Desde una mirada sumamente ingenua por una parte de la población y de los equipos de salud, sostenida y fomentada por la industria farmacéutica y los corporativismos médicos, tendemos a pensar que cuantas más intervenciones en salud se nos realizan, más saludables vamos a estar. En una sociedad de consumo en la que la salud es un bien más, es lógico que se fomente su “consumo” por parte de la sociedad y también de los Estados. Poniéndose en práctica la llamada ley de cuidados inversos, consumen más salud los sectores de la población que menos lo necesitan, y no trabajamos desde la promoción de salud, que incluye recordar que las intervenciones del sistema sanitario sólo influyen en un 10% en la salud de las personas. El resto corresponde a determinantes sociales y ambientales. ¿Queremos más salud? Entonces, que la gente tenga un trabajo decente, una vivienda digna, espacios de recreación adecuados. ¿Querés más salud? Hay que redistribuir la riqueza.
Desde esa mirada ingenua, consumimos prevención como si las intervenciones fueran inocentes y no generaran efectos adversos. Desde hace ya un tiempo viene creciendo desde el ámbito de la salud un movimiento llamado prevención cuaternaria que pretende, a través de una mirada bioética y basándose en la mejor evidencia científica disponible, disminuir el impacto negativo que las intervenciones en salud pueden causar en las personas. Es especialmente importante la mirada sobre las actividades preventivas, ya que, en estos casos, estamos interviniendo sobre personas que, a priori, se encuentran sanas, y a las que las actividades del sector sanitario pueden causarles daño. En este caso, niñas de 12 años. En este movimiento, la vacuna contra el virus del papiloma humano ha estado bajo estudio riguroso.
Esta vacuna recibió licencia para su uso en mujeres en el año 2006, por lo que, desde el punto de vista de la evidencia científica, pasó muy poco tiempo para lograr estudios de suficiente peso que nos permitan conocerla en sus efectos preventivos y adversos. La vacuna contra el HPV, elaborada por bioingeniería, consiste en partículas de proteínas capsulares de este virus. Existen más de 100 tipos de HPV, algunos potencialmente cancerígenos y otros no. Este virus es necesario para causar cáncer, pero no es suficiente. La vacuna declarada obligatoria e incorporada al esquema de vacunación protegería contra cuatro serotipos, dos de los cuales (el 16 y 18) están vinculados al desarrollo del 70% de los casos de cáncer de cuello uterino. Por eso no podemos decir que esta es una vacuna contra el cáncer, sino contra algunos serotipos que pueden causar cáncer. El riesgo de cáncer de cuello uterino persiste; por lo tanto, otras medidas preventivas, como la colpocitología oncológica (PAP), siguen siendo imprescindibles. Esto es importante para no confundir a la población; para que comprendan que este estudio debe seguirse realizando entre los 21 y los 69 años, cada tres años, acorde con la pauta del MSP. ¿Esta medida reducirá la prevalencia de la enfermedad por disminuir la frecuencia de dos serotipos? Esperamos que sí; aún no lo sabemos a ciencia cierta. Sabemos que genera anticuerpos en la sangre contra el virus, pero esto no necesariamente quiere decir que ataque al virus, ya que la inmunidad natural contra el virus es de otro tipo (celular). ¿La disminución de la circulación de dos serotipos puede aumentar la circulación y, por tanto, la incidencia de otros serotipos de HPV o aumentar la virulencia de otros serotipos? No ha pasado el tiempo suficiente de estudio para saberlo con fuerte evidencia científica; creemos que no.
¿Cuánto tiempo dura la inmunidad contra este virus? ¿Será necesario revacunar a los años? No lo sabemos; los estudios actuales prueban que la serología contra este virus dura por lo menos seis años, aproximadamente. ¿Estaremos vacunando a niñas de 12 años para cubrirlas solamente hasta los 18 años, en momento de actividad sexual y exposición al virus? Teniendo en cuenta que la vacuna tiene diez años de patentada -en una enfermedad con una edad media de diagnóstico a los 58 años- y que estamos vacunando a adolescentes de 12 años, es obvio que no tenemos claro aún el impacto real que va a tener. Sobre todo, porque ninguno de los estudios sobre la efectividad de la vacuna fue realizado con población de esta edad.
Los estudios científicos que aseguran su eficacia tienen un claro conflicto de intereses, ya que fueron financiados por la misma empresa farmacéutica que pone a la venta la vacuna. Las últimas revisiones sistemáticas sobre el tema llegan a la conclusión de que, según la evidencia científica disponible, se puede llegar a una proyección optimista sobre sus efectos o un fuerte apoyo al potencial que podría tener. En resumen, podría ser efectiva; aún no tenemos evidencia científica suficiente para asegurarlo.
Sobre los efectos adversos de esta vacuna, además de las reacciones leves a nivel local, los desmayos y las cefaleas, se ha reportado a nivel mundial aumento de embolias, del número de abortos y enfermedades como Guillen Barre. Pero la frecuencia de los efectos adversos graves y la vinculación directa de estos a la vacuna aún no los sabemos.
La inversión económica que se realizará para vacunar a todas las niñas de 12 años, ¿que efectos tendría si se invierte en mejorar la cobertura de PAP -en la que aún nos falta mucho-, la que, de ser realizada con la frecuencia adecuada, previene a tiempo la enfermedad? Vamos a exponer obligatoriamente a nuestras adolescentes de 12 años a una vacuna sobre la que aún no tenemos el adecuado conocimiento. Esta es una evaluación basada en los estudios científicos disponibles. ¿Verdad absoluta? No. Pero tampoco sigamos con la soberbia de pretender tener la verdad absoluta sobre la inocuidad y la efectividad de la vacuna.
Virginia Cardozo