Como muchos, yo soy una de esas personas que tienen varios grupos de WhatsApp, algunos estrictamente laborales, otros políticos y otros de diversos grupos de amigos y amigas. No suelo ser muy activa en los grupos, pero en general voy siguiendo los intercambios. Es común, en algunos de ellos, recibir continuamente chistes machistas, racistas, homófobos, que a veces cuestiono; pero no lo puedo hacer siempre: no es posible estar en combate permanente, no es bueno para mi salud ni para la del grupo. Como dice el dicho, “hay que elegir bien las batallas”. El otro día fue uno de esos en los que resolví que esa batalla había que darla; fue tan asombroso para mí el resultado, que decidí contarlo para que trascendiera mi vida personal y contribuyera a la reflexión colectiva, porque, como creemos algunas, “lo personal también es político”.
El mensaje, en calidad de “chiste”, fue enviado bajo tres modalidades: primero, en audio, con un locutor y música de fondo; luego, en imagen de folleto; por último, en fotografía. El mensaje de los dos primeros era el siguiente: “Whiskería Brisas. Festejando 4 mes de su creación [sic], el 14 de Octubre de 2016, 3 grandes shows: streeper, baile del caño y sexo en vivo. Durante la noche se sorteará un número por el valor de 50 pesos para el feliz poseedor disponer de la chica que más le guste…”. Los mensajes hacían referencia al departamento, nombre del lugar y dirección. Finalmente se enviaba una foto en la que aparecían cinco chicas semidesnudas. No contento con estos tres contenidos, uno de mis amigos expresaba: “Vamos? Escuchá el audio, no tiene desperdicio... No sé si es posta pero es muy gracioso”.
Que se considerara esta “propaganda” algo gracioso, naturalizando la situación e incluso invitando a ir a ver el espectáculo me resultó indignante. Esta batalla tenía que darla; con respeto, sin hacer juicios de valor, pero con mucha claridad. Opté por enviar un mensaje de voz en el que transmití al grupo, y al amigo que había hecho la propuesta en particular, que no era para nada gracioso lo que había enviado como chiste, que hay situaciones de la vida real con las que no está bueno hacer chistes. Que detrás de las whiskerías hay violencia hacia las mujeres, a las que se trata como objetos, como mercancía, como parte de las cosas que se pueden comprar por 50 pesos. Que estas mujeres que ejercen las prostitución, en la gran mayoría de los casos, han sido muy vulneradas desde niñas; que muchas de ellas han sido abusadas sexualmente por personas de su entorno, arrastradas al ejercicio de la prostitución, sin posibilidades de elegir; que muchas de ellas sufren mucho por esa situación y no pueden salir de ella porque es lo único que conocen. Y que, además, las whiskerías son la fuente de las violaciones, de la trata y tráfico de mujeres, de la explotación de niños, niñas y adolescentes; de las cosas más aberrantes que pasan en este mundo. Concluí mi intervención planteando que estaría bueno que reflexionáramos con el uso que, como chiste, les damos a algunas situaciones de la vida real. Finalmente, le dije a mi amigo: “A vos, que vas a ser papá de una niña, no te gustaría que se la cogieran por 50 pesos y lo pasaran en las redes sociales como un chiste”.
La respuesta no se hizo esperar. El amigo aludido inmediatamente salió del grupo. De las otras seis personas, tres manifestaron su apoyo (dos mujeres y un varón) y las otras dos su indignación a mi planteo (dos mujeres, una de las cuales también salió del grupo, luego de calificarme de “intolerante” y de afirmar que “no era capaz de aplicar el sentido común”, entre otras cosas).
Lo que para mí significaba una práctica nefasta que hay que combatir, desnaturalizar, que representa lo más aberrante de la cultura machista y misógina en la que vivimos, que es parte de las prácticas que cosifican y mercantilizan a las mujeres y su cuerpo, para estas tres personas era parte de un “chiste”, “de sentido común”, algo más de lo que reírse.
Está tan cosificado, tan mercantilizado el cuerpo de las mujeres, especialmente de aquellas en situación de prostitución, que no es posible pensarlas como hijas, como hermanas, como mujeres que tienen padre, madre, abuelos; se genera indignación cuando se las coloca en estos lugares.
Creo, lamentablemente, que estos mensajes subjetivados como chistes son prácticas cotidianas, absolutamente naturalizadas por varones y mujeres, de izquierda y de derecha, de todas las edades y clases sociales. Que son difundidos ahora también por medio las tecnologías de la información y la comunicación y que hacen una gran contribución a la reproducción de la cultura hegemónica capitalista, machista, clasista y racista, a la que muchos de ellos pretenden combatir.
En la última década, Uruguay ha experimentado grandes transformaciones en el reconocimiento de nuevos derechos y en la implementación de políticas públicas contrahegemónicas. Sin embargo, estoy convencida de que estos avances sólo podrán mantenerse y profundizarse si realizamos una verdadera revolución en nuestras prácticas más cotidianas.
Leticia Benedet