El río Cuareim bordea el norte de la ciudad de Artigas, dividiéndola de la ciudad brasileña de Quaraí. Nunca había crecido tanto ni tan rápido como lo hizo a partir de la madrugada del 22 de diciembre, dicen los locatarios. La cota de seguridad del río es de 10,2 metros; la inundación más grande de los últimos años había sido en 2001, cuando alcanzó los 14,18 metros, detalló Juan José Eguillor, coordinador del Centro Coordinador de Emergencia Departamental (Cecoed) de Artigas. A las 22.00 del 23 de diciembre, el río llegó a los 15,28 metros. No hay mediciones registradas de lo que fueron las inundaciones de 1959, pero los relatos de quienes la vivieron refieren a menos áreas sumergidas que en esta ocasión, que desplazó a 11.000 personas de sus hogares.

Quedaron bajo agua los barrios Rampla, La Aldea, Pueblo Nuevo, Centenario, Bella Vista, Ayuí, Olímpico, la parte baja de Piratas y de Pintadito, las viviendas Parque Rodó y la zona Zanja Caballero, que fue la causante de que se inundaran barrios consolidados de la ciudad a los que el agua nunca llega.

Quienes viven en los barrios más bajos no dudaron en llevarse sus pertenencias en cuanto vieron el río desbordado, aunque naturalmente no lograron llevarse todo. Pero tal vez quienes hayan perdido más pertenencias son los que estaban en zonas a las que rara vez llega el agua. “Crecía como a borbollones, como cuando el agua hierve”, relató una mujer del centro de la ciudad para describir el ritmo de la crecida, mientras que Eguillor precisó que el agua llegó a avanzar a un ritmo de 60, 70 y 80 centímetros por hora. Fue por eso también que muchos hicieron sucesivas mudanzas, y lo que era un lugar próximo y seguro pronto dejaba de serlo.

Repartidos

Muchos de quienes estaban alojados ayer en el gimnasio municipal y en la escuela 73, en el barrio Rampla,ya tenían varias inundaciones encima. Florentina González, de 87 años, del barrio La Aldea, es una de ellas. Estaba con su hija y su nieta en el gimnasio municipal. “Van a hacer una vivienda, por eso nos tienen aquí”, explicó, instalada pacientemente en una amplia división sobre el piso del gimnasio, donde tenía su cocina con garrafa y una estantería donde prolijamente dividía los utensilios de cocina. Lleva 15 días instalada ahí, pero le quedan unos cuantos más.

Al igual que el gimnasio Bernasconi de Salto (ver ladiaria.com.uy/articulo/2016/1/volviendo-de-a-poco), en el Municipal de Artigas las familias estaban instaladas en la cancha en reparticiones hechas con mantas, pero en una situación más ordenada, en parte porque eran menos familias, pero también porque en el transcurso de los días se habían impuesto algunos criterios, como no tener animales o no fumar en el interior del recinto, tal como lo dejaban en claro los carteles.

Las 350 personas que siguen evacuadas residen en los dos albergues mencionados, en otras escuelas, iglesias y clubes, pero en estos días el Cecoed dispuso que se agruparan en el gimnasio y en la escuela 73. Ayer de mañana, dos camiones del Ejército llegaron con la mudanza de Mónica Suárez, que estaba alojada en el Club Deportivo, local donde había seis familias y que había que liberar porque estaba reservado para una actividad. Los soldados descargaron las pertenencias de la mujer, que llegó con sus tres hijos y cuatro nietos. Mónica contó que hasta ahora lleva vividas 16 inundaciones y que espera que ésta haya sido la última, puesto que confía en poder mudarse a una zona que no se inunde. Mientras se hacía esa mudanza llegaron funcionarios municipales con varas de hierro para hacer más divisiones internas con cuerdas, mantas y frazadas.

La decisión de agrupar a los evacuados se tomó por varios motivos, explicó Rossana Apaolanza, directora de Desarrollo Social de la Intendencia de Artigas. Tanto la escuela 73 como el gimnasio están próximos entre sí y cerca del centro de salud, puesto que el control epidemiológico es fundamental en este momento, subrayó Apaolanza. Además, facilita el trabajo del Cecoed y la distribución de la alimentación, que es elaborada por el Ejército. La escuela 73, en el barrio Rampla, alojaba ayer a unas cuatro familias. Pero la noche del 23 de diciembre el agua también alcanzó la escuela y la cubrió por encima de los dos metros. No perdonó piano, módem, televisores ni cuadernos y crayolas sin usar, refirieron Yeila y María, dos de las mujeres que residían allí. Ellas y sus familias estaban en los salones más altos, donde el agua no cubrió el metro de altura, pero rompieron uno de los muros y trasladaron todo hacia el patio de un edificio, donde se instalaron hasta que bajó el agua; limpiaron lo menos afectado y regresaron a los salones altos. Eguillor contó que hoy las cuadrillas comenzarán a trabajar en la desinfección y pintura de los salones afectados totalmente y en la instalación de duchas en baños, para poder evacuar allí a las familias que están dispersas en otros albergues. Además se está preparando otro local, Tierra Gaucha, a donde puedan ir familias que hasta ahora están instaladas en casas de allegados, pero que no saben por cuánto tiempo más podrán hacerlo.

Manos a la obra

Hay más de 100 personas que están en casas de familiares o conocidos y que, así como los evacuados, no pueden regresar todavía a sus casas. Varias de las viviendas que están contra el río en el barrio Rampla tienen al costado de la puerta una cruz verde o la palabra NO escrita con letras verdes. Ésa es la señal marcada por los equipos de UTE, Bomberos y la Intendencia de que la casa no está en condiciones de habitabilidad, porque se le volaron partes del techo, las rajaduras son severas o se sacudieron los cimientos. En esa situación están alrededor de 200 familias, explicó Apaolanza. Luego están las casas que fueron destrozadas por completo, que son unas 40 o 50, agregó.

A las familias que tienen posibilidades de reparar sus casas el Cecoed les está entregando materiales para hacerlo: chapas, arena, pórtland, varillas; esto se financia con el aporte de 3,5 millones de pesos que destinó el Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente para cada intendencia. Varios de quienes viven en el barrio Rampla, frente al río, se dedicaban ayer a esa tarea; eran familias que, algunas con ayuda de parientes, podían trabajar ellas mismas en la construcción. Pese a que no es lo autorizado ni lo ideal, dos familias con la cruz en su fachada reparaban ayer techos y paredes, pero ya se habían trasladado a su casa, porque no tenían a dónde ir.

La incertidumbre por ahora es mayor para las familias cuyas casas no tienen arreglo. Apaolanza afirmó que la Intendencia tiene dos predios municipales y que la idea es construir entre 100 y 120 viviendas; lo inmediato es hacer 40 o 50. Comentó que le propuso al intendente conseguir contenedores para que las familias vivan allí y no en albergues mientras se construyen sus nuevas casas. Dijo que al intendente, Pablo Caram, le gustó la propuesta y que se contactaron con la Dirección Nacional de Aduanas para ver si les podía donar algunos. Apaolanza entiende que ésa sería una buena solución y que “en dos meses con 30 jornaleros solucionamos la situación”. Dijo que tendrán prioridad quienes ya habían solicitado con anterioridad una casa por estar en predios inundables. Primero se revisará qué familias estaban registradas en el programa Mejora de Vivienda en el Norte, que viene de la administración anterior y aún tiene pendiente culminar la edificación de 60 viviendas, para lo que ya se llamó a licitación, dijo Apaolanza.

El valor del barrio

“La idea del intendente y de todo el equipo es remover y hacer un parque: queremos hacer un espacio como el Paseo 7 de Setiembre extendido a la rambla”, contó Apaolanza respecto de las áreas inundables. “Pero también es una cultura; la gente que vive del río, los boteros, los areneros, los ladrilleros son una realidad. ¿Qué hacés con eso, cómo se cambia esa costumbre? No es de un día para el otro, hace años que se viene haciendo, pasan las intendencias y no se ha conseguido”, reconoció la jerarca.

“Yo no me voy, viví toda la vida acá”, dijo Sergio Saldaña, del barrio Rampla. Tiene 28 años, vive con sus cuatro hijos y su esposa. “Desde que nací estoy inundado”, contó mientras pintaba una repisa en la vereda contra el río. Dijo que “hay mucha gente que dice que se va si le dan una vivienda”, pero que eso piensan, sobre todo, las personas de mayor edad. Es pintor y changa que sale, changa que hace. No sólo no quiere irse por su identificación con el barrio, sino por sus fuentes de ingresos. Transmitió que la gente del lugar vive de hacer ladrillos, cortar leña o trayendo contrabando de Quaraí; ésos son los famosos “carretilleros”, porque cruzan el puente internacional en carretilla con garrafas, comestibles, verduras, o también “boteros”, cuando se trasladan por ese medio, completando el viaje en carretilla.

Otras personas confiaron que se irían pero no tienen los medios para hacerlo. Apenas podían afrontar los gastos que implicaría reparar las pérdidas sufridas ahora. Una mujer que trabaja de empleada doméstica en Montevideo contó que la realidad artiguense es muy distinta, y que las domésticas, por trabajar ocho horas diarias, cobran apenas 4.000 pesos al mes, menos de la mitad de lo que pauta el laudo. Otra trabajadora doméstica dijo que cobra bien, alrededor de 8.000 pesos, y que sus patrones quieren ponerla en caja, pero que ella no está de acuerdo porque eso implicaría perder los 1.800 pesos que recibe por la asignación de sus hijos. “Acá en Artigas se creen que si cobrás 8.000 pesos sos rico”, manifestó, criticando a las instituciones. Cansada de correr de un lado para el otro por las crecidas del agua, ella sí quisiera vivir en otro barrio. Habrá que ver si las instituciones pueden hacerles lugar a quienes quieren mudarse. Otros están en la duda, pero las autoridades consideran que esta crecida asustó a mucha gente y que amenaza con repetirse.