El Consejo de Educación Secundaria acaba de sacar a la luz una polémica circular, “Finalizando el año liceal - ‘Logrando metas’” (disponible en http://www.ces.edu.uy/ces/images/11094_16.pdf), relativa al fin de los cursos y al trabajo a implementar con aquellos estudiantes que no tengan la calificación suficiente para aprobar tales o cuales materias. En dicha circular se declara: “En el marco de los ejes estratégicos para el quinquenio ANEP-CES, se propone la finalización de los cursos de Ciclo Básico atendiendo especialmente a la protección de las trayectorias, focalizando la singularidad del estudiante”. Y en la misma página, pocos renglones después, se añade: “Esta propuesta involucra a todos los actores institucionales y de la comunidad, incluyendo a las familias y coloca la organización institucional al servicio de los estudiantes”.
Uno. Interesa llamar la atención sobre la extrañeza, que sobresalta la lectura, de “protección de las trayectorias, focalizando la singularidad del estudiante”. ¿Qué quiere decir esto? Como ya se había planteado desde estas páginas, el discurso médico es una constante en el decir de las autoridades educativas: “protección”, hay que proteger, hay que amparar para que no ocurra la catástrofe que siempre está a punto de ocurrir, que siempre está a la vuelta de la esquina o que nos puede tomar por sorpresa en el rincón menos pensado de un pasillo de liceo: la catástrofe de la repetición, o más precisamente, de la “repitencia” (?), extraña palabreja cuyo atributo fundamental parece ser la abstracción que la marca para referirse a la vieja y conocida repetición de un curso, asignatura o materia. Todo parece apuntar a un no querer decir diciendo, o a un evitar decir con las viejas y conocidas palabras, como si la alternativa más abstracta volviera más técnico, más serio, el discurso que la contiene, sacándolo del registro coloquial. No hace falta aclarar que la repetición es un fenómeno complejo, pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa: nadie puede pensar que del 3 al 10 de diciembre se pueda hacer algo que tenga que ver con “aprendizajes de calidad”. Lo inquietante del asunto está en cómo las autoridades educativas entienden la educación, en cómo pretenden hacer pasar un remedio tristemente paliativo por un acontecimiento pedagógico.
Dos. La extrañeza se multiplica porque los estudiantes aparecen designados, debemos suponerlo, con el término “trayectorias”: allí donde el objeto de la protección, en primera instancia, parecería ser el alumno liceal, ahora se desplaza a una trayectoria, a un devenir intransitivo, una conceptualización. Curioso lenguaje que consagra la vacuidad de los discursos y que confunde pasaje de curso, “salvado” de una asignatura, con aprendizaje; salvataje estadístico con un acto genuinamente educativo. El palabrerío de la circular no hace otra cosa que obturar la aparición de un estudiante, de un alumno (pobre palabra tan injustamente atacada), en definitiva, de un sujeto. ¿No es, a fin de cuentas, el lenguaje de la propia circular la catástrofe de la educación, esa catástrofe que todo el tiempo está por advenir y que parece querer conjurarse con un lenguaje crasamente burocrático, un lenguaje que se hace pasar por pedagógico pero que no es sino un abanico de objetivos, sugerencias, actividades, vale decir, una planificación empresarial a corto plazo?
En el segundo pasaje citado, aparece esa palabrita mágica que no puede faltar, especie de milagro verbal capaz de hacernos comprender el problema y su solución: “comunidad”. Ahora sí, lo entendemos: podemos atisbar el remedio: convertir el liceo en una casa, o en la extensión de la casa de la que cada alumno procede. La comunidad es la garantía última que vendría a certificar cómo hay que hacer las cosas, a qué demandas hay que atender. El liceo ya no tiene que ver con el amasijo de un saber y de una crítica, sino con un aparato de estrategias y de actividades tendientes a evitar el rezago, la repitencia, a costa del propio aprendizaje.
Tres: otra cita, perdóneme el lector: “Diseñar acciones que hagan posible la permanencia de los estudiantes asociada al logro de aprendizajes de calidad, para contribuir con la oportunidad de integración a los códigos de socialización ciudadana” se esgrime como primer punto en el apartado 2, subtitulado “Justificación”. De nuevo, extraña redacción que se presenta como un objetivo para servir, finalmente, como una justificación. ¿Qué es la “permanencia de los estudiantes asociada al logro de aprendizajes de calidad”? Es una permanencia también intransitiva (importa permanecer, sin pertinencia; el liceo como un lugar de depósito). Cuando se leen estas líneas, una especie de exceso parece recorrerlas, el exceso del palabrerío y de que todo debe ocurrir en una semana, en la última semana de clases, milagrosa semana capaz de engendrar aprendizajes “de calidad”. Además, asociada con los aprendizajes superlativos que pueden tener lugar del 3 al 10 de diciembre, aparece la “oportunidad de integración a los códigos de socialización ciudadana” (?). Uno tiene ganas de rendirse. El resto del año parece haber sido en vano; el trabajo de los profesores parece no haber surtido efecto de ninguna clase, en ninguno de los aspectos posibles, por ello “esta propuesta de finalización de cursos brindará oportunidades para trabajar las competencias sociales, emocionales y académicas de los jóvenes, poniendo el foco en ellos”. Seguimos en la “Justificación” de la propuesta de la circular: siete días en los que habrá que hacer lo que no se hizo el resto del año, parece: poner el foco en los estudiantes, para que sus oportunidades de desarrollo de las competencias sociales, emocionales y académicas no se desplomen, no se vengan a pique junto con la calidad de los aprendizajes. ¿Qué estuvieron haciendo los profesores hasta ahora? ¿Sólo enseñando sus cosas, los temas de sus disciplinas, pero sin atender a los alumnos, a su costado no académico?
Cuatro. “Proteger las trayectorias educativas de los jóvenes es contribuir con el desarrollo de la subjetividad a partir del intercambio y la inclusión a un ‘nosotros’. Opera como sostén en la producción de los proyectos personales”. Hago un esfuerzo por comprender. Entiendo que los siete días que van del 3 al 10 de diciembre les proporcionan a los profesores la posibilidad de poner, por encima de todo, el proceso, el camino recorrido, antes que lo meramente numérico, que las distintas fotografías que suponen, por ejemplo, los escritos. Además, si es posible adoptar esta perspectiva, entonces uno de los efectos producidos tiene que ver con el desarrollo de la subjetividad y con una inclusión a un “nosotros”, inclusión que se asume como fracasada, como inexistente: todo el año trabajando en exclusión, eyectando hacia un “ellos” que no sabríamos ubicar, pero que se percibe como posible responsable del fracaso escolar.
Cinco. Para terminar, en el apartado 8, “Sugerencia de actividades”, se realiza una enumeración que sugiere que nada de eso -o poco de lo allí sugerido- se hace en un liceo. Entonces, hay que “preparar a la institución para este cambio logrando un abordaje integrador” (del 3 al 10 de diciembre) y, por ejemplo, “identificar las competencias y habilidades que deberán alcanzar los estudiantes para lograr el mínimo esperado. Creación de consignas y propuestas innovadoras de evaluación que permitan visualizar la integralidad de los aprendizajes alcanzados”. Obviando la redacción poco feliz de la segunda cita (“identificar”-“creación”), de nuevo surge esa sensación de desmedida entre los objetivos de la propuesta y el tiempo destinado a realizarla, y esto asumiendo, de muy buena gana, que la propuesta pudiera tener algo de sentido, que fuera medianamente razonable.
“Salvataje estadístico”, había dicho, que confunde la urgencia de pasar un curso, de aprobar tales o cuales asignaturas para evitar la “desafiliación” del sistema, el “abandono escolar”, como dice el documento del CES, con calidad de aprendizajes y pedagogía. Todo se trata de lo remedial para un subsistema (por no hablar de todo el sistema educativo) que está desorientado, que no sabe muy bien qué hacer para encontrar un rumbo de “aprendizajes de calidad”, aprendizajes que, con toda seguridad, no se darán del 3 al 10 de diciembre.