Misión: imposible es quizá la mejor serie actual de películas de acción del mundo occidental (el centro mundial actual de ese género, incluidas algunas series sensacionales, está en Asia), con historias que suelen tener su pequeña elaboración, pero sobre un tronco anecdótico de lo más sencillo.

Un personaje muy bueno (en ambos sentidos de “bueno”), con casi nula definición de rasgos psicológicos, pelea, asociado con unos amigos también muy buenos y leales, contra unos personajes muy malos. Tom Cruise es Tom Cruise, por más que su personaje se llame Ethan Hunt. Es el mejor en todo -física, intelectual, moral, culturalmente-. Está muy difundido que Cruise hizo incluso sus propios stunts, y sin trucos. Alzó vuelo colgado en la parte exterior de un avión en pleno despegue, tal como se ve en los afiches y la sinopsis (¡y fueron ocho tomas en total!), retuvo la respiración bajo el agua durante varios minutos (la toma es continua) y manejó el auto en las escenas de persecución. Su pinta y físico envidiables siguen llamando la atención aun a los 53 años de edad (del actor; el personaje podría tener 40). Pero también llega a una disquería e impresiona a la vendedora con su dominio de las minucias del jazz. Así que tenemos un caso bien acentuado de identificación entre el personaje-estrella y el personaje-personaje, del tipo más primario (y más pleno), tal como se daba en tiempos de Tom Mix o John Wayne.

Esa identificación, a su vez, se apoya en el marco ético-moral más difundido actualmente: Hunt está asociado a un grupito de leales colegas (entre ellos un negro grandote, muy crack en lo que hace pero también algo simple en su fidelidad a toda prueba al macho alfa blanco Cruise). Ese grupito comete acciones necesarias pero que contornean las trabas de la legalidad, para que el “mundo libre” siga libre y próspero. El mundo libre está encarnado por Estados Unidos y su gobierno. El organismo gubernamental secreto de Hunt se llama Fuerza de Misiones Imposibles: sus iniciales son FMI (y en inglés también coinciden: IMF).

El principal error del gobierno estadounidense es no confiar lo suficiente en el FMI y proponer desmantelarlo. Los fieles integrantes del grupo de elite no obedecerán y seguirán actuando por su cuenta, hasta demostrar a sus superiores que las consecuencias de su desconfianza -que ellos lograron evitar con su acción clandestina- habrían sido terribles. Pero el mayor error no es de los estadounidenses, sino de sus aliados los ingleses, casi igual de buenos, pero no tanto. Se trata de un error de planificación del servicio de inteligencia MI6, que terminó dando origen a un grupo terrorista apátrida llamado Sindicato.

No se nota ni una sombra de ironía en ese subtexto político-ideológico, pero, por otro lado, es tan sencillo y primario que la ironía puede brotar muy fácilmente de parte del espectador que, aun siendo el más izquierdista y antiimperialista de los seres, sepa tomar una mínima distancia y disfrutar de los valores de entretenimiento de una buena película reaccionaria. Sobre esa base, tenemos esencialmente una serie de secuencias de acción realizadas en forma sublime. Se puede disfrutar también del ingenio con que Hunt y sus colegas conciben y realizan acciones “imposibles”, aunque la principal exageración está en los planes complejos que parecen prever las suposiciones de la otra parte (“Fulano va a entender que lo estoy tratando de engañar, entonces va a simular que me cree y hará tal cosa, pero yo sabré que me estará engañando, haré tal otra y lo batiré”). La mejor de las escenas de acción, a mi gusto, es la persecución en moto en una carretera marroquí, filmada con una cercanía e intimidad (véase el juego con los reflejos en los cascos de los motoqueros) que amplía el vértigo y la aflicción.

La empatía de Tom Cruise incluye, por supuesto, una cuota importante de atracción sexual o de identificación (según la orientación del espectador o espectadora). Así que él siempre se muestra sensible y protector con las muchachas más bellas y aparentemente buenas: la vendedora de discos primero -esto sirve para generar una motivación anecdótica y para afirmar en forma preliminar ese rasgo del personaje- y luego, más importante, la agente doble Ilsa Faust, interpretada por la bellísima y sexy actriz sueca Rebecca Ferguson. Como vamos ya por el siglo XXI, Cruise (productor y figura central de la serie, estrella de la película, en buena medida personaje al que se rinde culto en ella) es también feminista. Así, el personaje Ilsa Faust es casi una versión femenina de Ethan Hunt: engañada, vencida y salvada por él, también lo engaña, lo vence y lo salva, y permanece como la entidad más enigmática de la película, la única que le pone algún matiz al maniqueísmo general, sin que, hasta el final, podamos discernir totalmente a qué está jugando.

Una bella actriz sueca, que para colmo tiene un gran parecido con Ingrid Bergman, interpretando un personaje llamado Ilsa... Por si alguno no lo llegó a cazar, entre los múltiples viajes -habituales en este tipo de películas- hay uno a Casablanca, Marruecos, incluida otra persecución sensacional en autos y motos por esas típicas callejuelas magrebíes.

Por supuesto, las convenciones cinematográficas dominantes son otro sustrato (junto al ideológico-político, y quizá no sean dimensiones separables más que en lo analítico) para el funcionamiento de esta película. El cometido es defender “nobles tradiciones”, llámense la supremacía blanca, la dominación occidental sobre el mundo, la dominación estadounidense sobre Occidente (y, por lo tanto, sobre el mundo) y Hollywood. Otra de las escenas más memorables no es sino una reelaboración expandida y virtuosística de la célebre escena en la ópera de El hombre que sabía demasiado, de Alfred Hitchcock (la versión estadounidense, de 1957, que a su vez reelaboraba y expandía su propio original británico, de 1934). James Bond también legó muchos genes a la estructura anecdótica.

La narrativa se alimenta, además de la persona cinematográfica de Cruise, de las anteriores películas de esta misma serie, y de los recuerdos de la serie televisiva (1966-1973) que la inspira, recordada sobre todo en el clásico tema musical de Lalo Schiffrin. Hay música casi todo el tiempo en la película, y es admirable cómo el virtuoso compositor Joe Kraemer construye a partir de variaciones de aquella composición toda la banda musical, empleando el aria “Nessun dorma”, de Giacomo Puccini, en la escena de la ópera y, desde ahí, como el tema de amor: el principio musical femenino.