Leí “Amor es la reducción mínima del abismo que hay entre dos personas” y la definición me pareció justa: eso era lo que yo estaba intentando hacer desde que nos conocíamos: reducir al mínimo la distancia entre mi cuerpo y el tuyo, entre mis horarios y los tuyos, entre mi pensamiento y el tuyo, entre mis opiniones y las tuyas. Un esfuerzo titánico, y otras, en cambio, parecía posible, cercano. Cogí la cinta métrica de enrollar y la guardé en mi bolsillo. Le dije: “Escucha, mi vida, esta definición: ‘Amor es la reducción mínima del abismo que hay entre dos personas’”.

Esperé. Saliste de la ducha con una toalla anudada a la cabeza y me dijiste: —¿De dónde has sacado esa tontería? ¿De un libro de autoayuda? (Distancia: diez kilómetros aproximadamente, calculé). —Sabes que no leo libros de autoayuda. Es de un psicoanalista... —Lo mismo da. Unos lo llaman autoayuda, otros, psicoanálisis —dijiste, buscando el secador de pelo.

Yo estaba sentada en el sofá, con el libro en la mano. Distancia —calculé—: ocho kilómetros y medio.

—Yo no siento que haya ningún abismo entre nosotras —agregaste sorpresivamente y me diste un suave beso en la mejilla. (¡La distancia se había reducido a un milímetro!). —Yo tampoco —mentí. Ayer te había leído varios poemas de César Vallejo (“es un poco atormentado” dijiste: distancia, varios kilómetros) y habíamos escuchado a Bachiana Nº 5 de Héctor Villalobos por Victoria de los Ángeles. “Muy lindo” habías dicho. Distancia: doscientos metros. Yo había leído que existían personas sin sensibilidad para la música: podían escucharla sin que sus neuronas emocionales sufrieran ningún estremecimiento. En cambio otras, eran tremendamente sensibles a la música, como Beethoven que escuchaba música aun cuando estaba sordo.

—¿Te preparo un café antes de que te vayas? —pregunté. —Prefiero hacer el amor —dijiste, rozándome la mejilla. Alteración: 86 grados en la escala Richter. ¿Quería hacer el amor quince minutos antes de salir para la oficina? ¿Cuántos metros de distancia significa la propuesta? ¿Cero centímetros? ¿Diez? ¿Un metro? —Sólo tenemos quince minutos —murmuré, asombrada. —A veces me gusta a contrarreloj —dijiste, risueña, y te echaste sobre la cama, semidesnuda. Algo así yo sospechaba desde que me habías dicho que te gustaba el motociclismo. —Disponemos de quince minutos —repetiste, como si eso te excitara mucho. —A mí me gusta lento —me defendí. —No seas repetitiva. Una vez puede ser rápido, otra lento. Distancia: veinte yardas. Nos entrecruzamos como pulpos, nos montamos como lapas. Distancia: cero. Distancia: cero. En el cero me hubiera quedado toda la vida. Pero de pronto, luego del orgasmo, te dormiste. Te hundiste en el sueño profundamente. Mientras te miraba dormir, sentía que la distancia iba aumentando, crecía, se alargaba... llegaba a casi un kilómetro y medio. Alguien que duerme después del amor se ha ido. Te miré (“Mirándola dormir”, Homero Aridjis). Cuando despertaste, la distancia me parecía de varios kilómetros. —Me he dormido —murmuraste a media voz. Efectivamente. —He soñado contigo —dijiste. Glup. La distancia ahora volvía a acercarnos. Te habías dormido dejándome ausente, afuera de ti, en el espacio, pero habías soñado conmigo. Entonces la distancia era menor de lo que yo había calculado. Te repusiste de inmediato. A vestirse con rapidez. Distancia: cincuenta metros progresando. —Me voy. Esta noche tengo una cena. No sé a qué horas vendré. O quizás me quedo en la casa de una amiga. Te aviso por el móvil. Distancia: muchos kilómetros. —¿Puedo llamarte? —Ya sabes que no me gusta que me llames cuando estoy con amigas, me intimida. ¿Te diste cuenta de que no había un abismo entre nosotras? Pero ahora sí lo hay. Pensé. Distancia: demasiado larga. Imposible casi de recorrer a pie. Guardé la cinta métrica. “El amor es la reducción mínima del abismo que hay entre dos personas”.