La práctica de llevar un diario de sueños es común entre artistas que entienden su vida onírica como una cantera de inspiración, psicólogos, estudiantes de Psicología o quienes integran ciertas corrientes esotéricas. “La culpa es del sueño” puede entenderse como un diario onírico, o bien como una antología de sueños escrita en formato de poesía. Más allá de que un lector crítico no tiene por qué creer que cada uno de los poemas se refiere efectivamente a un sueño de Mariela Laudecina, la lógica onírica de los versos es indudable y le otorga al poemario una sólida coherencia temática y estilística. Unidas a esto se encuentran las ilustraciones y valores de diseño de Macachín, que dialogan con los textos enriqueciéndolos y sin caer en la obviedad. El resultado final es un libro objeto tan hermoso como singular.

Hay un tono de inocencia en la forma en que Laudecina cuenta estos sueños, y es allí donde reside buena parte de su originalidad. De esta manera se distancia de la tradición surrealista y genera cierta complicidad con el lector. Su voz recuerda el modo en que cualquiera podría narrarle sus sueños a un amigo o pariente. Hay un deleite en el soñar, un tono que parece decir: “Mirá las locuras que sueño, pero bueno, ya sabemos que los sueños son así”, lo que no deja de tener su cuota de humor. “Estoy muy enojada / Papá no me deja salir de casa / Mamá guarda silencio / está de acuerdo / Cierra la puerta con llave / A tu habitación, dice él / Tengo cuarenta años, grito / Siento la ofuscación en el cuello”.

Otro de los grandes méritos de la autora es el de haber encontrado un común denominador onírico, y el resultado es que no debería ser difícil para ningún lector reconocer ciertos elementos conocidos de sus propios mundos de ensueño. Me atrevo a afirmar esto a partir de las referencias de lo que suelo soñar y de lo que mis allegados me han contado sobre sus propias experiencias. Inundaciones de proporciones apocalípticas, la posesión del don de volar o cosas extrañas que suceden en el cuerpo de uno son experiencias oníricas bastante habituales.

El libro finaliza con una reflexión de Abelardo Castillo, que habla sobre lo aburridos que resultan los sueños ajenos. Uniendo cabos, puede conjeturarse que Laudecina, al considerar acertada esa observación, buscó conscientemente que estos sueños convertidos en poemas fueran lo menos ajenos posible para los lectores.

La atmósfera onírica de los versos se logra con varios elementos que no han sido muy comunes en la tradición literaria al tratar esta temática. El primero de ellos es la naturalidad: todas las situaciones narradas son aparentemente aceptadas por la voz narradora, de la misma manera en que quien sueña no suele cuestionar el carácter disparatado de los hechos en los que se siente inmerso.

Otro hallazgo importante es la escasa densidad de las escenas. Desde el punto de vista psicológico, está bastante estudiado que la imaginación onírica no tiene demasiada capacidad para procesar detalles y mantenerlos con suficiente coherencia. Así, por ejemplo, mirar la hora en un sueño puede dar como resultado cosas insólitas, o que el paso del tiempo no transcurra de una manera lógica. Otro ejemplo en este sentido es que las ciudades oníricas estén por lo general casi despobladas, porque no es posible imaginar una cantidad realista de peatones caminando por sus calles.

Los mencionados elementos pueden estudiarse, por ejemplo, en los siguientes versos: “Reparten peces en la calle / La gente se agolpa / hay disturbios”. Se acepta con bastante naturalidad la poco frecuente situación planteada y las consecuencias que tiene en el sueño. ¿Quiénes reparten peces? ¿Qué clase de peces es? ¿Cómo y por qué ocurren los disturbios? ¿Cómo es la gente que se agolpa? Estas preguntas sirven como ejercicio para poner en evidencia la estudiada falta de densidad.

Las características que comparte este libro de Laudecina con otras obras que han tratado el tema de los sueños son el sincretismo de diversos elementos, las presencias fuera de sus ambientes habituales y los pasajes de una situación a otra sin otro motivo aparente que el del propio fluir de la conciencia.

La culpa es del sueño resulta un interesante y sólido poemario, con una propuesta que probablemente sea de fácil acceso para los lectores poco habituados al género.