prostitución”.
Con una leve mayoría, la prostitución se ejerce más en la calle (34%) que en whiskerías (29%) -ambas reglamentadas por ley-, les siguen las casas de masajes (20%), el sistema call girls (8%), los prostíbulos (6%) y por contactos personales (1,6%). 36% de las entrevistadas detalló que recorrió varios ámbitos de prostitución. A su vez, nueve de cada diez que empezaron a trabajar en una casa de masajes continúan allí, posiblemente porque “en estos locales hay población más joven y por lo tanto con menor trayectoria”, sostiene la investigación; mientras que siete de cada diez personas que en el pasado han realizado fundamentalmente prostitución callejera continúan ejerciéndola.
En los relatos pareciera que se contrapone la sensación de “seguridad” que puede dar un lugar cerrado con la “autonomía” de trabajar en la calle, que permite decidir sobre el manejo del dinero y tener horarios flexibles. Trabajar en casas de masajes o whiskerías requeriría ciertas habilidades laborales como la “capacidad de comunicarse”: “Siempre busco trabajar en whiskerías porque la calle me da un poco de miedo, aunque por ahí he ido caminando y me paran y bueno, me subo al auto, pero si no siempre busco en whiskerías, he trabajado también en bares”, señala una entrevistada, pero no es para todas: “Fui a una whiskería pero probé y no me gustó porque no me gusta chamuyar, no me gusta hablar, ¿entendés? ¡A mí me gusta decir mis precios, que me lleven y ya está! En la whiskería es diferente, porque en la whiskería tenés que hablar, ¿entendés? Conversarlos a ver si te pagan una copa y todo eso para mí no va”.
A su vez, la calle tiene sus aspectos negativos: “En la calle estás más regalada con los clientes, está la competencia por las zonas, horarios, los clientes mismos, y eso es algo de lo que puede pasar”.
En Uruguay, el trabajo sexual es lícito, habilitado por la Ley 17.515 aprobada en 2002, que es considerada “deficitaria” por Guerra porque legisla pero no asegura que se ejerza “en condiciones”, sostuvo. Las personas trabajadoras sexuales están obligadas a registrarse en el Ministerio del Interior, “un punto de partida equivocado de la ley, que tiene un fuerte carácter reglamentarista, higienista y muy tradicional, vinculada al Estado vigilante: le da potestades al MI que deberían ser del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social”, añadió.
Ocho de cada diez personas que trabajan en casas de masajes o whiskerías señalaron que “deben cumplir un horario” y que, si no lo hacen, son “castigadas” (física, verbal y/o económicamente); tienen que aceptar las tarifas establecidas por el propietario del local, en clara dependencia laboral, a la vez que el dueño del lugar se ubica en situación de proxenetismo, porque está explotando a otra persona con un fin de lucro. “Este hallazgo nos tiene que poner en alerta ante una situación que nuestro país está legitimando”, concluyó Guerra.