La ciencia ficción uruguaya no tiene una tradición, pero sí una historia. La primera novela de ciencia ficción nacional es El socialismo triunfante. Lo que será mi país dentro de 200 años, una utopía de Francisco Piria escrita en clave alquímica en 1898. En 1910 apareció El hombre artificial, una nouvelle de Horacio Quiroga inspirada en Frankenstein, y hubo que esperar hasta 1976 para que se editara El planeta Arreit, una utopía del arquitecto Horacio Terra Arocena. Pero fue recién con la irrupción de tres autores (que hoy podríamos incluir bajo el rótulo de pioneros) que pudimos hablar de escritores de ciencia ficción propiamente: Carlos María Federici, Tarik Carson y Gabriel Mainero. Ellos fueron los primeros autores que tuvieron conciencia del género que cultivaban y que lograron posicionar a Uruguay en antologías y revistas del exterior.

La segunda generación importante surgió en torno al liderazgo de Roberto Bayeto, que logró nuclear en la revista Diaspar (tres números impresos entre 1989 y 1995) a autores como Ramiro Sanchiz, Pablo Rodríguez y Claudio Pastrana, entre otros. La fuerza de aquel grupo se puede medir por la presencia internacional que sus miembros tuvieron y tienen en libros personales, antologías y revistas de España, Italia y, sobre todo, Francia y Argentina.

Casi siempre, el gran soporte de la ciencia ficción autóctona, por razones de mercado, estuvo en el exterior. También hay que contar a algunos autores que, aunque no han tenido una presencia fluida en revistas y antologías especializadas, supieron hacerse un lugar con sus libros, como son los casos de Ana Solari, Natalia Mardero y Pedro Peña. Y si consideramos a escritores uruguayos radicados en el exterior, es justo mencionar a Lucas Moreno, de activa participación en Francia, y a Federico Fernández Giordano, radicado en España, que en 2008 ganó el premio Minotauro de ciencia ficción.

Taxonomía del futuro

Al principio no se hacían antologías de ciencia ficción uruguaya, sino antologías de narrativa fantástica que incluían relatos de ciencia ficción. Las primeras antologías fueron las siguientes: Más vale nunca que tarde (Banda Oriental, Montevideo, 1990), Extraños y extranjeros. Panorama de la fantasía uruguaya actual (Arca, Montevideo, 1991), Diez de los noventa (Editorial Signos, Montevideo, 1991), Cuentos fantásticos del Uruguay (Colihue, Uruguay; impreso en Argentina, setiembre de 1999) y Panorama de la narrativa fantástica uruguaya (selección de Lauro Marauda, Rumbo, 2010).

Lo que más me llama la atención de estas antologías es la escasa representatividad de los escritores de ciencia ficción. Hay que hacer notar que no figuran ni Roberto Bayeto, ni Carson, ni Mainero. Es más, Federici figura una sola vez. Lo que estas antologías tuvieron de bueno para el género es que contribuyeron a difundir obras de autores como Héctor Álvarez, Luis Antonio Beauxis y Pastrana. En general, las antologías eran poco representativas. La última de ellas, elaborada por Marauda, incluyó a autores como Francisco Espínola (porque escribió “Rodríguez”), Juceca y Eduardo Galeano, y dejó afuera a excelentes escritores como Federici y Bayeto, que supieron publicar en las mejores revistas y antologías especializadas de Europa y América. En este desprecio olímpico por los contemporáneos no nos diferenciamos mucho de varias antologías argentinas elaboradas por multinacionales que siguen mamando de las mismas “vacas sagradas” de siempre.

La primera antología seria de ciencia ficción uruguaya, aunque le faltaron varios nombres importantes, fue publicada por la revista electrónica Axxón, en un número especial dedicado a Uruguay (número 93, julio de 1997).

En abril de 2007 la revista digital Qubit publicó un número, el 27, titulado “Especial Uruguay Ciberpunk”, con relatos y ensayos. Aunque de ciberpunk tenía muy poco, se enfocó en la ciencia ficción uruguaya, excepción hecha de una entrevista a Mario Levrero en la éste afirmaba que no se sentía afín a ese “género o subgénero”.

Actualmente, en Uruguay la única publicación periódica de ciencia ficción que existe es la revista Diaspar en su reencarnación digital. Pero, en lo que se refiere a publicaciones impresas, no hay ninguna. Ruido blanco, de algún modo, vino a llenar ese espacio.

Metiendo ruido

En abril de 2010, cuatro entusiastas amigos, Mónica Marchesky, Álvaro Bonanata, Andrés Caro Berta y Guillermo Lopetegui, fundaron el Grupo Fantástico Montevideo y de modo progresivo fueron agregando miembros. En 2013 editaron Ruido blanco. Cuentos de ciencia ficción, al que siguieron Ruido blanco 2 (2014) y Ruido blanco 3 (2015). Ruido blanco se presenta como una “antología de cuentos de ciencia ficción uruguaya”. Lo cierto, sin embargo, es que no puede tomarse estrictamente como una antología (así lo reconoce el propio Gandolfo en el prólogo de Ruido blanco 3). Sería mejor considerarlo un espacio para aquellos autores que sienten el impulso de acercarse a la ciencia ficción. En esta serie de libros uno puede encontrar absolutamente de todo: cuentos buenos y malos, y autores noveles y otros con cierta trayectoria, aunque no siempre hay una relación directa entre una cosa y otra. Cada libro es una cajita de sorpresas; sin embargo, hay que destacar como nota positiva que, de un número a otro, hay un crecimiento sostenido. Por otro lado, hay que celebrar el hecho de que una publicación nacional impresa se ocupe de este tipo de literatura. La simple existencia de este medio va a producir, no lo dudo, un incremento en la calidad de los trabajos. Todavía quedan muchos autores del género por publicarse y, a juzgar por la saludable política de puertas abiertas, nada impide que se vayan agregando.

La ilustración de tapa de Ruido blanco 3 la realizó Daniel Puch, y sin duda es la mejor de la colección, no sólo por la calidad artística, sino también porque maneja de forma convincente los códigos de la ciencia ficción. La lista de relatos y autores es la siguiente: “Inmortal silencioso” (Álvaro Aparicio), “La Perversa” (Álvaro Bonanata), “Regreso a Alba” (Álvaro Morales Collazo), “Las alas de la libélula” (Ana Solari), “El viento sopla loco allá arriba” (Esperanza Casco), “Muebles El Canario” (Felisberto Hernández), “El barón de Montfort” (Mónica Marchesky), “La doctrina NEN” (Pablo Silva Olazábal), “Cacería” (Pedro Peña) y “Los sueños de la carne” (Ramiro Sanchiz).

De esta entrega de Ruido blanco (descontando como clásico a Felisberto, desde luego), merecen un destaque especial los cuentos de Álvaro Aparicio, Pablo Silva Olazábal y Ramiro Sanchiz. “Inmortal silencioso”, de Aparicio (uruguayo radicado en Valencia), es el relato ganador del concurso Carbono Alterado; en él se narran las peripecias de un sujeto sometido a un experimento relacionado con la inmortalidad. Aunque a nivel de ideas no aporte demasiado, el premio está más que justificado por la calidad de la prosa. El cuento de Silva, bien logrado, tiene que ver con el prestigio personal en un mundo decadente. Por su ironía cruel, me recordó al recientemente fallecido Tarik Carson, no tanto por el hecho de que haya un contagio entre estos autores, sino debido a una forma similar de sentir el humor. El cuento de Sanchiz, que de un modo oportuno cierra el compilado, es el mejor de todos. El relato gira en torno a una ballena que encalla en Punta de Piedra. Ya nadie recuerda a las ballenas y, para poder identificarla, el protagonista debe buscarla en una enciclopedia. La ballena se transforma en un ser fantástico, con connotaciones míticas, y a medida que la historia avanza, en una poderosa metáfora. De hecho, sin perder nunca de vista el centro temático, con sutileza, el autor logra que un relato que en principio parece ser sólo sobre una ballena se transforme en una reflexión sobre la construcción de la “realidad”. Es curioso que los dos mejores trabajos, el de Aparicio y el de Sanchiz (el primero y el último del libro) compartan en sus estratos profundos una idea similar: cuando un ser se despoja del cuerpo, también se despoja del tiempo.