Malvín es uno de los barrios donde el boom del candombe se sintió fuerte hace unos diez o 15 años. Dentro de un perímetro de no mucho más de 30 cuadras se juntan y salen hoy en día La Gozadera, La Figari, Elumbé, La Dominó y La Chilinga (se me puede estar escapando alguna).

Recientemente, las Llamadas de San Baltasar -que se realizan los 6 de enero en el Barrio Sur, y que de ser un acontecimiento casi íntimo pasaron en los últimos años a una dinámica glamorosa y seudocompetitiva- despertaron polémicas sobre la espectacularización del candombe, sus transformaciones, la legitimidad o ilegitimidad de sus amantes y representantes, su evolución y el lugar de la “tradición original” (si es que algo así es pensable o tocable).

En familia

El “dueño” de la comparsa -así me lo presentan- es Benjamín Arrascaeta, con 60 llamadas y unos años más encima. Como cuenta con orgullo, tuvo la suerte de salir en las primeras llamadas “oficiales”, en 1956. Vivía en el conventillo de la calle Charrúa entre Pablo de María y Juan Manuel Blanes, y fueron su padre, Fausto Arrascaeta (bailarín y gramillero), y Andrés Macedo (alias Cunga, repique de la comparsa y jefe de cuerda) los responsables de sacarlas a la calle. Benjamín recuerda aquellos años, a figuras como los “lanceros” (personajes más próximos a la raíz africana de la tradición), y que el candombe se hacía en cumpleaños, fiestas y asados hasta que empezó a salir a la calle. Cuenta que su compañero entrañable de toque por esos años era Arreondo Quintanilla, con quien después fundó la Sonora Cienfuegos, iniciando la veta tropical de su trayectoria en la música.

En 1956 Benjamín tenía 13 años, y desde entonces no paró de tocar ni un año. No cree que el candombe sea cosa de negros sino de todos, y afirma que siempre fue así, que en el conventillo vivían y tocaban negros y blancos, juntos e integrados. Dice que antes se tocaba con menos tambores y que para él “con 15 alcanza”. Con esa cantidad empezó a tocar Elumbé, “y no sabés qué rico sonaba, qué rico”, enfatiza. En su opinión, entre 15 y 30 tambores es el número ideal, y lo que explica que hoy se salga con más es el crecimiento y difusión del candombe, con cada vez más gente que quiere tocar y participar. Aunque eso le preocupa, coincide con su hijo Alejandro (jefe de cuerda de Elumbé) en que hay que asumirlo, porque el candombe, reitera, es de todos. Alejandro va más allá y dice que la cosa va a seguir creciendo, que recién estamos saldando una deuda histórica con el candombe y reconociendo la riqueza cultural que tenemos, dándonos cuenta de que nació acá y de que somos uno de los pocos países en los que se toca con lonja, palo y mano.

La preocupación por el toque es subrayada varias veces por padre e hijo, como característica de Elumbé y aspecto que consideran fundamental para mantenerse cerca de la raíz, cuidando el instrumento y saliendo a tocar con él bien afinado. Benjamín se niega a darme nombres, pero comenta que algunas comparsas tocan algo que se parece más a la conga cubana...

Elumbé ha estado entre los primeros puestos de las Llamadas en los últimos años, y los Arrascaeta señalan que es un gran mérito para una “comparsa de barrio”, sin grandes patrocinadores y que busca dar prioridad a lo cualitativo. Es una empresa familiar: empezó en el Buceo, en Miraballes y Colombes, como una idea de Alejandro y de su tío Ernesto Santos, hoy fallecido, a la que se sumó protagónicamente Benjamín. Su hija Adriana dirige la comisión de diseño que se encarga del vestuario y la puesta en escena, y toca su nieto, de unos nueve años. Me dicen que está complicado para salir con niños por algún aspecto del reglamento; “pero no viste cómo toca”, agregan.

La comparsa se caracteriza también por el canto que le da su nombre y por un cuerpo de baile impecablemente coordinado y gozador. Tiene fama de disciplina y organización extremas, y se dice que “para salir hay que ir todo el año, sin faltas”. Según los Arrascaeta, no es así: los tocadores tienen que venir a partir de noviembre y las bailarinas desde setiembre. Benjamín apunta que si deciden salir asumen un compromiso con “el soberano” y hay que tomárselo en serio.

Lonjas

Es la tarde del 14 de enero. Mientras el asfalto empieza a perder calor y la calle descansa de transeúntes, el ensayo de Elumbé está, como todos los jueves, por empezar. Lo hacen en la cuadra corta de Piedras de Afilar, donde no pasan casi autos ni personas (el miedo al robo de coreografías o de “cortes” es un temor subyacente y no siempre asumido durante los meses previos a las Llamadas).

Los primeros que llegan siempre son los tambores. Los colores de la comparsa se dejan ver en alguna bandera, en restos de pinturas pasadas o en los tambores de aquellos que, adelantando trabajo, ya fueron pintándoles la base a la que luego se le agregará un diseño. Según Adriana, los aprontes para salir en cada Llamada empiezan apenas termina la del año anterior, e involucran meses de diseño, ensayo, trabajo corporal, realización de vestuarios, banderas, estandartes (trofeos, como los llaman), aprendizaje y ajuste de la coreografía, afinación del corte del año y canto, entre otros aspectos.

Los integrantes de la comparsa se concentran en el club Relámpago y empiezan a caer en torno a las 19.30. Ajustan las lonjas y charlan. Me muestran el piano con la lonja clavada a la madera, que según ellos mejora el toque. Un rato antes de las 21.00 empieza el ensayo de tambores. El jefe los hace repetir varias veces el mismo toque. Da indicaciones que no logro entender del todo, como “esta parte se engancha con otra parte más explosiva” o “que quede en dos planos cuando empiezan a explorar”. Tocan clave y luego una especie de diálogo en el que los pianos son llamados a seguir mientras los demás paran. La base está ahí y hay que escuchar con atención cómo están sonando. El jefe llama a uno que está lejos y tocando mal: “Vení, vos: no te veo pero te siento”, le dice. Hay risas.

Undostrés

El cuerpo de baile empieza a ensayar más tarde. No vinieron mujeres a tocar ni hay hombres entre las bailarinas, jóvenes de 20 a 35 años, a golpe de vista. Otras comparsas ya hacen ensayos conjuntos a esta altura del año.

Alguien comenta que falta gente y otra replica: “Y no van a venir”. Es noche de clásico, pero ya se sabe cómo es: a tres semanas de las Llamadas no se falta. El ensayo empieza sin la coreógrafa, y es Adriana la que indica que vayan calentando, recordando los pasos y el conteo. Me asegura que en Elumbé no hay “personajes”, que en la cuerda a cada uno le toca donde le toca, y que cada año se decide quién se va a lucir en el baile, en función de lo que necesite la propuesta. En 2015 salieron sin ala de destaques, y la apuesta por una alternativa a la organización jerárquica tradicional del cuerpo de baile -en la que a mayor proximidad con la cuerda de tambores corresponde mayor importancia y mejor vestuario- le rindió sus frutos a la comparsa, que ganó el primer premio en el concurso y compartió con Yambo Kenia el de mejor cuerpo de baile.

En el ensayo hay unas 25 bailarinas y un par de señoras que acompañan desde la vereda. Durante el repaso hablan de círculos y de filas, de un paso o postura a la que se refieren como “mano en el cerquillo”. Llevan poca ropa, y aunque hace calor eso también tiene que ver con una especie de previa del glamour, antes de la explosión de las Llamadas.

Siempre vi al cuerpo de baile de Elumbé como una especie de ejército de bailarinas de paso impecable y coordinación milimétrica. Con frío o calor, el batallón ocupa la calle angosta por lo menos una vez a la semana, distribuyéndose simétricamente para aprender y repetir pasos y formaciones. Maritza Pérez, encargada del entrenamiento y la coreografía, es cubana y está en Elumbé desde 2003; su puesto es el único remunerado. Adriana explica que no es “de la comparsa”, sino que también trabaja para otros grupos.

Llega a eso de 22.10, y su voz de acento inconfundible hace que el grupo se forme y empiece a hacer la coreografía al son de su conteo, de tres o cuatro según la figura. El undostrés marca el paso, incluso cuando los tambores que ensayan en la esquina se silencian. A veces las toman por sorpresa, detenidas, cuando vuelven a sonar. Los hombres y sus tambores miran al oeste y las mujeres del cuerpo de baile, al este.

“Quiero a todo el mundo de sandalias”, “que quede el medio libre”, dice Maritza. En un tono que la hace parecer siempre furiosa, convoca a repasar. Aunque los Arrascaeta subrayan que saber bailar candombe es más importante que la coreografía, es un hecho que en las Llamadas el cuerpo de baile a veces apenas escucha a su comparsa y que, dependiendo del lugar que le toque a una bailarina, es muy factible que escuche más a la de adelante que a la propia. Por eso, y por el desfase entre el ensayo de toque y el de baile, a veces las muchachas empiezan una parte de la coreografía en plena efervescencia de los tambores, pero cuando éstos se callan hay que seguir bailando con las mismas ganas.

Al grito de “primera posición” (tipo ballet) y “a sus puestos” (más decididamente marcial), Maritza hace que las chicas se formen y armen una forma típica de “desfile”: brazos en alto, manos siguiendo la línea de los brazos hasta la punta de los dedos para que todo luzca más largo y elegante; desequilibrio del apoyo, que se inclina sutilmente sobre un pie, quebrando la cadera. Mientras las deja en esa pose, advierte: “Antes de irnos voy a pasar asistencia, a ver quién fue a ver a Peñarol y Nacional. ¡Yo les voy a dar Peñarol y Nacional!”.

“Chicas, eso tiene que ser más gozado. Si no lo gozan, no va”, dice Maritza y no para de contar “undostrés, undostrés”. El ensayo de tambores ya terminó, y el baile se apoya casi exclusivamente en la voz contante de la cubana. En un momento, algunos retoman la lonja extraoficialmente, y se nota que suben los niveles de entusiasmo y vibración.

Ensayar sin música y sin vestuario hace que el día del desfile se magnifique el efecto de contar con ambas cosas, y eso es un efecto buscado. Motivaciones más o menos conductistas, que tienen similitudes y diferencias con el offstage/onstage del teatro. Sin entrenamiento, el bazo puede jugarte una mala pasada en la tercera cuadra de las Llamadas. Un ensayo de comparsa se parece un poco al de una obra de danza: para vivir el éxtasis de un solo día de encuentro con los otros hay que trabajar mucho, muchos. El moverse incansable de esas caderas en la calle silenciosa tiene su función. Asisto.