La historia empieza en setiembre: Juan Raúl Ferreira, uno de los directores de la Institución Nacional de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo (INDDHH), le envió una carta al papa Francisco para que interceda en el caso de Jihad Diyab, el ex recluso de Guantánamo que ya lleva más de 50 días de huelga de hambre. Lo dijo otra de las directoras del instituto, Mirtha Guianze, a la agencia australiana Spanish Sidney, según recogió ayer La República.

Pero, en realidad, la historia empieza todavía antes, durante el segundo gobierno de Julio María Sanguinetti (1995-2000), cuando Ferreira era embajador uruguayo en Argentina, en pleno gobierno de Carlos Menem. “Cuando llegué, el arzobispo era Antonio Quarracino, que era nacido en Italia. Es muy curioso, porque era la antiimagen de Francisco pero fue su mentor”, contó el director de la INDDHH a la diaria desde Panamá, donde se encontraba ayer, trancado por un tornado que hizo que se cancelara su vuelo a Haití, a donde se dirige como jefe de la Misión de Observación Electoral designado por la Organización de Estados Americanos. Habla de un clima de “moderado optimismo” y espera que haya el “mínimo sufrimiento posible para el pueblo haitiano, muy castigado ya”. Pero el tema de conversación es otro: los días en que Jorge Mario Bergoglio era cardenal, antes de convertirse en arzobispo de Buenos Aires y en el 266º papa de la Iglesia Católica: “Ser obispo auxiliar de Buenos Aires y ser jesuita no era fácil, sobre todo porque Francisco siempre tuvo el mismo estilo que sigue teniendo hoy, muy informal y descontracturado. Para un embajador, el cardenal era equivalente a un ministro a nivel protocolar. Nos conocíamos un poco. Le hice una visita de cortesía y en la primera conversación, de pique, surgió una conversación de un estilo distinto”. Los unía la apreciación y la influencia del pensador y teólogo uruguayo Alberto Methol Ferré. El tiempo y la distancia les hizo perder el contacto, que retomarían, por vía epistolar, este año.

Ferreira, enfrascado en su misión en Haití, no sabía que la noticia de la carta se había vuelto pública. “Manejé el tema con discreción, porque de repente era más eficaz que se hiciera de otra manera, y porque no quise aparecer como una noticia en torno a Jihad; pero con Mirtha Guianze vemos que es una vida humana que se está yendo, y eso se mira con mucha impotencia”. Luego de un primer pronunciamiento de la INDDH sobre Diyab en agosto de este año, dirigido al canciller, Rodolfo Nin Novoa, y que, según Ferreira, recibió una respuesta “rápidamente y en los mejores términos”, el ex embajador decidió tomar el tema con sus propias manos. “Hubo una primera instancia en la que la INDDHH me confió hacer algunos buenos oficios, previo a que la institución tomara el caso”, cuenta. Consultó con Belela Herrera, con el canciller y con Susana Mangana, docente y especialista en temas de Medio Oriente, y redactó la carta para el papa. “A título personal”, remarca. “No entra en lo que es una gestión de INDDHH, por varias cosas: porque no lo consulté, porque la institución es aconfesional y porque hace gestiones ante el Estado, no ante instituciones extranjeras”.

La carta fue de dos párrafos, lo suficientemente breve para que Bergoglio le prestara atención, pero tan larga como para recordarle que se conocieron hace ya 20 años, para explicarle la situación de Diyab y para pedirle que, sabiendo que era una solicitud muy difícil, colaborara, si estaba a su alcance, con los esfuerzos que se están haciendo de varios lados para encontrar un país árabe que pudiera recibir al sirio. “Consulté a una persona que considero apropiada: Mario Cayota, que fue embajador en el Vaticano, para saber cómo tenía que hacer para que la carta llegara a manos del papa rápidamente. Él me facilitó un mail a la persona adecuada que le despacha los temas, alguien cuyo nombre preferiría mantener en reserva. El asesor me advirtió de inmediato que tuviera conciencia de que era un pedido muy difícil, pero que al día siguiente iba a despachar correspondencia con el santo padre y que le iba a agregar a la carta un parrafito recomendando que diera algún paso al respecto”.

El asesor le advirtió que, salvo que hubiese una directiva expresa por parte del papa, no consideraba que se le fuera a dar información sobre el seguimiento del tema, por lo que no se quedó esperando una respuesta. “Pero siento, en el fondo, la esperanza de que haya habido algún movimiento. Supe de rumores de que la Secretaría del Vaticano está haciendo gestiones, pero no fue una respuesta oficial, porque el asesor de Francisco entendió que si teníamos la suerte de que su respuesta fuera favorable, las gestiones iban a ser secretas. Tengo la sensación subjetiva de que si la respuesta hubiese sido negativa, se me habría dicho”, especula Ferreira, que cree que el papa sería un actor clave para solucionar la situación.