El 31 de diciembre publiqué en la diaria una nota, titulada “¿A la izquierda del crecimiento económico?”, en la que intentaba argumentar sobre la importancia que tiene el crecimiento para cualquier experiencia de izquierda en el gobierno y, por tanto, sobre la relevancia de mantenerlo en nuestro país. En su último número, Brecha publicó una nota de respuesta de Rodrigo Alonso (a quien no conozco, pero me voy a permitir tutear), en la que contrapone conceptos que manejé y hace referencias algo fuertes. Susceptibilidades a un lado, intentaré responder a algunos de los conceptos manejados.
Primero, resulta llamativo que lo único que entienda Rodrigo ante el planteo de la importancia de mantener el crecimiento económico sea un solapado llamamiento a la rebaja salarial: “Si no se está dispuesto a alterar aspectos clave de la formación económica uruguaya, la única forma de apostar por el crecimiento en una fase de bajo precio de las materias primas es sobre la base del abaratamiento generalizado de la fuerza de trabajo”. Es como si hubiera creído la prédica de la derecha de que el problema del país es una fuerza de trabajo muy sindicalizada que gana demasiado y un Estado que cobra demasiados impuestos. Sólo así se puede explicar que entienda que la única manera de lograr crecimiento en este contexto es bajar salarios y gasto público social. No estoy de acuerdo. Eso nos llevaría a una recesión lisa y llana. Buena parte del atraso en el desarrollo de las fuerzas productivas en Uruguay tiene que ver con incapacidades de los empresarios que, como demuestran variadas investigaciones [1], prácticamente no innovan ni arriesgan (históricamente casi no han invertido, algo que, por suerte, viene cambiando gracias a instrumentos utilizados por gobiernos del Frente Amplio). Por tanto, “el compromiso por el crecimiento” con el que Rodrigo caricaturiza mi planteo también podría ser el marco para medidas transformadoras de la estructura económica nacional, como requisitos de reinversión para sectores favorecidos con medidas de política, el manejo de instrumentos (algunos ya en práctica) que alteren las rentabilidades sectoriales relativas, promoviendo el desarrollo de eslabones más sofisticados y con posibilidades de inserción en cadenas globales de valor, la promoción de la autogestión y el cooperativismo, o la inclusión de trabajadores en el directorio de grandes empresas (como hacen en países europeos), para comprometerlos con la producción e incrementar su productividad. Claro, esto no debería afectar sustancialmente el incentivo del capital a invertir, para que no sean contraproducentes (ésa es la esencia de mi artículo).
Quizá nada de eso tenga la mística del “avance sobre el metabolismo del capital”, como propone Rodrigo, pero son medidas que han demostrado su poder transformador en diferentes países y tienen la ventaja de que, bien aplicadas, mejoran la calidad de vida de las grandes mayorías. Porque de eso se trataba, ¿no?
Rodrigo concluye que mi planteo “acaba arrimando agua para el molino del ajuste”. Justamente lo contrario: para evitar el ajuste, es indispensable relanzar el crecimiento, por una verdad que es una simple identidad contable en Cuentas Nacionales. El par “crecimiento-distribución” sobre el que Rodrigo ve girar mi artículo es, ni más ni menos, que las dos caras de la misma moneda, por el simple motivo de que no se puede distribuir la riqueza que no se produce. Ante una caída drástica de la producción -y eso pasa en cualquier sociedad y en cualquier modo de producción-, el ajuste se produce, ya sea impulsado por el gobierno o por el mercado. Pero seguro que se produce; y siempre es doloroso y afecta a los más vulnerables. Hay ejemplos de ajustes terribles con la complicidad de los gobiernos, como en España y Portugal, donde se produce vía precio de la fuerza de trabajo, luego de un larguísimo período de ajuste vía cantidad, con niveles de desempleo altísimo que “disciplinan” a la fuerza de trabajo.
Hay ejemplos de ajustes con gobiernos con sobradas credenciales izquierdistas, como Syriza, en Grecia, donde hubo un sincero intento de evitar el ajuste retrógrado que le imponía la Unión Europea, pero que fue aplastado por el peso del endeudamiento, la intransigencia europea y -oh, casualidad- la caída de la producción y un desempleo angustiante. O en Venezuela, donde el ajuste, tan o más terrible que en los casos anteriores, se procesa vía inflación. Es que la inflación, a cierto nivel de abstracción, puede interpretarse como la puja de diversos sectores sociales por acceder a cuotas crecientes de un ingreso que no crece. Casi 200% de inflación pulveriza la renta de los sectores de ingresos fijos y afecta a los más vulnerables. En esos casos, no hay control de precios ni “avance sobre el metabolismo del capital” que te salve. En Uruguay tenemos 40 años de experiencia al respecto. Para evitarlo, es fundamental seguir avanzando en el desarrollo de las fuerzas productivas: no entenderlo sí es “arrimar agua al molino del ajuste”.
En otro pasaje, autoproclamándose representante de la clase trabajadora uruguaya (“A los uruguayos que vivimos de nuestro trabajo […] no nos basta con administrar el par crecimiento-redistribución para enfrentar el complicado escenario que ya se nos viene encima”), Rodrigo señala acertadamente uno de los problemas que explican la situación dependiente de la economía uruguaya: “Somos un país 'ni-ni': ni alta productividad ni mano de obra barata”. Ante tan correcta constatación, supondríamos que luego explicaría las vías para lograr un aumento sostenido de la productividad, en tanto abaratar la mano de obra no sería una salida aceptable del dilema planteado. Sin embargo, lejos de eso, opta por un recitado lleno de mística (pese a que cuestionó mi artículo porque “deja la sensación de eslogan vacío”): “Avanzar sobre el metabolismo del capital, no sólo en materia de redistribución del ingreso y la riqueza sino también en lo que hace al control directo de la producción en áreas clave”. Suena lindo, pero ¿qué quiere decir? Como no lo explica, suponemos que se refiere a estatizar empresas, quizá también la tierra, como factor productivo esencial del país. Ahora bien, saliendo de la retórica vacía y yendo a lo conceptual: ¿eso ayuda a lograr aumentos sostenidos de la productividad? ¿La propiedad estatal o colectiva de los medios de producción nos pone a resguardo de los ciclos del capitalismo mundial? La historia -el único laboratorio que tenemos quienes estudiamos la sociedad- parece responder que no. Economías dependientes y altamente “socializadas” sufren de igual o peor manera los ciclos económicos, porque la clave en la modalidad de inserción a la economía mundial (y por tanto el nivel de subordinación en esa relación) no está en quién detenta la propiedad de la unidad productiva, sino en qué se produce y, particularmente, cómo se produce. Basta observar los impactos de los vaivenes del precio del azúcar en la economía cubana o el devastador impacto actual de la caída de los precios del petróleo en Venezuela o Ecuador. ¿Acaso el control total que tiene el Estado venezolano en el manejo del principal recurso natural del país lo pone a salvo de la coyuntura crítica? ¿El significativo “avance sobre el metabolismo del capital” en Venezuela evita las consecuencias del ciclo del capitalismo? Por el contrario, con una inflación descontrolada y un desabastecimiento insoportable, los trabajadores venezolanos han preferido, masivamente, votar a una oposición retrógrada, llena de elementos golpistas, antes que “avanzar sobre el metabolismo del capital”. Hay que tener la humildad de escuchar a los pueblos.
¿La propiedad estatal o colectiva de los medios de producción es una solución a la baja productividad? No parece ser el caso, al menos no como regla general. Basta observar cómo PDVSA ha disminuido su producción petrolera 10% entre 2005 y 2013 [2] (y con precios del petróleo en niveles exorbitantes), cuando es el país con mayores reservas del mundo. O, sin ir tan lejos, cómo ANCAP ha destruido riqueza por valor de cerca de 800 millones de dólares en cuatro años. Esto no quiere decir que las empresas públicas sean malas, como lo pueden atestiguar Antel, sistemáticamente superavitaria y proveedora de una de las mejores y más baratas conectividades en el mundo, y OSE, que nos permite disfrutar de agua potable a precios irrisorios (la derecha, cuando insiste en lo ineficiente y caro de Uruguay, nunca compara los precios del agua potable). Pero sí es un llamado al raciocinio y al análisis antes de caer en las soluciones mágicas. Lo ha venido haciendo Cuba, que ha vuelto parcialmente atrás con la colectivización de la tierra luego de constatar productividades bajísimas y vastas extensiones sin siquiera ser trabajadas, mientras el país depende de la importación de alimentos. O, yendo a los orígenes, como hizo el propio Lenin con la Nueva Política Económica [3]; ¿o será que Lenin también planteó eslóganes “más propios de una consigna de las cámaras empresariales que de una reflexión de izquierda”? Nunca se sabe.
Otro elemento desconcertante que maneja Rodrigo es una curiosa banalización de la estructura social del país, que sólo distingue entre “los de arriba” y “los de abajo”, eso sí, construyendo frases llenas de épica: “los límites de los de abajo no pueden ser los privilegios de los de arriba”. Es que 60% (mayoría absoluta) de la población del país tiene ingresos per cápita líquidos promedio que, calculados para un hogar tipo de tres integrantes, van desde algo más 45.000 pesos a poco más de 180.000 pesos al mes [4], según el Instituto Nacional de Estadística. ¿Esos son de arriba o de abajo? Ahí hay trabajadores calificados, funcionarios públicos, maestros, microempresarios, profesionales (como Rodrigo y como yo, que, dicho sea de paso, somos considerados por parte del marxismo contemporáneo no como “trabajadores”, sino como usufructuarios de una renta monopólica asociada a la propiedad exclusiva de un factor productivo especial: el conocimiento). Hay también muchos ligados a los agronegocios, otros dependientes de empresas trasnacionales, que cada vez más trabajan en las nuevas tecnologías. ¿Cuántos de ellos avanzarían sobre el “metabolismo del capital”? La complejidad de la sociedad nos obliga a avanzar paso a paso, construyendo alianzas que sustenten proyectos de cambio profundo y que no sean una vuelta atrás en la siguiente elección. Si será compleja la realidad que algunas de las transformaciones más profundas de los últimos años en Uruguay contaron con la oposición militante de grupos pertenecientes al cerno de los sectores populares: la reforma de la salud, que desmercantilizó el acceso a la atención de la salud, se enfrentó a la Federación de Funcionarios de Salud Pública; el plan Ceibal, que, en sus orígenes, fue resistido por los gremios docentes, y la reforma energética, que está superando la histórica y tremenda dependencia energética del país, es cuestionada por el gremio de UTE.
La contraposición oligarquía-pueblo es demasiado gruesa como para comprender la riqueza y el cruce de intereses en la sociedad actual. Por suerte la izquierda uruguaya entendió hace muchos años la necesidad de construir alianzas sólidas que abarquen a la mayoría de la población y que se transformen en el sustento y la defensa de los avances logrados. Y a esas alianzas hay que cuidarlas, porque los cambios profundos se hacen con medidas que perduren, y no con frases grandilocuentes. ¿Las experiencias recientes en Argentina o en Venezuela no avanzaron sobre el “metabolismo del capital”? ¿No nacionalizaron empresas relevantes en diferentes rubros? ¿No se proclamó, sobre todo en Venezuela, el fin del capitalismo y el salto al socialismo? En ambos casos hubo cambios profundos y positivos, sin duda, pero también provocaron un milagro aun más llamativo: que la mayoría absoluta de la población se volcara a opciones que parecían impresentables, con elementos ligados a lo peor de la derecha nostálgica de las dictaduras y que en otra coyuntura jamás habrían obtenido esos resultados. ¿Qué quedará de los cambios positivos realizados? La mejora del nivel de vida de las grandes mayorías es algo muy serio como para timbearlo en frases efectistas. Como socialista, estoy convencido de que la superación del capitalismo se realizará paso a paso, en democracia, de acuerdo con las posibilidades de cada etapa, construyendo alianzas que la sustenten y siempre con medidas que mejoren la calidad de vida de las mayorías. El camino no está escrito y el recetario revolucionario no tiene validez general. Incluye la construcción de un poderoso sector de economía autogestionaria, innovadora, asociada a una explosión en la generación y la difusión sin límites del conocimiento. E insertando cuñas en el capitalismo que habiliten la democratización de los ámbitos productivos privados, la participación de los trabajadores en decisiones empresariales que los comprometan con los objetivos productivos y, por qué no, socializando medios de producción en algún caso. Pero no como receta general, sino cuando un serio y profundo estudio señale la conveniencia productiva o social de hacerlo. El desarrollo de las fuerzas productivas ha tumbado sucesivos modos de producción; el capitalismo no debería ser la excepción [5]. Y siempre apostando a crear seres libres, educados, politizados, conscientes. Porque a la larga no hay atajos.
Ver, por ejemplo, Bittencourt, G. (2012): IV Encuesta de Actividades de Innovación en la Industria Uruguaya (2007-2009). Principales Resultados. O del mismo autor y año: II Encuesta de Actividades de Innovación en Servicios (2007-2009). Principales resultados.
Datos de la OPEP de la que Venezuela es miembro activo. Se puede chequear en: http://www.opec.org/opec_web/en/publications/338.htm
En 1921, volviendo atrás medidas de la etapa del “comunismo de guerra” Rusia permitió la iniciativa privada en variados sectores y aspiraba a captar inversiones extranjeras para el desarrollo industrial.
Datos obtenidos de procesar la ECH 2014, actualizando los valores a precios de dic.2015 por IPC.
En una reciente entrevista Erik Olin Wright, uno de los principales teóricos del marxismo académico contemporáneo señala elementos que abonarían en este sentido. Vale la pena leerla. Disponible en: https://www.jacobinmag.com/2015/12/socialism-marxism-democracy-inequality-erik-olin-wright/