La charla fue en el Sindicato Médico del Uruguay, en el marco de la campaña Salud Mental sin Prejuicios que organizan la Comisión Nacional de Patronato del Psicópata y Caminantes Federación de Organizaciones de Familiares por la Salud Mental. Este proyecto organizó cinco mesas abiertas -la de ayer fue la cuarta- en el Mes de la Salud Mental; todas ellas podrán verse en el sitio web saludmental.org.

Responsabilidad compartida

Trenchi, psiquiatra de niños y adolescentes y psicoterapeuta cognitivo-conductual, se centró en los aspectos de promoción de salud mental. Detalló que en la conformación del niño inciden la constitución genética, la experiencia de vida, los factores de riesgo -que no son determinantes pero inciden, aclaró- y los factores de protección. Insistió en la importancia de los estímulos afectivos, en el rol de los familiares más cercanos, la familia extendida, los vecinos más próximos, educadores y maestros; todos ellos forman parte de la referencia social que permitirá al niño configurarse el mundo. La profesional se refirió a todo el entorno como “el ecosistema de crianza” y subrayó “la responsabilidad de dar buenos ejemplos, porque hay una cantidad de conductas que los niños incorporan”.

Mencionó que hasta la década de 1960, cuando un niño tenía problemas de comportamiento o emocionales, los tratamientos se dirigían exclusivamente al niño, pero que a partir de la investigación en las leyes del aprendizaje social “empezó a aparecer otro foco de acción importante para cambiar el comportamiento: actuar sobre los adultos, fundamentalmente en los padres”.

Dijo que a partir de los estudios de Gerald Patterson, que en 1982 describió el ciclo coercitivo familiar, se comenzó a estudiar los planes de acción sobre prácticas de crianza y de promoción de salud mental que luego se extendieron al aula. En ese sentido, observó que en Uruguay, a pesar de la expansión de la educación primaria, es un “área que tenemos bastante desaprovechada para promover salud”, y que se pueden utilizar “un montón de programas preventivos” con los padres y las maestras. Aclaró que las buenas prácticas de crianza no aseguran que un niño “no vaya a sufrir ningún trastorno mental”, pero aclaró que “todo va a ser mejor si hay una crianza que los críe fuertes desde el punto de vista psicoemocional”.

Recomendó a los trabajadores de la salud mental “cuidar a los adultos para que puedan ejercer su rol regulador”, y apuntó a madres, padres y educadores. Pidió “darles estrategias concretas y aplicables”, porque “no venimos de una sociedad que tenga historia de buenas prácticas de crianza; tenemos que enseñar y no sirve decir 'sí a mí me criaron así, hago lo mismo con mis hijos'”. Pidió “sensibilizar a toda la sociedad”, porque ni una madre ni un padre solo cría a su hijo, ni una maestra sola lo educa, sino que “se necesita una aldea para criar a un niño”, dijo, y remarcó que todos los adultos deben sentirse responsables.

La inquietud

Gabriela Garrido, especializada en psiquiatría pediátrica y docente de la Clínica de Psiquiatría Pediátrica de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República, habló de problemas concretos y de la situación actual. Destacó la complejidad de la disciplina -en la que “durante muchos años se aplicaron conceptos de la psiquiatría de adultos en la psiquiatría de niños- y aclaró que “no pasa por recolectar síntomas”. Agregó que “no cualquier miedo, no cualquier rabieta, no cualquier agresión tiene o conlleva el signo de la patología”. En la enumeración mencionó “la inquietud”, “muy escuchada” desde las intervenciones de la familia, de la escuela y de la pediatría, comentó. Hizo énfasis en que hay que conocer muy bien las etapas del desarrollo, porque algo que se vea como una desviación puede ser normal. Dijo que si un síntoma no genera sufrimiento en el niño ni impacto a nivel familiar, escolar o social, quizá ni siquiera lo cataloguemos como trastorno mental.

Expresó que a nivel mundial hay “trastornos que han venido incrementándose”. Entre ellos, enumeró “los trastornos del espectro autista, los retrasos en algunas áreas del desarrollo, retrasos globales, el déficit de atención, las dificultades de aprendizaje; tenemos que afinar cómo se van haciendo estos diagnósticos”. Pidió que el abordaje clínico apunte a la familia y a ver si no hay patologías mentales en los adultos o si no se están viviendo circunstancias que no les permiten estar disponibles para el cuidado del niño. Dijo que “cuanto más hagamos en las políticas de protección, menos costoso será y mejor nos puede ir”, pero acotó que la prevención no resuelve todos los problemas.

Infantilización de la pobreza

Garrido comentó que alguien podría decir que el aumento de casos se debe a que se han ampliado o aumentado los criterios para diagnosticar, y presentó datos concretos. Citó un informe de la Organización Mundial de la Salud que en 2003 consignó que “más de 20% de los niños padecen a lo largo de la vida un trastorno mental”, que estas patologías afectan a “entre 10% y 20% de los niños y adolescentes” y que “50% de las patologías de los adultos empieza en la infancia o en la adolescencia”.

La médica se refirió a un estudio epidemiológico de la salud mental de escolares en Uruguay, de 2006, coordinado por ella y otros docentes de la Clínica de Psiquiatría Pediátrica, a partir de la percepción que transmitían los padres (en el medio de un instrumento validado a nivel internacional). Haciendo esa salvedad, señaló que el estudio reveló que 22% de los escolares de entre seis y 11 años presentaba problemas emocionales o comportamentales, según la percepción de los padres. Describió que esos problemas se vinculaban en primer término con la depresión y la ansiedad, y luego con problemas de comportamiento disruptivo.

Citó la Estrategia Nacional para Infancia y Adolescencia 2010-2030, elaborada por el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay -no por especialistas en psiquiatría- e identificó que los problemas de salud en la población infantil se presentan cada vez más en el crecimiento y el desarrollo. Entre los problemas identificados, la estrategia encontró la nutrición, los trastornos de aprendizaje y de conducta, el maltrato infantil, las adicciones y la salud sexual y reproductiva, entre otros. Garrido también mencionó las consecuencias de la “infantilización de la pobreza” y los trastornos mentales de adultos, entre ellos trastornos de personalidad y adicciones; advirtió de los aspectos negativos del embarazo adolescente si esa madre no tiene la suficiente continentación, la deserción educativa y el impacto de las nuevas tecnologías y modalidades de comunicación, algo “poco estudiado”. Añadió que no tenemos la velocidad suficiente para procesar “una diversidad de transformaciones” que se están dando “en tan poco tiempo”.

En cuanto a los recursos terapéuticos y las políticas de salud, citó el informe “Atlas”, que fue parte de un mapeo internacional que se llevó a cabo en 2005. Dijo que en ese trabajo se mencionaron las carencias en el abordaje de la salud mental en el primer nivel de atención, la carencia de centros especializados para el tratamiento o centros de rehabilitación y de medio camino, y la ausencia de servicios de intervención exclusivos para niños y adolescentes con trastornos psiquiátricos agudos. Más de diez años después, Garrido valoró que se ha avanzado en el primer nivel de atención, pero que aún “queda un camino largo”. Aclaró que no es que se necesiten más psiquiatras, sino trabajar en conjunto con otros profesionales del primer nivel de atención y con otros sectores; Cherro insistió luego con esa necesaria interdisciplinariedad, que fue el foco de su exposición.

Garrido saludó que el Sistema Nacional Integrado de Salud haya incorporado en 2011 prestaciones en salud mental -para niños y adultos-, pero lamentó que “desde 2011 no hemos avanzado demasiado en profundizar en calidad: se cumplen las cuantitativamente necesarias, pero no se evalúa demasiado la calidad, y los tiempos de prolongación del tratamiento muchas veces tampoco se cumplen”. Por otro lado, dijo en diálogo con la diaria que “hay algunas patologías, algunos problemas, que necesitan estrategias más específicas que no están consideradas en esas metas genéricas, algo que deja por fuera a muchos niños que requerirían, ya sea por su gravedad, por atenciones más específicas o porque no tienen un diagnóstico claro pero sí necesitan un abordaje. Entonces, seguimos teniendo un grupo de niños y de adolescentes que todavía no tiene un acceso fácil a los tratamientos”.

En cuanto al incremento de problemáticas de salud mental en los niños, mencionó que uno de los factores que han contribuido son “las dificultades de los adultos en el control de los niños”. “Hay familias que no logran regular tempranamente a los niños, hay consultas de preescolares cuyos papás dicen: 'no podemos con el niño', que tiene tres años. Son muchos los factores; puede haber niños con problemas del desarrollo temprano que explique y justifique esa situación, pero muchas de esas situaciones son dificultades familiares que tienen que ver con problemas de los adultos, con las estructuras y las dinámicas de las familias, con aspectos culturales en estos cambios vertiginosos que no nos dan tiempo a responder”.