¿Por qué empezó a enfocarse en el tema del cuerpo y cómo ha venido cambiando el tema desde entonces?

-Trabajo con el cuerpo a partir de mi tesis de doctorado de Sociología, de 1982, porque me sentía mal en la relación entre mi persona y mi cuerpo. Me pregunté sobre el cuerpo estudiando antropología y preguntándome cómo funcionaba la relación entre el cuerpo y la cultura en otras sociedades. Hice investigaciones sobre las percepciones sensoriales, corporales, las representaciones del cuerpo, las prácticas médicas, el dolor, el estatuto antropológico del rostro, qué significan el rostro y el cuerpo humano. Tengo investigaciones sociológicas, que son antropológicas, de la sociedad contemporánea, como Adiós al cuerpo [2013], un análisis sobre el desprecio al cuerpo en las sociedades occidentales. Mi trabajo trata primero de comprender el cuerpo, pero comprenderlo en el malestar del cuerpo, y como yo mismo, de joven, tuve conductas de riesgo, traté de comprenderlas. En las conductas de riesgo de los jóvenes está el cuerpo comprometido por medio del dolor, del shock, de la alcoholización, la toxicomanía, la anorexia, la bulimia, el cuerpo dañado.

Plantea que la ideología de los años 60 era cambiar el mundo, y después esa energía se volcó a cambiar el cuerpo. ¿Piensa que hay un vaciamiento de contenidos sociales o no puede coexistir esa centralización del cuerpo con un planteo sólido social?

-Existía esa posibilidad de transformar el mundo transformando el cuerpo para ser más feliz, pero hoy en día lo que domina en la sociedad es cambiar nuestro cuerpo ya que no podemos cambiar el mundo. Enfrentamos una crisis económica en todo el mundo, vemos reaparecer la miseria aun en sociedades como Francia, Alemania, Italia, Canadá, desigualdades sociales considerables, los ricos cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres; eso crea una crisis del vínculo social muy importante y hay un repliegue sobre uno mismo.

¿Cómo es la relación con el cuerpo en los diferentes estratos sociales?

-El piercing, los tatuajes, la cosmética y el fisicoculturismo tocan todos los niveles de la sociedad. La diferencia está en que los ricos gastan mucho dinero, pero los pobres se pueden hacer un tatuaje muy barato o comprar cosméticos en supermercados, hay acceso a esos elementos.

¿Ese énfasis en el cuerpo es común a todas las culturas?

-El hecho de que estemos en una sociedad de individuos lleva a la individualización del sentido y a la individualización del cuerpo: queremos tener un cuerpo que sólo le pertenece a uno mismo, un cuerpo de sí y para sí, una especie de firma de sí mismo. El cuerpo es mi representante, mi logo, mi imagen. No es más el dualismo alma-cuerpo sino que la persona es su cuerpo; yo soy mi cuerpo y no mi espíritu, mi alma, mi pensamiento. El cuerpo es una especie de materia prima para construir un personaje. Es un fenómeno que comienza por los años 80 en las sociedades occidentales, esencialmente en el rechazo de los grandes temas, las causas políticas y sociales.

¿Atraviesa todas las edades?

-Toca al conjunto de la sociedad, pero con mucho más impacto en las generaciones jóvenes. Los jóvenes crecen con la idea de que el cuerpo se puede cambiar, rehacer a todo momento, piensan que algún día podrán tener algo de tecnología dentro de su propio cuerpo, de prótesis. Las personas mayores no han vivido ese contexto pero cada vez más recurren al tatuaje, al régimen alimentario y a transformaciones de cirugía estética para evitar el envejecimiento.

¿Es como no querer ver la muerte?

Ese tema

La elección del tema del congreso de APU está relacionada con que “hoy en día, el cuerpo es un tema que está entrando a los consultorios, porque hay un sufrimiento que tiene que ver no solamente con lo psíquico sino con la disconformidad, y porque además hay un discurso de la sociedad sobre cómo debe ser el cuerpo”, expresó el psicólogo Hebert Tenembaum, integrante de la Comisión Científica de APU, quien asistió a la entrevista junto con Maren Ulriksen de Viñar, psiquiatra y psicoanalista que amablemente ofició de traductora.

-Tomar a cargo el cuerpo y dominarlo es conjurar la muerte. Los transhumanistas quieren ser inmortales, es parte de su programa: suprimir todas las enfermedades reemplazando todos los órganos de su cuerpo. Están convencidos de que las generaciones que vienen llegarán a la inmortalidad. Los transhumanistas son grupos estadounidenses, integrados por muchos más hombres que mujeres, que predican una mejora de la condición humana por medio de las prótesis, como en Avatar: el personaje central de la película es una persona discapacitada y va a “enchufarse” en un espíritu que cambia y es eternamente joven. Dos películas de ciencia ficción traducen muy bien lo que es el transhumanismo: Avatar, por la teletransportación, y Blade Runner, en la que el cazador de androides está encargado de matarlos pero muy pronto comprende que no hay criterios para definir cuáles son los androides y cuáles los humanos, y se pregunta si no será él también un androide; al final huye con una mujer androide. Hay libros estadounidenses que reivindican que los robots deberían tener derechos. La fantasía del transhumanismo liquidó toda la diferencia entre lo humano y la máquina: la máquina siempre puede mejorarse, es inmortal, mientras que nuestro cuerpo está destinado a envejecer y a morir. Como una forma de resistencia encontramos las caminatas; cada vez más personas hacen el Camino de Santiago de Compostela. En el contexto de sociedades neoliberales fundadas sobre la eficacia, la comunicación, la velocidad, el rendimiento, el utilitarismo, la marcha es lo opuesto, es el elogio de la lentitud contra la velocidad, de la conversación contra la comunicación, de lo inútil contra el culto de la utilidad, es la vida simple contra el universo del ultraconsumo.

Usted habla de la desideologización de los jóvenes y de una pérdida del sentido social y político, pero también hay muchas manifestaciones políticas en las que participan los jóvenes.

-Siempre hay que pensar en la ambivalencia del mundo. La fascinación por el consumo, la tecnología y la publicidad no contradice que en ciertos contextos los jóvenes puedan imponerse; por ejemplo, para mejorar el estatuto universitario. En mi universidad todos los estudiantes están con su celular, su computadora, aun los de sociología.

Pero hay grupos de Whatsapp que se pueden vincular con lo social.

-Los hikikomori son jóvenes japoneses que nunca salen de su casa, viven encerrados en su cuarto durante años pero tienen comunicación con todo el mundo; rechazan el cara a cara de la conversación, no quieren encontrar a nadie, pero comunican todo el tiempo. En Montevideo me impresionó una reunión de cinco jóvenes en un restaurante: todos estaban con su teléfono, no hablaban entre ellos. Es algo revelador de la sociedad del mundo de hoy. Las redes sociales son muy importantes, pero fuera del cuerpo, fuera del rostro.

Los griegos y otras culturas ancestrales también hacían intervenciones en los cuerpos. ¿Cuál es la diferencia con las actuales?

-Nadie escapa a la transformación. En las sociedades tradicionales, los tatuajes, las marcas corporales, tienen un valor de integrarse a la cultura del grupo, van a lo religioso, a lo ancestral. Ahora nos tatuamos para individualizar nuestro cuerpo, para separarnos de los otros, pero es una fantasía, porque el tatuaje está integrado en un inmenso mercado internacional, y muchos artistas y deportistas son modelos de tatuajes para millones, sobre todo para los jóvenes. Cuando hacemos intervenciones con los adolescentes, ellos dicen: “Yo quise apropiarme de mi cuerpo, diferenciarme”; tienen la impresión de que su tatuaje es el único en el mundo.