La reunión Vázquez-Macri abrió una era de distensión en las relaciones con Argentina. En un tiempo muy breve, las dificultades creadas por el kirchnerismo fueron eliminadas y el gobierno conservador argentino relanzó el vínculo rioplatense en nuevas claves. La solución del problema portuario y los acuerdos que permiten la construcción de la gasificadora y el abasto de gas a Argentina son los síntomas de un cambio en la política regional de Buenos Aires, que troca aquella caricatura de expansionismo por una madura relación entre Estados soberanos.
La política regional que terminó el 10 de diciembre fue una parodia de las añejas intenciones expansionistas del peronismo. Efectivamente, Loris Zanatta, en su muy interesante libro La internacional justicialista, analiza pormenorizadamente los sueños imperiales de Perón y la intención de sentar las bases de un imperio latino, en los que la reconstrucción de los viejos límites del Virreinato del Río de la Plata jugaba un papel central. Los delirios expansionistas del nacionalismo justicialista echaron mano a muchos instrumentos, desde organizaciones continentales, como la Agrupación de Trabajadores Latino Americanos Sindicales, para controlar los sindicatos, pasando por el espionaje, hasta la compra lisa y llana de personas u organizaciones. Sin embargo, el trabajo de Zanatta no estudia el rol central de Uruguay en la contención de los sueños imperiales del peronismo.
Según nuestras investigaciones, presentadas parcialmente en www.sinpermiso.info, Uruguay resistió por todos los medios las intenciones virreinales de Buenos Aires. Nosotros siempre fuimos una piedra en el zapato para los sueños hegemónicos de un proyecto fundado en el nacionalismo católico de raíz filofascista. En cierta forma, y de manera bastante patética, el kirchnerismo resucitó la intención expansionista del primer peronismo. Su vínculo con Uruguay refleja esos ecos de aquel pasado.
El bloqueo del puente de Fray Bentos no sólo fue una decisión torpe. Atenazado por la crisis social, Néstor Kirchner vio en la cuestión de la pastera una “causa nacional” con un enemigo externo, como enseña el manual justicialista. Pero, por supuesto, una cosa era el “imperialismo yanqui” de 1945 y otra muy distinta el gobierno frenteamplista de 2005.
Así, el accionar internacional prepotente y anacrónico dejó a cientos de uruguayos sin trabajo, obligados a emigrar o a ampararse en el seguro de paro como consecuencia del cierre de empresas y servicios en Fray Bentos y otras zonas cercanas. El kirchnerismo quería ser progresista.
En su política respecto de Uruguay, el matrimonio K buscó imponer su “proyecto nacional” basándose en la sustitución de importaciones y, de paso, atentando contra la integración regional. En consecuencia, las medidas contra Uruguay y el Mercosur fueron una avalancha: las trabas arancelarias, la negativa a dragar el canal Martín García, el bloqueo al desarrollo del puerto de Nueva Palmira, el cepo cambiario, la negativa a las detracciones energéticas, sin olvidar el intento de cobrar impuestos a los artistas que actuaran en Argentina, y la mezquina prohibición de realizar transbordos de mercadería argentina en puertos uruguayos. Éstas son las medidas más graves -y absurdas- de un listado de 25 problemas en agenda que el kirchnerismo se negó a resolver para intentar imponer a Uruguay sus políticas. Después de una década, perdió la partida.
No podemos dejar de referirnos, finalmente, a algo más llamativo aun. Si la política regional del kirchnerismo era anacrónica, equivocada e inmoral, la miopía de ciertos grupos y sectores de la izquierda criolla no deja de ser preocupante. Atados a un dogmatismo ciego, no faltaron los izquierdistas que adoraron el modelo K, a pesar de los inmensos perjuicios que le causaron al pueblo uruguayo. Las lecturas nacionalistas populares -con 50 años de atraso- anularon el entendimiento de aquellos que aplaudían al kirchnerismo mientras sus medidas pseudoexpansionistas y prepotentes boicoteaban la integración regional y dejaban en la calle a cientos de uruguayos. Efectivamente, la ceguera dogmática, que obliga al cumplimiento ortodoxo de la doctrina, no deja ver las verdaderas intenciones de aquellos que manipulan y seducen con un discurso progre, que en realidad no son más que palabras... y a las palabras se las lleva el viento. Lo que finalmente queda es la dura y cruel realidad, que en este caso muestra un proyecto que se agotó entre su fracaso y la corrupción y una política internacional que buscó reubicar el poder global argentino, sin pena ni gloria.
Las medidas de Macri en la distensión con Uruguay muestran el fiasco de la interpretación de la política regional por parte de una izquierda que está agotada política e históricamente. Suponer que del nacionalismo popular puede nacer algo progresista es una opción equivocada y, peor aun, termina apoyando, sin quererlo, políticas que perjudican al pueblo uruguayo y a la unión de la patria grande.
Esa izquierda debe reflexionar profundamente sobre sus opciones. De lo contrario, la historia la seguirá dejando de lado.