Este año tuvo lugar un nuevo hito en el proceso evolutivo que el balneario de La Pedrera está sufriendo desde hace décadas. La concesión de la cantina de su club social ha pasado a manos del grupo W Lounge, y ahora su labor social se combina con el negocio de un restaurante-pub. Esto acalora el debate acerca de la identidad de un balneario que ha mutado de forma vertiginosa en las últimas décadas.

El balneario La Pedrera fue fundado a finales del siglo XIX como un lugar fundamentalmente de veraneo para familias pudientes, procedentes de Rocha y de otros lugares del territorio. Desde los años 80 y principios de los 90 se ha popularizado como un espacio de vacaciones para gente que encontró allí un lugar de descanso, debido a su propuesta contraria al ruido, la masificación y la contaminación de las grandes ciudades. A finales de los 90 y principios del año 2000, algunos personajes conocidos de la cultura argentina, como la dibujante de cómics Maitena o el músico Gustavo Cordera, empezaron a frecuentarlo y a popularizarlo entre el público porteño, fundamentalmente de clase acomodada, que empezó a ser un importante comprador de terrenos y viviendas de lujo en el lugar.

Sin embargo, en los últimos años, a raíz sobre todo de la popularización de su desfile de carnaval, La Pedrera ha sufrido una suerte de masificación, protagonizada, especialmente en los primeros 15 días de enero y en el mismo carnaval, por jóvenes de clase media-alta procedentes en su mayoría de Montevideo y Buenos Aires. En muy poco tiempo el balneario ha pasado de ser un espacio natural de pocas viviendas, donde los niños corrían descalzos por sus calles de tierra, a un centro turístico estival, famoso entre otras cosas por su actividad nocturna. En los últimos diez años, la cumbia villera y hoy la cumbia pop o “cheta” han empezado a opacar al sonido de las olas del mar, sumado a los motores de autos y camionetas 4x4. Los tacos altos y las camisas Tommy Hilfiger marcan hoy la pauta de una noche que antes se resolvía en chancletas.

Esta “invasión” se ha producido, en parte, porque varios empresarios de la noche montevideana vieron un filón de negocio importante y empezaron a invertir en el balneario. Con esto, fomentaron una propuesta de consumo más bien juvenil en la localidad, que en muchos aspectos choca con la convivencia de la gente autóctona o de aquélla que en su momento lo eligió como lugar de descanso para apartarse durante sus licencias del gentío de las grandes ciudades.

En estos períodos, el balneario, destinado a albergar a apenas 100 personas durante el año, tiene que hacer frente a la llegada de varios miles de ellas (entre 15.000 y 20.000 en el pico de carnaval), con la basura y los desperdicios que genera cada una. En temporada se hace habitual encontrar botellas, plásticos y colillas de cigarro en las playas, y las calles amanecen llenas de basura y perfumadas por diferentes tipos de desechos humanos. Frente a este hecho, que años atrás supuso auténticos problemas para la Intendencia de Rocha debido a la falta de previsión, las autoridades han ido adoptando una mayor iniciativa y se comenzó a triplicar los esfuerzos en limpieza, seguridad, provisión de energía y agua. En el Diario Regional La Paloma-La Pedrera, el alcalde del municipio de La Paloma, José Luis Olivera, se mostró satisfecho con la gestión de este año. “No hemos tenido ningún inconveniente: están pasando los camiones dos veces por día, en algunos casos hasta tres”, declaró.

Debate identitario

Cuando un lugar como éste sufre una evolución a un ritmo tan vertiginoso, es habitual que exista entre residentes y propietarios el debate acerca del modelo de Pedrera que se quiere. Los más críticos denuncian una suerte de desvirtuación de un lugar natural centenario, invadido por la frivolidad de “cumbieros”, consumistas y adictos a las selfies. Por otro lado, los optimistas se muestran más receptivos, argumentando, en primer lugar, que la afluencia de jóvenes ocurre en dos momentos muy concretos de la temporada: los primeros 15 días de enero y el fin de semana de carnaval. En segundo lugar argumentan que la afluencia de gente trae consigo recursos importantes a los residentes locales, y que eso conlleva, además, la realización de obras que mejoran el acondicionamiento del balneario, tales como la transformación de la calle principal en paseo o la mejora de ciertas prestaciones, tales como los servicios de agua y de luz.

Este año tuvo lugar la transformación de un centro icónico del lugar, lo que tocó ciertas sensibilidades a nivel identitario en la localidad. El club social, fundado en 1966 para generar propuestas culturales y como lugar de encuentro de los jóvenes locales, se transformó en un pub-restaurante de estética lounge, que aloja al restaurante Paullier y Guaná en su parte delantera y al bar Monkey en la trasera (pertenece al propietario del Monroe Bar de Montevideo). Esto fue debido a que la concesión que cada año se realizaba de la cantina del local a un privado este año se dio al grupo W Lounge, que invirtió alrededor de 200.000 dólares en instalaciones, según informó a la diaria el presidente del club, Javier Álvarez.

Este cambio generó debate entre varios círculos de vecinos acerca del estilo que está adoptando el balneario. Para algunos, el club fue usurpado y se sumó a la marea de descontrol creciente, lo que fomentó ese tipo de turismo en La Pedrera. Para otros, el cambio supuso una adaptación a las transformaciones que, de forma inevitable, se están dando en el balneario desde hace varias décadas.

Álvarez es un fotógrafo de moda argentino que llegó a La Pedrera hace 12 años y en 2014 fue elegido presidente del club social. Según explicó a la diaria, “el objetivo de este tipo de concesión no es tanto el verano del club; en verano es cuando se consiguen recursos para generar contención social y actividades en el invierno”, ya que [antes] “no teníamos los recursos”.

El año pasado, Álvarez intentó, junto con el resto de los socios, buscar financiación para reformar el inmueble del club, debido al mal estado en el que se encontraba. “Nunca se hizo nada en el edificio, los baños eran una vergüenza para un club social tan hermoso”, afirmó. Tras la negativa del Ministerio de Educación y Cultura de destinar fondos a un club integrado por apenas 33 miembros, “nos vimos en la obligación de generar una estrategia de cohabitación comercial en el verano de mayor envergadura, para poder generar los fondos”, explicó Álvarez.

Debido a esto, firmaron una concesión a tres años con Beto Lamas, del grupo W Lounge, para la explotación del local durante los meses de verano. Este grupo realizó una ambiciosa inversión en instalaciones y transformó el modesto edificio en un complejo de discoteca y restaurante. El acceso al restaurante Paullier y Guaná es libre, aunque a partir de cierta hora el concesionario se reserva el derecho de admisión. Y la entrada al Monkey, ubicado en la parte trasera del complejo, cuesta alrededor de 300 pesos.

No obstante, Álvarez aclaró que “el club sigue cumpliendo su función social”. Así, durante el día y hasta cierta hora de la noche, el acceso a sus instalaciones es libre y los socios siguen organizando actividades como talleres, visionados, conciertos y propuestas para niños. Álvarez asegura que “en el invierno la gente va a poder acceder al club como accedió todos los años, y de hecho va a acceder a un club con mejor calefacción, mejores servicios, sin goteras; que tendrá subvencionados la luz, el gas y el wi-fi para que puedan venir los chicos. Y la cantina quedará bajo la gestión de gente local”.

Por otro lado, el presidente del club matizó que, “evidentemente, con la infraestructura que se ha generado, que significó una inversión de más de 200.000 dólares, hubo que hacer un sacrificio: ceder ciertas áreas para que haya una gestión más comercial”. Otro sacrificio fue conceder una mayor flexibilidad en lo referente a la zona de baile: en el contrato original quedaba confinada a la antigua cancha de bochas (ahora techada e insonorizada), pero se ha tenido que extender a la explanada frontal del complejo. Según explicó Álvarez, esto se hizo para que el concesionario pudiese competir en igualdad de condiciones con el resto de los boliches de la calle principal, en sintonía con la “permisibilidad extrema” que la intendencia tiene con ellos en cuanto a los decibelios permitidos de noche.

“Un pequeño José Ignacio”

Por otro lado, según declaró Álvarez, el nuevo concesionario “tiene varios patrocinadores que le están pidiendo que en La Pedrera se genere un pequeño 'José Ignacio' para Montevideo: un lugar más tranquilo, donde sus marcas puedan tener más brillo”. “Este concesionario está apostando a seguir levantando el nivel de gente. Ellos creen que pueden traer más público del target de 25 a 40 años, de Montevideo. Gente con mayor capacidad de consumo que venga a divertirse, a bailar, pero no a hacer las locuras que hacen los chicos más jóvenes”, añadió.

Además de generar mayores recursos para el club, el objetivo para Álvarez y el resto de los socios es que “el concesionario pueda convertirse en una fuerza gravitacional para un público que pueda traer más prosperidad y que desestacionalice lo que es el turismo en La Pedrera”.

Ante estos cambios, vecinos de La Pedrera de toda la vida, como Estrella Franco (que además de ser edil departamental por el Frente Amplio regenta el restaurante 7 y 3 en la avenida principal), se muestran precavidos a la hora de valorar públicamente estas transformaciones tan radicales. Respecto del club, su interés reside en que éste mantenga el servicio social que hasta ahora prestaba fuera de la temporada de verano para los niños y los jóvenes locales. En este sentido, afirmó: “Hasta que no llegue marzo y se vea qué pasa con el club yo no puedo dar una opinión”.

Franco se manifestó inicialmente a favor de los cambios: “Hace un tiempo que La Pedrera viene haciendo cambios importantes; ya no es La Pedrera de cuatro personas, sino que es La Pedrera de muchos, y uno tiene que adaptarse al ritmo de las cosas”. Haciendo memoria, recordó las obras que transformaron recientemente la calle principal como otro hito en la evolución del balneario, que en su momento dio de qué hablar: “La principal antes era tipo una selva, era una calle angostita, y cuando se hizo la obra había mucha gente que no estaba de acuerdo. Hoy por hoy es un espacio que está muy bueno como paseo, está limpio, está más ordenado”.

No obstante, criticó que en su nueva propuesta comercial “el Club apunta a un público muy arriba, no apunta a los gurises ni a la gente de acá”, para los cuales los alrededor de 240 pesos que cuesta una cerveza en el Monkey supone un precio privativo. “La Pedrera necesita cambios, pero no quiero que pierda su identidad. Yo no quiero un José Ignacio en La Pedrera”, concluyó.