Dijo que va a aniquilar al ISIS. Cuando se le preguntó, no quiso decir cómo. Nadie, hoy, puede descartar que recurra a las armas nucleares tácticas en Medio Oriente. ¿Por qué no? Han estado siempre en el repertorio de respuestas militares posibles de Estados Unidos. Se acopla a su “Make America Great Again”.
No me digan que el sistema lo va a frenar. Como bien dijo el compañero Carlos Luján, recordemos que muchos dijeron que este loco desmesurado, xenófobo, racista no podía prosperar. Lo dijeron cuando surgió. Lo repitieron cuando empezaron las reacciones dentro del Partido Republicano y pronosticaron que el sistema tenía sus mecanismos de equilibrio. Terminaron en una pobre especulación, sobre tres estados claves donde no podía ganar.
Ganó. A pesar de su prédica machista, 42% de las mujeres lo votó. A pesar de la amenaza de deportaciones masivas, tuvo 29% de voto latino. A pesar del anuncio ofensivo sobre el muro, fue recibido por el presidente de México, Enrique Peña Nieto, antes de ganar. No se trata de un simple cambio de faz en el imperio. No es una variante del sistema. Es el huevo de la serpiente. Un cambio radical hacia una tecnología del poder basada en el terror, la violencia y la supremacía autista. No de Estados Unidos, sino de su mayoría blanca. Esto supone una modalidad en la que la agresividad es intrínseca. Es un megalómano que tiene, como todo presidente de Estados Unidos, mucho poder. Está animado por la moral y la ideología que en 1915 inmortalizó D W Griffith en su film El nacimiento de una nación, en el que, además de usar actores blancos pintados para personificar a los negros, todos muy ladinos ellos, se rescataba y glorificaba al Ku Klux Klan como un vector fundamental en la construcción de Estados Unidos. Volvieron. Sin capuchas, acá están.
A mi entender, no abunda una consideración seria y decidida de esta nueva situación geopolítica. Varias declaraciones y varios análisis desde la izquierda colocan esto no como una urgencia, sino con evasivas. Hay una dosis de banalidad en las declaraciones. Sucedánea del miedo, del terror que infunden la prédica de Donald Trump y su task force, de la falta de pensamiento alternativo de fondo, en el que el liderazgo lo tenga la indignación, y no la especulación.
Frente a situaciones traumáticas como el triunfo de un sociópata como Trump, se despliegan discursos, actitudes y posiciones que parecen responder más a estos mecanismos que a una alerta política saludable de lo que tenemos por delante en el mundo. Incluido Uruguay, que parece estar siempre tan lejos de Dios y tan cerca de la Antártida.
La era Trump es una amenaza para la humanidad, y hay que reposicionar la acción política. Quizá de resistencia. Recordemos que para Uruguay el multilateralismo y el apego al derecho internacional de los derechos humanos y al derecho humanitario son vitales. Ahora sí, el tema está planteado en un terreno político esencial. Las consecuencias comerciales son importantes. Pero reducir la política exterior a un ejercicio economicista no es un buen negocio para un país como Uruguay, valga la metáfora.
En Página 12, Atilio Borón dice, ni más ni menos, que, en definitiva, el triunfo de Trump puede ser una oportunidad: “Los gobiernos que se ilusionaban pensando que el futuro de nuestros países pasaría por ‘insertarse en el mundo’ vía libre comercio (TTP, Alianza del Pacífico, Acuerdo Unión Europea-Mercosur) más les vale vayan aggiornando su discurso […]. Sí, se acabó un ciclo: el del neoliberalismo, cuya malignidad convirtió a Europa en una potencia de segundo orden e hizo que Estados Unidos se internara por el sendero de la decadencia imperial. Paradojalmente, la elección de un xenófobo y misógino millonario estadounidense podría abrir, para América Latina, insospechadas oportunidades para romper la camisa de fuerza del neoliberalismo y ensayar otras políticas económicas”.
Esto no resiste ningún análisis. La contradicción principal no es proteccionismo versus liberalismo. Lo único que la izquierda debe y puede (de poder) es prepararse para un combate político de nuevo tipo. Rearmándose y desplegando el mayor arco de alianzas sociales, ambientales, de género, democráticas. Volviendo a colocar la bandera de los derechos humanos al frente del combate democrático radical. Es ahora, más que nunca, con el poder violento desnudo, la hora de los hornos.
No es necesario recurrir a la memoria de los años 30, con el ascenso del nazismo y la “oportunidad” que mal supo ver el movimiento comunista cuando Iósif Stalin firmó el pacto Molotov-Von Ribbentrop. La historia se encargó de mostrar la “inoportunidad” de este despropósito. La socialdemocracia europea, que ya había capitulado ignominiosamente en la Primera Guerra Mundial, nuevamente quedó inerte. La intolerancia entre ambos movimientos de origen obrero fue el preanuncio del desastre. Vale la pena detenerse en la parálisis del movimiento judío, que por varios motivos, incluido el religioso, no supo reaccionar a tiempo. Mordejai Anilevich, líder del levantamiento del Gueto de Varsovia, tuvo que enfrentar duramente al Consejo Judío, que consideraba una aventura loca su combate. En 1943, cuando los trenes hacia Auschwitz y la realidad de los campos de exterminio rompían los ojos y la conciencia.
Más cercano en el tiempo, hubo sectores de izquierda en Uruguay, también en Argentina, que creyeron ver progresistas, o “coincidencias objetivas”, oportunidades en sectores militares. Todo esto parece insólito ahora. Pero en su momento condicionó una actitud de pasividad y desarme suicidas.
Los muros caerán. Construir puentes
La izquierda viene de una crisis de pensamiento estratégico de magnitudes. De retrocesos en sus prácticas de gobierno y de abandono de la acción política revolucionaria. Ha estado de espaldas al debate mundial del medio- ambiente. Creció cuando incorporó los nuevos temas de la agenda de derechos y enfrentó al statu quo. En el plano de su política internacional, ha estado de espaldas a una de las mayores crisis humanitarias como lo es el drama migratorio de miles de seres humanos, tanto en Europa como en nuestro hemisferio.
Se supone que el Frente Amplio está en un proceso de actualización ideológica, para discutir estrategia. Este punto es inexcusable. Omitirlo en sus dimensiones jurídica, política y humanitaria es castrar la política. Tiene mucho que ver con una nueva política exterior de la izquierda.
Lo primero es liderar la indignación. Sin derrocharla en pretendidos fogones que derrochan autocastigo. Autocritica, sí. Pero sin tirar al niño con el agua. Se trata de buscar aliados. Contando con lo mejor y más movilizado de la juventud rebelde, anárquica, a veces desnorteada, diversa, caótica. Unir todas las luchas emancipatorias. Al rescate del espíritu libertario (diferente y superior al liberalismo).
Hay aliados nuevos. Algunos con propuestas bien radicales. Veamos: “¿Quién gobierna, entonces? El dinero. ¿Cómo gobierna? Con el látigo del miedo, de la inequidad, de la violencia económica, social, cultural y militar, que engendra más y más violencia en una espiral descendente que parece no acabar jamás. Al miedo se lo alimenta, se lo manipula… Porque el miedo, además de ser un buen negocio para los mercaderes de armas y de muerte, nos debilita, nos desequilibra, destruye nuestras defensas psicológicas y espirituales, nos anestesia frente al sufrimiento ajeno y al final nos hace crueles”, dijo el papa Francisco.