Las discusiones recientes sobre la presidencia del Frente Amplio (FA) condujeron a la renuncia de Mónica Xavier. Revelan una gran pobreza del debate político. No hay discusión de propuestas sobre la acción política, tácticas diferentes ni estrategias alternativas.

No hay balances críticos de la gestión de la Presidencia. Sería legítimo que los hubiera. En mi opinión, Xavier hizo un gran esfuerzo para imprimirle otra dinámica al FA. Hay que valorarlo y reconocerlo. Pero hay muchos aspectos en los que no se ha avanzado, o se ha avanzado en forma insuficiente. Sería mejor que hubiera una autocrítica de toda la conducción. Porque hay un equipo con los vicepresidentes, está el Secretariado, la Mesa Política y el propio Plenario Nacional. Todos los sectores con peso electoral tienen representación en esas instancias. Sería bueno poner sobre la mesa las reflexiones críticas y autocríticas que sean necesarias. Por lo menos, serían discusiones políticas interesantes, en las que todos estarían expuestos y no se elegiría un chivo expiatorio. Sin embargo, todo parece reducirse a la exclusividad o no de la responsabilidad de presidir el FA. ¿Para hacer qué? ¿Con qué ideas, propuestas, instrumentos? Nada de eso aparece hoy y es un hecho grave.

Esta forma de encarar las discusiones dentro del FA refleja las dificultades que ha tenido como fuerza política para pararse ante la población como un actor fundamental. No como apéndice del gobierno, sino con protagonismo activo, como promotor de iniciativas políticas hacia la población, como gran oyente de las preocupaciones de la gente y organizador de la comunidad. Como una organización que hace política de masas todo el tiempo, y no sólo cada cinco años.

La unidad frenteamplista no significa unanimidad, no lo ha significado nunca. Pero los debates deben ser relevantes, enriquecedores. Y vaya que es necesario debatir hoy sobre las alternativas que se abren para la izquierda en Uruguay, en la región y en el contexto internacional.

La crisis griega y su desenlace; las situaciones críticas en Brasil y en Venezuela; los avances sociales en América Latina y las amenazas para su sostenibilidad; la pobreza, que aún existe y se reproduce golpeando a la infancia; los modelos de desarrollo subordinados a la lógica del capital extranjero; las transformaciones estructurales en salud, educación, seguridad, cultura, convivencia; las experiencias cooperativas y autogestionarias; los movimientos sociales y los partidos son cuestiones que nos interpelan. Las prioridades del presupuesto nacional son aspectos relevantes del proyecto político.

Hay que reflexionar y debatir, sin caricaturas ni sectarismos, pero sin conformismo.

Desde 2005, el FA no tiene estrategia propia. En 2010, se construyó una discusión autocrítica importante que culminó en un documento que, entre otras cosas, decía: “La crisis de estrategia se expresa en la falta de líneas de acción política hacia la población, en la ausencia de campañas generales o locales, en la escasa participación de la fuerza política en la movilización y en el debate ideológico sobre los valores de nuestra sociedad. También en la dificultad para generar políticas hacia y desde los jóvenes, incorporando banderas éticas, políticas o sociales, objetivos y medios con arraigo en la juventud, que le abran espacio y a la vez la conviertan en un factor propulsor de los cambios”.

La derecha, entronizada en los partidos tradicionales, lanzó una campaña de oposición radical, sin contemporizaciones, aunque con pocas luces y propuestas.

¿Qué va a hacer el FA en los próximos cinco años? ¿Mirarse el ombligo, enconar sus diferencias internas, disputar los espacios de poder sectoriales, limitarse a esperar lo que haga el gobierno? ¿O, por el contrario, impulsará el debate político en la sociedad, promoverá campañas de masas para volver a darles a los frenteamplistas y a la población un rol de protagonistas y no de espectadores?

Decía el Plenario Nacional en 2010: “Hay que relanzar desde ya una estrategia de alianzas con los sectores sociales para profundizar el proyecto político desde ahora, y para darle sustentabilidad al proceso de cambio”. La campaña del No a la Baja fue un buen ejemplo.

Hoy debemos encarar otros. La educación y en particular la recomposición de la alianza docente-comunidad deberían ser motivo de campañas específicas, con debates y acciones pertinentes. Un Plan Nacional de Salud, que no tenemos, debería construirse en un amplio debate que desde lo local llegue al nivel nacional. La primera infancia es una prioridad nacional, en la que las familias, las instituciones educativas y de salud, pero también los partidos y los movimientos sociales, tienen un rol fundamental. El derecho a una alimentación adecuada requiere un cambio cultural y acciones por la seguridad y la soberanía alimentarias. El cuidado del medioambiente es una tarea de todos, una responsabilidad para asegurar el futuro de las próximas generaciones.

Hay que democratizar al propio FA, ampliando la participación de frenteamplistas en éstos y otros temas, definiéndolos como ejes de acción política colectiva, llegando a los que no son frenteamplistas. La política no puede reducirse a la administración del Estado o los líos internos. Hay que retomar la política como debate de ideas y proyectos, como acción colectiva, como construcción de una sociedad distinta, más justa y libre. Como decimos desde el colectivo El Taller, retomando a Rosa Luxemburgo, “luchamos por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.