Del 18 al 22 de este mes se realizó en la ciudad brasileña de San Pablo el Encuentro Latinoamericano de Gestores de Danza, marcado por un clima político tenso que incluye el ascenso en la región de gobiernos neoliberales, nada amigables con la idea de que la cultura es un espacio de transformación simbólica fundamental, y no (sólo) un mercado industrializable mediante la “profesionalización”.

La gestión de la danza es un oficio muchas veces invisible; en ocasiones se asocia directamente con la producción, pero es una tarea distinta, y tiende a olvidarse la importancia de gestores, curadores y directores de fundaciones, festivales o departamentos estatales en las dinámicas del campo dancístico, caracterizado por una profesionalización que no se basa tanto en especializarse como en la capacidad multitarea. Es muy frecuente que un artista cree obras y a la vez gestione proyectos, capte fondos y articule redes, entre otras prácticas. En ese desempeño atraviesa múltiples vínculos que implican a otros artistas, a colectivos diversos y a espacios de gobierno. Esta dinámica, pautada por las características de la economía de la danza, ha dado lugar a pensamientos como el propuesto por el brasileño Ricardo Basbaum con el concepto de “artistas etc”, referido a la situación en que “un artista cuestiona la naturaleza y la función de su rol” como tal, “de modo que se puedan imaginar diversas categorías, como artista-curador, artista-escritor, artista-activista, artista-productor, artista-teórico, artista-terapeuta, artista-profesor, artista-químico, etcétera”.

La reconceptualización de la gestión como parte de los procesos artísticos y la creación de vínculos regionales estuvieron entre los principales objetivos del encuentro, organizado por el Centro de Referencia de la Danza de la Ciudad de San Pablo (gestionado por la Cooperativa Paulista de Trabajo de los Profesionales de la Danza, junto a la Secretaría Municipal de Cultura), que le dio mayor prioridad al trabajo por grupos y temas que a las exposiciones y ponencias. Fortalecer las prácticas y redes ya existentes y crear nuevas formas de colaboración fueron metas que se integraron a análisis más globales sobre las relaciones (o no relaciones) entre los artistas y el arte de los países latinoamericanos, el rol del arte y de la danza en contextos de crisis político-social, y la necesidad de combinar un fortalecimiento del campo y el contacto de este con otros frentes de lucha social urgentes.

Hace años comenzaron los encuentros de este tipo, promovidos por organizadores locales y por la Red Sudamericana de Danza (RSD), cuya disolución en 2014 dejó un espacio en blanco para la articulación de vínculos y proyectos en la región. Esto reflejó una crisis que afecta a la institucionalidad de la cultura, tanto en el nivel estatal como en el de las iniciativas autogestionadas. El encuentro mostró diferencias entre los países, y pese a que Brasil está entre los que cuentan con más institucionalidad y recursos para la danza, presenta también características culturales y dimensiones que lo empujan hacia la endogamia, y se subrayó la necesidad de integrarlo más a las redes latinoamericanas de cooperación y creación.

Cuerpos a la obra

El encuentro comenzó con una “agenda Brasil”, en la que el locatario Frente Permanente de la Danza trabajó sobre asuntos relacionados con la nueva situación política del país. Entre manifestarse abiertamente en contra de la legitimidad de las nuevas autoridades y dialogar con ellas para presionarlas, las discusiones pusieron sobre la mesa la complejidad del momento en que se encuentra la cultura brasileña, que demanda no sólo fortalecer la defensa de derechos y políticas relacionadas con el sector, sino también la revisión de la cultura política que se construye desde el campo de la danza (el coordinador del evento, Marcos Moraes, eligió no hablar de resistencia sino de “re-existencia”).

Tras un día dedicado casi por completo a la presentación de los muchos participantes, el trabajo se organizó en grupos sobre “infancia, juventud y diversidad”; “políticas culturales”; “residencias, festivales y movilidad”; y “curaduría e investigación”. Algunos de los titulares para los temas discutidos fueron que no hay neutralidad ideológica ni ausencia de intereses en la construcción de políticas públicas -resignificando la idea de lo público para aproximarla a un pensamiento sobre lo común, que trascienda al Estado y a los gobiernos-; que es necesario fortalecer la economía de la cultura sin caer en el economicismo; que la creación de obras es sólo una de las múltiples actividades y prácticas producidas en torno a la danza; que la articulación entre actores de la cultura no es necesaria sólo para conseguir recursos, sino también por sí misma; que atañen a los hacedores de danza cuestiones como la violencia machista, el golpe de Estado en Brasil, la propuesta de enmienda constitucional de sus actuales autoridades para limitar el gasto social, el panorama de la región signado por una profunda crisis de las izquierdas y de la democracia, el aislamiento de Venezuela, el proceso de paz en Colombia, el triunfo de la derecha en Argentina o los derechos humanos; que es necesario pensar el campo de la danza más allá de los gobiernos, pero resulta crucial que proyectos y artistas “independientes” se encuentren con representantes gubernamentales; que la palabra “independiente” está en problemas a la hora de analizar cómo se materializa ese concepto en prácticas concretas; que es imprescindible analizar el resultado de las transformaciones en las políticas culturales de los últimos años; y que, más allá de la creación de instituciones de cooperación, cooperar ya es una fuerte realidad operativa en el continente.

La reinvención de significados y formas de la política y de las redes necesita volver a ser coreografiada en la danza y en múltiples zonas, temporales o permanentes, en las que los cuerpos se debaten entre el deseo de crear otros mundos posibles y el de ver cómo se hace para estar juntos y gestionar nuestra resistencia en este. El panorama indica que poner el cuerpo es cada vez más urgente, no sólo como figura poética o propuesta estética, sino como práctica comunitaria y coreográfica.