Hace algunos días, luego del lamentable hecho que terminó con una docente de 36 años muerta, tras un asalto en una fábrica de pastas, el comunicador y empresario Freddy Nieuchowicz (Orlando Petinatti) se refirió al tema en su programa radial Malos pensamientos y descargó toda su ira. No es mi intención referirme a la noticia que despertó la bronca del autonombrado licenciado, sino entender qué es lo que verdaderamente enfurece al conductor. A mi entender, el hecho, triste y grave, apenas fue el detonante de otros dolores que tiene acumulados el comunicador.
Voy a citar sólo dos fragmentos de todo lo dicho por Nieuchowicz (aclaro que, en mi opinión, quien habló en esa oportunidad fue la persona y no el producto, por eso me refiero a él por su nombre real). Dijo el conductor: “¿Cuál es la diferencia entre lo que está pasando hoy y lo que pasaba en los 60, con una banda de delincuentes que asolaba el país? Es lo mismo: robaban, secuestraban y mataban gente, como ahora. Es más, están más organizados ahora que antes. Este país no se va a la mierda, ya se fue a la mierda”.
Por otro lado, también aseguró con firmeza: “En Brasil se sale a la calle a protestar, en Argentina se sale... éste es un pueblo cornudo, porque es hincha de la política, en vez de hincha de uno mismo. La política no es fútbol. Cuando te pase a vos no te van a defender”.
Llegado este punto sí me voy a referir al nombre adoptado por el conductor. El “licenciado” Orlando Petinatti es un producto comercial radial que tuvo su momento de auge en la década del 90, con el programa radial Malos pensamientos, que fue pasando por varias emisoras.
Malos pensamientos ha sido un programa que desde siempre ha tenido como base la burla o la “gastada” al diferente. Es así que uno se toma un ómnibus del sistema de transporte capitalino a las 16.00 y puede escuchar cómo este personaje se mofa de “el travesti del barrio” con la más absoluta impunidad. Paradójicamente, cada año podemos ver cómo Petinatti conduce el programa televisivo Teletón: una maratón comercial de exoneraciones fiscales, que tiene como pantalla la aparente solidaridad con otra clase de excluidos del sistema, como lo han sido siempre las personas con discapacidad.
Creo que en todo este cruce de factores radica la verdadera furia del comunicador. Petinatti es producto de un sistema que excluyó a los más débiles. Es el grito de los últimos rastros del neoliberalismo, en su faceta cultural. Una faceta que se está defendiendo a gritos por medio de sus afirmaciones. Un neoliberalismo marcado por el “hacé la tuya” y por el “sálvese quien pueda”, en donde lo importante es ser “hincha de uno mismo” y no de los proyectos colectivos.
En definitiva, su enojo refleja la furia de los años dorados del libre mercado y su faceta cultural. Aquel paradigma indicaba que los pibes “de abajo” podían ir un día a dar una mano en una radio -como él o como Marcelo Tinelli, en Argentina- y convertirse luego en figuras exitosas. Claro, los años demostraron que para lograrlo había que ser blanco, heterosexual y tener “onda”, una receta que se aplicó en toda América Latina. Esa fórmula excluyó, por ejemplo, a 60% de la población boliviana, de carácter indígena, o a 50% de la población de Brasil, los afrobrasileños a los que al conductor también le gusta “agarrar de punto”.
A Nieuchowicz le jode la política, ésa que les reconoció derechos a los homosexuales, le jode que burlarse del “puto del barrio” sea delito y que ahora se le complique hacer plata con eso. Es evidente que sueña con manifestaciones como las de Brasil o las de Argentina.
El comunicador necesita creer que esta nueva forma de gestión política, económica y cultural de los nuevos estados latinoamericanos no llegó para quedarse. Necesita convencerse de que la política que llegó para establecer piedad entre el mercado y sus excluidos es una moda pasajera. Necesita tener fe en que algún día volveremos a ser países en donde quienes gobiernen sean la oferta y la demanda. Mientras tanto, seguirá operando desde su trinchera radial, sin asumirse como un actor político, haciendo pasar el desprecio por la condición humana como humor. La pregunta es: ¿hasta cuándo los excluidos seguirán disfrutando de que este tipo de personajes se sigan burlando de otros excluidos? El problema sigue siendo cultural.