La muerte de Fidel Castro ocurrió en una Cuba que todavía procesa las transformaciones promovidas por su hermano, Raúl, desde que asumió la presidencia en 2006, y cuando faltan dos meses para que Donald Trump llegue a la Casa Blanca con la promesa de volver a congelar las relaciones bilaterales. A esto se suma la crisis política y económica que enfrenta Venezuela, uno de sus principales aliados.
Desde que asumió el gobierno, Raúl Castro impulsó una apertura del sector privado, aunque en una economía que sigue siendo centralizada, y promovió la captación de inversión extranjera. También llevó adelante una política para sustituir empleos públicos por otros de cuentapropistas. Además, permitió a los cubanos el libre acceso a los hoteles y al alquiler de autos, la venta libre de teléfonos celulares y el acceso a internet.
En materia de política exterior, el gobierno de Raúl Castro marcó el inicio del deshielo con Estados Unidos, bajo la mirada crítica de Fidel, que seguía viendo con desconfianza todo lo que tuviera que ver con el “imperialismo yanqui”. En marzo, y luego de dos años de iniciado el proceso de normalización de las relaciones, Barack Obama se convirtió en el primer presidente estadounidense en ejercicio en visitar Cuba en 88 años. En octubre, Obama emitió una resolución para tratar de sellar su política de apertura hacia Cuba y hacerla “irreversible”, pero no parece que esto vaya a resolverse antes de que el presidente termine su mandato. Sus intentos de levantar el embargo, además, no tuvieron éxito en el Congreso, de mayoría opositora.
El rumbo de este proceso de acercamiento entre los dos países se volvió más incierto con la elección de Trump como presidente estadounidense. Falta conocer hasta qué punto cumplirá con su promesa de “dar marcha atrás” a las medidas de Obama. Durante las elecciones primarias, Trump había apoyado la apertura a Cuba, pero en su búsqueda del voto de los cubanos de Florida, prometió que “revocaría” las medidas de Obama “a no ser que el régimen de los Castro” restaure “las libertades en la isla”. Por lo pronto, la semana pasada designó a Mauricio Claver-Carone, conocido por su activismo a favor de mantener el embargo económico, como integrante de su equipo de transición.
La manera en que reaccionaron Obama y Trump a la muerte de Fidel ilustra bien la diferencia de posturas. El presidente estadounidense dijo que sólo la historia “registrará y juzgará el inmenso impacto” de la “figura única” del líder cubano. También se solidarizó con el pueblo de Cuba, al que le “tendió la mano”, e insistió en la importancia de seguir avanzando en la normalización de las relaciones. “El pueblo cubano debe saber que Estados Unidos es su amigo y socio”, concluyó.
Trump, en cambio, dijo que Castro fue un “brutal dictador” que “oprimió a su propio pueblo” y que con su fallecimiento deja “un legado de fusilamientos, robo, sufrimiento inimaginable, pobreza y negación de derechos humanos fundamentales”. Prometió hacer “todo lo posible para asegurar que el pueblo cubano pueda iniciar finalmente su camino hacia la prosperidad y libertad”.
A esta incertidumbre se suma la crisis política y económica que vive Venezuela, aliado fundamental de Cuba. Esta situación hace peligrar la ayuda que el país petrolero le extiende a la isla desde el año 2000. Aunque hay una hoja de ruta trazada hasta 2030, no hay certeza de que el gobierno de Nicolás Maduro pueda costear la iniciativa con la crisis económica que enfrenta en su propio país. En su mejor momento, y gracias a este convenio de cooperación, Venezuela llegó a enviar hasta 120.000 barriles de petróleo por día, a cambio de servicios médicos que brindan en ese país los profesionales cubanos. Según el diario venezolano El Mundo, el número de barriles hoy oscila entre 60.000 y 80.000.