El pueblo haitiano está soportando una ocupación imperial disfrazada de misiones de paz hace más de una década. Tras las misiones y gracias al orden impuesto, se han mezclado los negocios privados del clan Clinton Rodham, los intereses de transnacionales en busca de mano de obra barata para las maquilas, la expansión del latifundio, el despojo y depredación de la tierra, la extracción de las riquezas minerales que todavía guarda el país, la descomposición social y la mercantilización de la ayuda humanitaria.

En 2011, bajo la batuta de la Embajada de Estados Unidos, la Organización de Estados Americanos, el Core Group y la oligarquía haitiana, se encargaron de la elección fraudulenta del actual dictador Michel Martelly, un impresentable cantante de kompa conectado al narcotráfico. Mientras tanto, la situación social y política del pueblo haitiano no ha cambiado mucho. Es imposible gestar instituciones democráticas bajo las peores condiciones del capitalismo del desastre, aunque tenga un ejército de ocupación como garante. El año pasado, el amañado proceso del Consejo Electoral Provisional propició la confluencia de la disgregada izquierda haitiana. Así nació el “grupo de los ocho”, integrado por Ligue Alternative pour le Progrès et l'Emancipation Haitienne, Platform Pitit Desalin y Fanmi Lavalas, entre otros.

El punto de vista de la oposición política es claro. Busca desesperadamente la autodeterminación del pueblo haitiano. Atestigua el desprestigio en que han caído la oligarquía y sus representantes políticos e intenta orientar nuevas esperanzas para el país.

Hace más de un año que las manifestaciones se repiten casi diariamente y crecen de forma exponencial. Las últimas demostraciones movilizan verdaderas mareas humanas en el centro de la capital, con barricadas y quema de neumáticos en la periferia y en varias ciudades de Haití. La Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití y la Policía nacional haitiana intentan controlar el orden. En general, utilizan bastones, gases y balas de goma. Pero también munición letal, con el lógico saldo de muertos y heridos. La represión llega al secuestro y la tortura. Por ejemplo, la semana pasada la opinión pública se consternó por la filmación de la humillación de dos estudiantes sometidos a patadas dentro de una comisaría y obligados a contar los azotes que recibían de uniformados haitianos.

Las manifestaciones lograron una nueva prórroga de los comicios, que califican de “farsa electoral”. Por su parte, las autoridades haitianas adujeron “razones de seguridad” para justificar su decisión. Los actores internacionales, los mismos que permisivamente validaron varias elecciones fraudulentas y callaron ante el reiterado incumplimiento de los plazos constitucionales, hoy reclaman terminar este proceso a como dé lugar. Sus actitudes muestran su incierto interés por las instituciones haitianas, por el diálogo y por la transición democrática. Washington y sus socios parecen incapaces de escuchar los reclamos de las calles de Port au Prince. Sus preocupaciones son deliberadamente ajenas al pueblo de Haití. ¿Y nuestro gobierno? ¿Y el Frente Amplio?

El autor

Ángel Vera (integrante de la Comisión de Asuntos y Relaciones Internacionales del Frente Amplio por el Partido por la Victoria del Pueblo)