¿Cuáles son las principales preocupaciones de Amigos de la Tierra?
-No nos preocupa solamente la resistencia, ya sea a las políticas neoliberales, los monocultivos, el proceso de mercantilización de la naturaleza que se está dando, o el cambio climático. También hacemos foco en cómo vamos transformando nuestros sistemas energéticos, alimentarios, lo que implica una gran apuesta a la generación de propuestas de transformación que lleven a un cambio de sistema. Una preocupación central es el sistema alimentario, que requiere una transformación total. Hay que democratizarlo y volverlo viable para la producción familiar y campesina, para que seguir produciendo sea un derecho. Los ciudadanos tenemos que tener más control sobre los sistemas alimentarios, para que estos no estén en manos de las grandes corporaciones, que definen qué se produce, cómo y para qué. La concentración del sistema y una muy mala distribución de los alimentos que se producen a nivel mundial nos han conducido a grandes crisis alimentarias. Cuando se trabaja la soberanía alimentaria, claramente tiene consecuencias positivas en materia de cambio climático. Si promovemos la agroecología reducimos las emisiones, porque se promueve la comercialización de cercanía, hay menor transporte de alimentos, no se usan agrotóxicos, y todo esto ayuda a que las comunidades tengan mayores fortalezas para resistir el cambio climático.
¿Cómo entra la política en estos debates?
-Ese es un debate en todo el ambientalismo. Nosotros en Amigos de la Tierra Internacional estamos muy preocupados por el crecimiento de la derecha en todo el mundo. Es una organización que se opone a las derechas, que vienen con todo lo que hablábamos antes y con una gran carga de criminalización. Los golpes de Estado en Brasil, en Paraguay y en Honduras nos preocupan muchísimo. Defendemos la justicia ambiental, no somos solamente ambientalistas ni conservacionistas. Peleamos por la justicia ambiental, que implica justicia social. La justicia es fundamental en todas sus dimensiones, igual que la soberanía de los pueblos; son valores centrales de la federación. Nos sentimos más cercanos y con posibilidad de diálogo con un gobierno que apuesta a la justicia social que con uno que no lo hace. En Uruguay todavía no hay una conciencia fuerte de que la justicia social requiere justicia ambiental, y nuestra tarea es generar esa conciencia. Nos proponemos acompañar a los pueblos que están siendo afectados por este modelo depredador, pero también generar propuestas de transformación y que eso sea apoyado por políticas públicas. No queremos un ambientalismo de mercado.
¿Qué significa “desarrollo” para ustedes?
-Lo que nos preguntamos es si el desarrollo es seguir el camino de los países del norte. Algo que está claro en todo el mundo es que el crecimiento económico no necesariamente implica desarrollo; pero cuando se habla de modelos de desarrollo, generalmente se habla de modelos que priorizan el crecimiento económico -que requiere inyecciones de dinero, inversión extranjera directa-, y eso mucha veces se entiende como desarrollo ya de por sí. Eso no es así, en la medida en que la renta esté concentrada y no se distribuya adecuadamente, haya necesidades básicas insatisfechas y contaminación. No es que estemos en contra del desarrollo, no somos una organización antidesarrollo, pero sí cuestionamos lo que hoy en día se concibe como tal.
¿Amigos de la Tierra tiene enemigos?
-No sé si tenemos enemigos, pero nos oponemos con mucha fuerza a las empresas transnacionales y al control que ejercen, cada vez más, sobre nuestras vidas. Consideramos que hay que desmantelar su poder; no es viable una sociedad en la que haya empresas con semejante poder, que además constantemente cometen brutales violaciones de los derechos humanos en toda América Latina y que están a la orden del día en Asia y África. Desde asesinatos en los que las empresas tienen una responsabilidad directa, hasta desplazamientos forzados, criminalización y persecución. Pensamos que eso tiene que acabar y que las empresas tienen que ser juzgadas. Estamos trabajando en un tratado vinculante sobre derechos humanos y empresas transnacionales, que se está discutiendo en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, a instancias de Ecuador y Sudáfrica. En este sentido, también nos preocupan mucho las ONG [organizaciones no gubernamentales] que en nombre de la conservación privatizan naturaleza y territorios, y desplazan a poblaciones; en aras del discurso conservacionista se puede hacer mucho daño. Nosotros creemos que el ambiente no es algo separado de las personas, sino que la respuesta es la defensa de los territorios desde los pueblos.
¿Cómo se llevan con la visión de que el ambientalismo en algún punto es un negocio y las ONG lucran con la conservación de la naturaleza?
-Desde Amigos de la Tierra pensamos que es importante caminar más y más hacia ser movimiento social, no una ONG. Estamos articulando con movimientos de todo el mundo, sobre todo porque nuestro trabajo no se puede hacer solamente sobre la base de proyectos financiados o de la cooperación internacional, que generan mucha dependencia. Muchas de nuestras organizaciones más grandes cubren su presupuesto con una cuota mensual de sus miembros, como en Alemania o Inglaterra. No es que todas las organizaciones dependan de la cooperación internacional. Nuestro trabajo va mucho más allá. Cuando nos planteamos nuestro plan de trabajo, no lo hacemos con base en los posibles proyectos, sino que primero nos planteamos el plan y después vemos cómo lo financiamos. Lo hacemos siempre con recursos públicos, no recibimos fondos de empresas.
¿Cómo se acercan a las personas que no tienen el chip ambiental o no les interesa el tema?
-Ese es uno de los desafíos: cómo hacemos para llegar a más y más gente con nuestras propuestas y análisis, y para comprometerlas con estas luchas. ¿Por qué decimos que queremos ser más un movimiento social? Porque esto no es ni puede ser un trabajo de especialistas ni de organizaciones puntuales, sino que es necesario que se vaya asumiendo cada vez más como sociedad. De hecho, el ambientalismo más fuerte hoy está en los pueblos, no en las organizaciones que trabajamos en el tema. La conciencia ambiental está muy prendida en los territorios y es muy anterior a nosotros. Estas organizaciones lo que hacemos es tratar de que esos debates permeen más en la sociedad en su conjunto. Lo ambiental no surge de las organizaciones llamadas ambientalistas, surge desde los pueblos que están en su territorio defendiéndolo, y nosotros nos nutrimos de eso. El ambientalismo no son las ONG ambientalistas.
¿Cómo lidian con la demonización del ambientalismo?
-En general nos demonizan diciendo que nos oponemos al desarrollo, pero nosotros hablamos de justicia ambiental. De cómo construir sistemas alimentarios y energéticos justos y sustentables. No nos abstraemos de la necesidad de puestos de trabajo en la sociedad, por ejemplo. Ese también es nuestro compromiso, por eso tenemos tan buenas relaciones con el movimiento sindical, el movimiento campesino y el de mujeres. Esa es nuestra fortaleza. Si fuéramos un ambientalismo que está para proteger el medioambiente como una cosa abstracta o separada de lo social, seríamos una organización más; lo que nos hace diferentes es el compromiso social con los cambios y la creencia de que estos se construyen desde los pueblos.
¿Cuáles son los principales problemas ambientales que identifican en el país?
-Como Amigos de la Tierra tenemos una preocupación enorme con respecto al cambio climático, y eso es válido para Uruguay. Estamos en una trayectoria hacia un proceso alarmante y sin retorno. En Uruguay quizá todavía no tengamos conciencia de ello. Parece algo lejano, más allá de que la variabilidad climática nos afecte. Lo triste es que las más afectados son las poblaciones más desfavorecidas y que cuentan con menos recursos; esa es otra materialización de la injusticia ambiental, que hace que quienes generan el problema no sean quienes más lo sufren. La pérdida de biodiversidad también es un problema gravísimo y tiene mucho que ver con el avance del agronegocio. Es más grave aun en el contexto de cambio climático, porque cuanto menos biodiversidad, menos capacidad para resistir el cambio climático. El problema del agua es un tema central. No podemos ver por separado cambio climático, agricultura y biodiversidad, sino que todos los procesos se retroalimentan. Para bien o para mal.
El Estado invierte dinero en el agronegocio. ¿Creen que la inversión estatal en agroecología podría ser un camino?
-Claro que invierte. Absolutamente. En todas las áreas pensamos que es fundamental la inversión pública y estatal. En el caso del cambio climático creemos que los países industrializados del norte fueron los que generaron el problema y son los mayores emisores [de gases de efecto invernadero], por lo que tienen que hacer frente a la deuda climática volcando recursos hacia el sur. Además, planteamos la necesidad de eliminar todo tipo de sistemas de propiedad intelectual que eviten que el sur pueda hacerse de las tecnologías necesarias para los cambios. Para nosotros es fundamental que los recursos sean públicos y no sean las empresas privadas las que tienen que venir supuestamente a resolver el problema del cambio climático. Es una pelea política difícil; lo reconocemos y la estamos dando. Un problema es que los estados del sur están aceptando estas lógicas en el sentido de que las asociaciones público-privadas son la solución a todos los problemas de la humanidad y del planeta. Se le está poniendo precio a la biodiversidad. Una minera destruye biodiversidad y compensa pagando conservación en otro lado; eso es una locura, porque los territorios son totalmente diversos y no son solamente factores biofísicos: son cultura, historia, el lugar donde los pueblos desarrollan su vida, sus relaciones sociales y de producción. Cuando se lo destruye se está destruyendo mucho más. Se está tratando de imponer un cambio de lógica, en el que la naturaleza se puede traducir en dinero, y eso nos mete a una lógica de la mercantilización total de todo, de las relaciones sociedad- naturaleza. Es muy perversa, porque después de que lo convertiste en dinero, lo comprás y vendés en el mercado, y después es muy fácil de privatizar.
Uno de los cuestionamientos que se le hacen a la agroecología es su imposibilidad de generar grandes producciones y una logística similar a la del agronegocio, del que quizá esto sea su punto más fuerte. ¿Creés que la agroecología lo hace o podría hacerlo?
-A nivel mundial, hoy se producen suficientes alimentos para alimentar la producción mundial, no es que falten. La agroecología puede producir la cantidad de alimentos suficientes, pero es un modo de producción diferente, en el que se produce más diversidad, y la distribución busca generar un vínculo más cercano entre productores y consumidores. Sabemos que la agroecología puede alimentar al planeta. La FAO dice que la producción familiar y campesina, las huertas urbanas, todo eso sumado, produce 70% de los alimentos a nivel mundial. No quiere decir que todo eso sea agroecología, pero hay mucha que en realidad lo es, porque es una producción a pequeña a escala, tradicional, con muy bajo uso de insumos. Tenemos más alimentos, pero la gente muere de hambre, y ese problema no lo ha podido resolver el agronegocio, aunque ha sido una de sus grandes promesas. Por eso hoy estamos planteando en Uruguay, junto a la Red de Agroecología, la Red de Semillas Criollas y la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología, el Plan Nacional de Agroecología, que en muchos países se está planteando, ya que en la mayoría no ha habido inversión estatal para la agroecología.