Además del grupo Aparejo, organizador del encuentro, participaron integrantes de la Escuela Departamental de Danza de Maldonado, de la organización no gubernamental Retoños de Lucha y Sueños (de Bella Unión) y del Centro Latinoamericano de Danceability. Las tres instituciones invitadas expusieron sus trayectorias, en un espacio de diálogo que se desarrolló el sábado de tarde y al que asistió la diaria.

Sin fórmulas

Principio tienen las cosas, y quien comenzó hablando fue Lila Nudelman, directora de la Escuela Departamental de Danza de Maldonado. Bailarina, docente y coreógrafa, Nudelman tiene una rica trayectoria en la enseñanza de danza inclusiva, aunque a ella no le gusta del todo ese término: “No la llamo danza inclusiva, ni integradora, ni danceabitilty ni nada; para mí es danza y punto”, expresó, en diálogo con la diaria. Hace 25 años, en 1991, Nudelman comenzó a integrar en clases de danza a niños con y sin discapacidad; trabajaba en el Centro de Educación Natural e Integral, y fue en el marco de la metodología “natural e integral” del colegio que comenzó esa inclusión. No tenía cursos previos: “Me tuve que valer del corazón y de la intuición para poder ir haciendo el trayecto”, contó.

Nudelman formó luego grupos de danza inclusiva y desde 2007 trabaja en la Escuela Departamental de Danza de Maldonado. También allí buscó incluir a personas con discapacidades. Empezó por la formación docente: en 2012 dictó el primer curso de danza integradora en Maldonado (con el apoyo de los Fondos Concursables para la Cultura) y abrió un espacio de investigación dentro de la escuela. “Los docentes al principio no querían, y hoy son cinco los que están trabajando con población con discapacidad y trabajan en diferentes lugares, por ejemplo, en la cárcel”, valoró. También dan clases en la Escuela Especial N° 79 de Maldonado, donde trabajan con niños con discapacidades motrices e intelectuales, y en el Aula de Ceguera y Baja Visión (una delegación de ellos también vino al encuentro) y en la Escuela de Sordos de Maldonado. La verdadera inclusión, entendida como aquella que no sólo habilita a la danza, sino que comprende a personas con y sin discapacidades, se está logrando en un taller de expresión corporal del grupo preparatorio de danza, al que concurren niños de la Escuela N° 79. Nudelman aclaró que las personas con discapacidad pueden entrar a la escuela siempre y cuando logren integrarse. “La integración lleva mucho tiempo, sobre todo desde el docente. Con la población con discapacidad tenés que tener empatía y tenés que tener interés y estar abierto a la percepción, a lo que ellos te están dando, para vos darles, y eso va mucho desde el corazón de cada uno”. “Yo no les doy la fórmula, la fórmula la tiene que encontrar cada docente; con esa fórmula que ellos van trabajando y procesando, van llegando a diferentes poblaciones”, explicó.

Nuevo movimiento

Lucía Bidegain y Martín Recto, gestores del Centro Latinoamericano de Danceability, presentaron esta corriente, de desarrollo relativamente reciente en Uruguay, pero bastante extendido. Explicaron que es un método de danza que integra a personas con y sin discapacidades, que nació en Estados Unidos por impulso de Alito Alessi a fines de la década de 1980; tiene mucho de contact, de improvisación y de danza contemporánea. Alessi llegó por primera vez a Uruguay en 2007; viene una vez por año y ha dado dos cursos de formación para profesores. Cuatro docentes del Centro Latinoamericano de Danceability dan clases en la Escuela Roosevelt de Montevideo, que trabaja con niños con discapacidades, y el domingo de mañana hicieron un taller con la metodología que aplican en ese espacio. La corriente se ha extendido también al ámbito universitario, donde la bailarina y psicóloga Natalia Farías -que tiene discapacidad motriz y bailó el domingo de noche en el encuentro- desarrolla un espacio de formación integral llamado Inclusión, Comunidad, Danceability.

Cayéndose del mapa

Retoños de Lucha y Sueños es una ONG que trabaja en el barrio Las Láminas, de Bella Unión, donde en 2003 los índices de mortalidad infantil duplicaban los del resto del país y los niveles de desnutrición infantil fueron escandalosos. “Estamos en Bella Unión, como cayéndonos del mapa”, describió el sábado la pediatra María Elena Curbelo, directora de la ONG. Dijo que si bien la mortalidad descendió, muchos de los niños padecen discapacidades y tienen secuelas (no necesariamente físicas) de aquellas penurias que desde generaciones atrás han padecido sus familias, por lo que el deterioro se ha ido acumulando, dijo. Retoños proporciona rehabilitación en fisioterapia, fonoaudiología y psicomotricidad -tiene convenio con el Banco de Previsión Social- y desarrolla una serie de talleres, entre ellos de equinoterapia, huerta orgánica y danza. Curbelo asistió con talleristas y con su hija Raquel, figura protagónica del taller de danza, que quiso bailar luego de ver la película Mundo alas, de León Gieco, y habilitó esta exploración.

Jonathan Maciel, de 21 años, es el docente; contó a la diaria que comenzó a bailar cuando tenía 12 o 13 años, cuando “dos muchachas, una de Londres y otra de España, estaban en Bella Unión dando clase de danza Laban. Yo hacía circo en la policlínica [de Las Láminas, donde trabaja Curbelo] y surgió que iban a dar una clase a cuatro adolescentes, y yo quedé”. Remarcó que se formó en danza inclusiva de manera autodidacta. Buscando en internet, dio con la obra En mis zapatos y conoció a Victoria Pin, directora de la obra e impulsora del encuentro; “estamos contentos de que hayamos encontrado a otros ‘locos’ como nosotros”, reveló.

Curbelo mencionó la importancia del baile para su hija; narró que en abril Raquel estuvo muy grave de salud y que al salir de lo peor se asombró de la preocupación de sus allegados; con certeza les dijo: “No me voy a morir porque tengo que bailar”.

Vueltas de la vida

Mariana Rebollo, Fabiana Cairoli y Victoria Pin son las bailarinas de En mis zapatos, una obra que presentaron en 2013 y de la que hicieron un fragmento el sábado de noche. El grupo, que ahora está compuesto por siete personas, está trabajando en Aparejo, una obra que se estrenará el 6, 7 y 8 de diciembre en la sala Zavala Muniz del Teatro Solís, como cierre del Ciclo Montevideo Danza. Tanto En mis zapatos como Aparejo son dirigidas por Victoria, que es docente, bailarina y coreógrafa, además de ser hija de Lila Nudelman.

Fabiana se desplaza en silla de ruedas; hace danza desde que tenía 16 años y vivía en San Pablo. Contó a la diaria que en Brasil bailaba “con una estructura de un método cubano que se llama psicoballet”; en 2003 comenzó a participar en un proyecto de Nudelman que se llamaba “Todos podemos bailar”. “Venía con esa estructura de que no bailaba en el piso, no quería bailar fuera de la silla de ruedas, y descalza menos”, relató, pero de a poco se fue animando a bailar con bastones y en el piso, como se la vio en En mis zapatos.

Mariana cantaba en un coro y empezó a bailar en 2004, cuando se sumó al grupo dirigido por Nudelman. En 2010 hizo el curso de formación docente con Alessi. Estuvo un año sin danzar, hasta que volvió a contactar a Victoria y le propuso hacer algo: “Empezó como un juego; yo quería hacer algo divertido, algo para mostrar”, recordó. La apuesta derivó en la creación de En mis zapatos, que además de ser un espectáculo de danza, tiene mucho de diversión genuina y placentera.

“Es aprender a usar otros sentidos”, apuntó Fabiana, que también se formó como docente de danceability. “Las personas con discapacidad a veces pierden uno de esos sentidos, pero tienen otros más desarrollados, y hay que saber aprovecharlos. Ver que una persona con síndrome de Down o con ceguera hace malambo, tango o danzas tradicionales en la escuela común de danza de Maldonado, que están integrados, es genial, y así tendría que ser en todos lados”, expresó. “No todo es posible”, advirtió Mariana, y amplió: “No es posible que yo baile sin bastones y me anote en el circo de Moscú. No es posible. Yo bailo acá y así, cada uno es como es, como dice un amigo nuestro: bailar con lo que tenés y no con el cuerpo que esperás tener”.

Victoria fue desde los dos años al colegio inclusivo en el que trabajaba su madre: “Compartí mi infancia con amigos que tenían alguna discapacidad, para mí eso era muy natural”, explicó. A la formación adquirida con su madre le sumó cursos en el exterior, entre ellos los de danceability. “Para mí danza inclusiva es danza contemporánea; se aclara porque tiene sus particularidades, pero es una manera de pararse desde la danza contemporánea, que es desde la investigación, desde el movimiento”, explicó a la diaria. “Como la investigación del movimiento es lo principal, no importa qué cuerpo haga esa investigación, no precisás tener el súper entrenamiento o las tales condiciones, porque lo que buscamos es investigar, y lo que surge, surge desde la individualidad y desde lo grupal, pero es compuesto respetando esas individualidades”, explicó.

Pero también hay dificultades: la falta de formación en zonas alejadas como Bella Unión, la falta de financiamiento y de programas públicos que permitan el acceso a la danza inclusiva de personas que no pueden costear los cursos, a lo que se le suman las dificultades para trasladarse -con taxis muy caros- y para conseguir espacios accesibles para ensayar. “Llegar a la clase y tener dónde ensayar, que es lo básico, es muy difícil”, graficó Victoria. Ni que hablar de las remuneraciones. “Si tuviéramos realmente un respaldo, habría mucha más gente involucrada, muchas más obras en escena; hasta ahora los músicos, el iluminador y la productora con los que trabajamos están sólo con la promesa de que cuando haya un peso lo dividiremos. Sin duda que con un apoyo más fuerte, todo el movimiento despegaría”.

Autogestión

El encuentro fue un proyecto seleccionado por la convocatoria 2016 Casarrodante Abierta. Fue organizado por Aparejo, grupo de danza que integra a personas con discapacidad. El grupo gestionó todos los apoyos: Casarrodante -que es un taller de danza y creación- prestó el espacio y colaboró con la producción, la Intendencia de Montevideo con los traslados y las impresiones de los programas, y el resto de los gastos fue cubierto con la venta de bonos.