Hoy regresaba del supermercado al mediodía cuando uno de mis vecinos se acerca y me dice que era un día triste. Visiblemente conmovido me informaba del asesinato de otro vecino, el que vivía justo enfrente, luego siguió recorriendo la cuadra para continuar con su dolorosa tarea. No salía de mi estupor. Me resultaba difícil creer que la muerte hubiera golpeado tan cerca. Es que de tanto leer noticias y ver en pantalla chica la crónica roja de todos los días, me había generado una suerte de capa protectora virtual a modo de exorcizar los males antes que llegaran a tocarme. Y no fue esta vez, pero pasó cerca, muy cerca. Mataron a Fratti, buen vecino, padre de familia y – según me relataban sus familiares y amigos – dispuesto a todo para defender a sus seres queridos. Así le fue, perdió su vida.

Indignación e impotencia, rabia y pesadumbre. Luego los hechos que dan cuenta de un asalto a mano armada en Montevideo, desgraciadamente con el resultado conocido, otra víctima más y su familia destrozada. Y más tarde la tristeza convertida en ira y luego ésta transmutada en odio. Acaso proceso lógico y casi natural. Su amiga a quien salió a defender Fratti, lo vio tendido en el piso, asesinado de un balazo en la cabeza. Esta noche en mi barrio reina un silencio abrumador.

Como muchos saben soy frenteamplista y lo seguiré siendo. En razón de ello me siento corresponsable de los aciertos y errores que cometen los gobernantes. Y ciertamente la política pública de seguridad ciudadana no parece dar en el blanco, aun cuando se reconozcan avances, disminución de ciertos delitos en determinadas zonas, nuevas modalidades de control policial y otras medidas instrumentadas en más de diez años. Sin embargo no podría convencer a casi nadie que la inseguridad es más una “sensación” que una realidad verificada diariamente. Ni siquiera yo estoy convencido. Igualmente me consta la preocupación y empeño de las autoridades de gobierno, conozco muchos buenos policías y se han mejorado los salarios (aunque no suficientemente y acorde a su responsabilidad), pero las estadísticas no sirven de consuelo cuando matan a tu padre, a tu hermano, a tu amigo o tu vecino. Las víctimas tienen familia, amigos y vecinos. Todos ellos expresan de una manera u otra su d olor e indignación, que va expandiéndose cada vez más y más.

En estos días se desarrollan varios talleres del denominado Diálogo Social convocado por la Presidencia de la República, que incluye la seguridad ciudadana como uno de los ejes de debate para el futuro mediato. Asimismo los partidos políticos de la oposición participaron en varias reuniones centradas en el mismo tema. Más allá de estas iniciativas hoy lo que hace falta imperiosamente es escuchar e implicar a la ciudadanía, a los vecinos, a la gente. Es preciso tomar nota y replicar las buenas prácticas habidas en otros países, en otras ciudades y latitudes (supongo que son conocidas y estudiadas), para revertir la “sensación” de inseguridad. Islandia, Noruega o Suecia; Dar es Salaam en Tanzania o Diadema en Sao Paulo, por citar solo unas pocas referencias de las numerosas experiencias que resultaron en la disminución sustancial de la delincuencia y de los homicidios en particular. Y en ellas se pusieron en juego todos los actores, desde los ministerios competentes, los municipios, los jueces y los policías hasta y especialmente la ciudadanía.

Hay que convocar a la gente no me cabe duda, pero no solo para el futuro lejano, sino para el presente que es urgente. Ideas hay y buenas, voluntad de colaborar sobra. Como estoy convencido desde hace mucho, con la participación y el compromiso ciudadano se pueden obtener mejores impactos y más duraderos. Que los prejuicios no nos nublen la vista. Paz se conjuga con seguridad y bienestar con justicia social.