Se reanudó ayer en Roma el juicio por el Plan Cóndor, iniciado en marzo después de más de diez años de acumulación de pruebas por parte del fiscal Giancarlo Capaldo y de su sustituta Tiziana Cugini. El juicio tiene más de 30 imputados y más de 40 víctimas latinoamericanas con ciudadanía italiana. El único imputado que no es juzgado en ausencia es Jorge Néstor Tróccoli, uruguayo, que reside en Italia desde que se fugó del país, en 2007, cuando la Justicia uruguaya lo citó a declarar.
La audiencia de ayer empezó con un largo debate sobre las listas de testigos admitidos a declarar y el nuevo calendario de las audiencias. En la última audiencia de julio, la jueza Evelina Canale había comunicado la necesidad de armar un nuevo calendario y de reducir a 50% las listas de testigos; convocó a las partes a limitarse a testigos que “puedan aportar pruebas directas sobre los casos en examen”. Ayer, el abogado Fabio María Galiani, defensor del Estado uruguayo, advirtió que se requiere conocer con tiempo las citaciones para poder organizar de la mejor manera el trabajo y los traslados de las personas. La Corte ordenó a la fiscal Cugini presentar en la audiencia de hoy un nuevo calendario que tenga en cuenta todas las instancias.
En el origen
La uruguaya María Bellizzi, acompañada por su hija Silvia, relató en la audiencia la desaparición de su hijo Andrés Humberto. En las pantallas del Aula pasaron las fotos en blanco y negro de la familia antes de la tragedia. A los 91 años atravesó el océano para decir “que hace 40 años que lo estamos buscando, y ya no creemos más en los cuentos de hadas. Sabemos quiénes son los responsables y sabemos que eso, a pesar de que la Corte sólo quiera pruebas, es también un juicio político”. Bellizzi fue una de las uruguayas con ciudadanía italiana que en 1999, junto con Luz Ibarburu, Aurora Meloni, Marta Casal de Gatti y Cristina Mihura, presentó ante el fiscal Capaldo la denuncia que dio origen al juicio.
“Estoy aquí para contar lo que viví, vi y oí en los centros de torturas paraguayos entre 1974 y 1977”. Martín Almada, que en 2002 ganó el Premio Nobel Alternativo por el descubrimiento del Archivo del Cóndor, fue el primero de los testigos que declaró ayer. Paraguayo, maestro de escuela primaria, seguidor de la metodología libertadora de Paulo Freire, presidente de los maestros en su país en los años 70, fue secuestrado en Asunción el 26 de noviembre de 1974. Un vehículo rojo, que era un centro de tortura móvil, como él mismo señaló a la Corte, lo secuestró en la calle junto a su sobrino. Los dos terminarían en dos centros distintos; el sobrino perdió un ojo en la tortura. Almada terminó su viaje delante de un grupo de militares, una especie de tribunal compuesto por militares paraguayos, brasileños, argentinos, chilenos, bolivianos y uruguayos, que atormentaban a sus víctimas con la cara descubierta. Sufrió 30 días de tortura y se enteró de que también su esposa había sido secuestrada. A ella le hacían escuchar su tormento hasta que un día le entregaron su ropa ensangrentada. En otro momento le dijeron que su esposo había muerto y que tenía que ir a recoger el cadáver; a la mujer le dio un infarto. A los tres años, una campaña internacional impulsada por Amnistía Internacional y el Comité Mundial de Iglesias y Organizaciones de Derechos Humanos logró sacar a Martín Almada de aquel infierno. Se exilió en Panamá y después en París. Dos preguntas quedaron en su mente: por qué fue torturado por militares extranjeros y cómo murió realmente su mujer (le dijeron que se había suicidado). Eso fue el empuje que lo llevó, después de 15 años de investigaciones, a encontrar el Archivo del Cóndor en Paraguay, conocido como “El archivo del terror”. La pista surgió del examen y seguimiento de una revista policial y de noticias y informaciones que le llegaban por fuentes reservadas. En 1992 solicitó ante el juez José Agustín Fernández el allanamiento del Archivo de la Policía. Mientras se gestionaba su pedido fue contactado por una mujer que declaró que los papeles que él estaba buscando no estaban en la capital, sino en un depósito fuera de la ciudad. La comitiva judicial llegó a la Sección Producciones de la Policía Nacional en Lambaré a las 11.00 el 22 de diciembre de 1992 y encontró alrededor de tres toneladas de documentos relacionados con el operativo Cóndor. Algunos de ésos fueron presentados ayer en el Aula búnker de Roma. “Hay miles de fotografías -dijo Almada-, documentos que atestiguan la coordinación de Estados Unidos en toda la operación, invitaciones a reuniones, fichas descriptivas con referencias personales y declaraciones obtenidas y redactadas en los cuartos de tortura; hasta documentos que establecían lo que tenían que comer los detenidos y lo que le tocaba a la tropa presente en el centro. Y un documento que tenía como título: “Como mantener en vida un torturado”. Ese documento, relató Almada, desapareció misteriosamente del archivo.
“Cuando descubrimos el Archivo del Cóndor teníamos miedo de la reacción de los militares y sabíamos que los documentos necesitaban una protección para evitar que alguien pudiera entrar y sacar de allí documentaciones e informes. Así golpeamos las puertas de todas las embajadas, pero nadie abrió. Después vino la Embajada de Estados Unidos y nos ofreció asistencia técnica. La rechazamos, pero la Corte Suprema de Paraguay firmó un acuerdo con la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) por medio de la embajada estadounidense y hoy nuestro archivo está en estas manos. Estamos muy preocupados por eso”, dijo Almada a la diaria. Entre los documentos hay una carta del general Manuel Contreras Sepúlveda (uno de los imputados del juicio, fallecido en agosto de 2015) al general paraguayo Guanes Serrano que tiene como título “Primer encuentro de trabajo de inteligencia nacional”; el “pre Cóndor”, le llama Almada. Contreras indicaba las instalaciones de la Dina (Dirección de Inteligencia Nacional, policía secreta de la dictadura de Augusto Pinochet en Chile) como el cuartel general para la centralización de la información sobre personas y organizaciones “conectadas con la subversión”, algo similar a una Interpol dedicada a la subversión.
“El Cóndor ha tenido dos movimientos: por un lado, una cara más tranquila, en Brasil, Bolivia y Paraguay, donde la izquierda ya estaba derrotada, y por el otro, una cara implacable en Argentina, Chile y Uruguay, donde había grandes movilizaciones y organizaciones, y por eso el mismo Kissinger [Henry, entonces secretario de Estado de Estados Unidos] ordenó cortar cabezas”, sostiene Almada. Agrega que aún estamos en las garras del Cóndor, que sigue actuando bajo otra forma: “Esa operación tiene tres etapas: la primera, el pre Cóndor, empieza en 1964 y se desarrolla en Brasil, después viene la fase multilateral que empieza en 1975 en Santiago de Chile. Ahora el Cóndor sigue volando por medio de la Conferencia de los Ejércitos Americanos que se reúne cada dos años, en noviembre, en un país diferente, y prepara listados de subversivos de América Latina. Esa operación significó la eliminación de fronteras para la eliminación de gente que tenía un pensamiento diferente. Dejó más de 100.000 víctimas en el Cono Sur de América Latina. Una bomba atómica que hizo sus víctimas entre los dirigentes sindicales, los estudiantes, los artistas, los profesores, los religiosos, los abogados, los médicos, los intelectuales. La clase pensante de América Latina se cortó entre 1975 y 1985”.