La literatura escrita por los afrodescendientes en Uruguay es un objeto de estudio absolutamente indiferente para la crítica cultural. Al contrario de lo que sucede con críticos estadounidenses, por ejemplo, es una literatura que se escribe a espaldas del mainstream y que está presente, sin embargo, desde 1830 en el país. Se trata de una literatura alternativa porque siempre circuló en la prensa y las revistas de organizaciones de afrodescendientes, con un público acotado y lejos de los ámbitos de legitimación del campo literario así como de la industria editorial.

Tampoco los nuevos medios digitales presentan una gran variedad, excepto el blog del poeta Miguel Ángel Duarte López y de la Red de Escritores/as y Creadores Afrodescendientes, gestionada por Graciela Leguizamon. Ella afirmaba en 2008 que no había textos de escritores afro en las antologías de poesía, “salvo en libros cooperativos editados por grupos como Asociación de Escritores del Interior, ERATO, Botella al Mar, Grupo aBrace de ediciones Bianchi”. Todas editoriales con escasa o nula visibilidad en los medios de comunicación hegemónicos.

Tal vez el ejemplo más claro es el de Jorge Chagas, quien ha publicado libros de periodismo de investigación (con Gustavo Trullén) y una considerable obra de ficción, con algún éxito en ventas y reediciones. Chagas desarrolla su actividad con la editorial Rumbo (que no integra la Cámara Uruguaya del Libro), en los talleres literarios de Lauro Marauda y con el grupo que impulsa la Casa de Escritores. Esto indica que no circula por el centro del campo literario, conformado por grandes editoriales (multinacionales y nacionales), los medios de comunicación y los especializados en literatura.

Chagas no es un escritor marginal o sin lectores, su obra circula y es leída por mucha gente.

Hay tres dimensiones, entrelazadas, que influyen en la invisibilización de esta literatura, señaladas oportunamente por autores como Ildefonso Pereda Valdés o Alberto Britos Serrat: la influencia de la situación socioeconómica, el autodidactismo y la falta de estímulo estatal a su producción. Según Pereda Valdés en su “Desarrollo intelectual del negro uruguayo”, en el capítulo del libro El negro uruguayo (1965), la literatura de los afrodescendientes se divide entre un siglo XIX en el que los escritores “debían expresarse en un estilo blanco por precaución y discreta reserva impulsados por un complejo de inferioridad que no les permitía erguirse rebeldes y apenas sí solitarios”; y un siglo XX en el que “se puede encontrar el gesto de rebeldía de una raza”. Por su parte, Britos, en su Antología de poetas negros uruguayos (1990), plantea una división similar. En su selección se distinguen dos tramas de significación: el legado africano y la denuncia social.

Memoria y resistencia en la poesía

En la poesía de los escritores afro aparece una tendencia de reconexión con los antepasados que se basa en crear un simulacro del habla de los esclavizados. El primer antecedente de este tipo de discursos en Uruguay es el “Canto patriótico a la ley de vientres de 1830”, del poeta Acuña de Figueroa, quien ocupó un lugar central en el canon poético nacional. El poema de Acuña inauguró una forma de hacer poesía para los propios afrodescendientes. Un ejemplo en esa línea es Juan Julio Arrascaeta (1899-1988), cuyo poema “El tambo” sirve de ejemplo. En el texto intercala un español estándar con expresiones del “habla” de los esclavizados: “Entre la maraña / de la selva tropical / el hombre malo / me arrancó / Tu son llora mi tristeza / Son congo tambó, bo / Son congo tambó, bo / Son congo tambó, bo / Son congo tambó, bo”. En “Testimonio negro” el poeta radicaliza el procedimiento y escribe su texto enteramente en esa lengua. Existe también una literatura de reconexión con África que ahonda en un sentido más político e incluye a la diáspora africana en todas las Américas. Los poemas de Manuel Villa a Nelson Mandela y Angela Davis, o los textos de Carlos Cardozo, apuntan en esa dirección.

Otra línea en la poesía de los afrodescendientes es la denuncia del racismo, la discriminación y la pobreza. En este enfoque aparece a veces cierta representación del negro como víctima. Pero hay también una veta de denuncia social combinada con formas de vanguardia, como la prosa poética de Manuel Villa y Cristina Rodríguez Cabral, la mujer que tal vez sea el exponente más importante de la poesía escrita por afrodescendientes uruguayos. Pero Rodríguez produce y publica en Estados Unidos, por lo que es una de las pocas autoras afrodescendientes vivas a las que se dedican estudios académicos.

La poesía de Rodríguez Cabral, poco conocida en nuestro medio, muy analizada fuera del país, combina la memoria de los ancestros, las reivindicaciones del colectivo afro y una perspectiva de género. De hecho, una importante antología de su obra publicada en Santo Domingo en 2004 se titula Memoria y resistencia. Con esas dos palabras, Rodríguez Cabral engloba el sentido de una poesía que, a veces de un modo descarnado, sin muchas metáforas, da cuenta de la experiencia de ser mujer negra y pobre, que habla también de una necesidad por recordar y reafirmar los valores heredados tanto de su familia como de África. En el poema “Candombe de resistencia”, Rodríguez Cabral se centra en este pasado familiar: “Mi abuela fue lavandera / y mi abuelo historiador. / Mi abuelo hablaba del racismo / y del deber ser de cada Negro / de mostrar, siempre de sí mismo, / lo mejor, / de dignificar su procedencia ancestral / de enorgullecerse de su acervo cultural”. Sobre ese legado familiar y comunitario, Rodríguez Cabral construye su poesía como afirmación de lo afro y como resistencia al racismo.

Narrar lo afro

Jorge Chagas se destaca por varias razones. Es un novelista y en tal sentido se desvía de la poesía, género en el que algunos autores afrodescendientes se destacaron, y del teatro, menos visitado, pero que cuenta con la figura activa de Jorge Emilio Cardoso (1938). Desde su primera aparición en 2001 con la nouvelle La soledad del General, Chagas está produciendo una literatura que saltó algunas barreras del mercado editorial y sus textos alcanzaron en alguna ocasión las dos o tres ediciones. Y también en los reconocimientos, ya que tres textos suyos fueron premiados en los Premios Anuales de Literatura del Ministerio de Educación y Cultura: Gloria y tormento (2003), La sombra (2011) y este año una novela inédita sobre Latorre. Su literatura no aborda los temas manejados tradicionalmente por la poesía.

A su vez, sus búsquedas estéticas no están tan alejadas del gusto hegemónico contemporáneo. En concreto, las ficciones de Chagas están asociadas al fenómeno denominado “nueva novela histórica”, que la crítica literaria local ha asociado al contexto de la posdictadura y ha definido como reescrituras de la historia. En muchos casos estas novelas construyen ficción a partir de lagunas en la historia o por medio de personajes marginales que habilitan la parodia, la distancia irónica o la crítica de grandes hechos o de personajes. El camino elegido por Jorge Chagas es el del “uso de la historia”, y no necesariamente la reconstrucción histórica, lo que le permitió introducir muchos elementos ficcionales y también desafiar el relato nacional por medio del abordaje de personajes históricos afrodescendientes.

A excepción de la novela Agua roja (2008), en la que asume el punto de vista de un miembro de los escuadrones de la muerte durante la dictadura cívico militar (1973-1985), Chagas ha tocado temas o personajes asociados a la comunidad afro. En La soledad del General (2001) decidió mostrar un héroe nacional como Artigas desde un punto de vista humano, lejos del bronce de la estatutaria y de las leyendas nacionales. En esa novela aparece como personaje secundario Ansina, un afrodescendiente que acompañó a Artigas en el exilio. Es esa figura negra, entre histórica y mítica, la que protagoniza la novela La sombra (2014), en la que Chagas no solamente desacraliza la historia sino que desplaza a Ansina del lugar de sumisión en el que el Estado lo colocó históricamente, y así lo reivindica como héroe y ejemplo para la comunidad negra.

La primera vez que me entrevisté con el escritor, en julio de 2012, fue para saber sobre el proceso creativo de La soledad del General. Chagas aceptó la invitación, pero me adelantó por correo electrónico que “la obra donde trato en profundidad el tema de los afrodescendientes es Gloria y tormento. La novela de José Leandro Andrade (2003)”. Y era cierto. En esa novela Chagas eligió narrar una historia polémica. El famoso jugador de fútbol, campeón olímpico y mundial, en el punto más alto de su carrera, fue invitado por la comunidad afro montevideana para un banquete en su honor y no se presentó. Una versión de Gloria y tormento llegó al Carnaval oficial con la comparsa Yambo Kenia en 2007. Los ecos del desplante de Andrade están todavía presentes en las letras que Yambo Kenia le dedicó en aquel Carnaval.

Coda: Racismo y literatura

En la literatura, como en otros aspectos de sus vidas, los afrodescendientes tienen problemas graves. Las excepciones de Chagas o Rodríguez Cabral no impiden ver el bosque. El Censo Nacional 2011 muestra brechas importantes entre blancos y afrodescendientes en el acceso a la educación, la vivienda o el trabajo. No hay Censo Nacional que ponga en evidencia la invisibilidad de los escritores y escritoras afro en la cultura hegemónica uruguaya, ni la indiferencia de la crítica ante su producción.

A pesar de eso, los artistas persisten, escriben, publican, e incluso son reconocidos, ante el silencio apabullante de la crítica. Si eso no es racismo institucional, ¿qué es?