Las relaciones con China se han convertido en un elemento clave de la política externa para la mayoría de los países de América Latina. En el plano del comercio, según explica un informe reciente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) dedicado a analizar las barreras al intercambio entre ambas regiones, China ya es el segundo socio de América Latina, con casi 14% del comercio total. Para naciones como Brasil, Chile y Perú, el gigante asiático es, de hecho, el primer socio comercial.

Como es bien conocido, las exportaciones de América Latina (y en particular las de América del Sur) hacia China están concentradas en pocos productos, y estos se basan en recursos naturales agropecuarios o minero-hidrocarburíferos (México y Costa Rica exportan algunas manufacturas industriales a China, en base a esquemas de maquila). En tanto, las ventas chinas a América Latina están ampliamente diversificadas y se componen fundamentalmente de bienes industriales (según el citado informe del BID, China ya representa más de 20% de las importaciones de manufacturas de la región).

Más allá de la cuestión de la composición del comercio, otro dato relevante es que en 2015 el déficit comercial de América Latina con China pasó los 80.000 millones de dólares, y esta cifra es, por lejos, el mayor aportador al saldo negativo de las cuentas externas de la región en dicho año (datos de la edición 2016 del Panorama de la Inserción Internacional de América Latina y el Caribe que elabora la Comisión Económica para América Latina y el Caribe -CEPAL-).

Si nos concentramos en América del Sur, el mencionado trabajo de la CEPAL muestra que hay una estrecha correlación entre las exportaciones de la subregión y el dinamismo del Producto Interno Bruto en China. Esta asociación explica tanto una parte importante de la bonanza que atravesaron las naciones de América del Sur durante el boom de precios de los commodities (empujado en buena medida por China) como los problemas macroeconómicos que hoy enfrenta la mayoría de ellos.

Si bien la relevancia de China como fuente de inversión extranjera directa es menor que la que posee en el comercio, esta ha venido creciendo rápidamente. Estimaciones de la CEPAL indican que entre 5% y 6% del total de la inversión extranjera directa en América Latina entre 2010 y 2013 provino de China, en su mayoría concentrada en proyectos de petróleo y minería. Todo sugiere que la presencia de empresas chinas en la región seguirá creciendo en los próximos años, y expandiendo, además, los sectores de actividad involucrados.

China también se ha convertido en una importante fuente de créditos para algunos países (como Ecuador, Venezuela, Argentina y Brasil); incluso es vista por varios gobiernos como una alternativa a los socios tradicionales de la región (Estados Unidos y Europa) y a las organizaciones multilaterales en materia de acceso a fondos y cooperación técnica y financiera.

El gobierno chino también tiene como objetivo ampliar su influencia política y económica en América Latina, como lo han venido haciendo en Asia y África. Preocupaciones de seguridad alimentaria y energética están dentro del interés de China, así como el objetivo de asegurar y ampliar los mercados de la región y las oportunidades de inversión para las empresas chinas.

Este interés mutuo se ha reflejado en una serie de acuerdos firmados por China en la región, con Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, México, Perú y Venezuela (además de los tratados de libre comercio con Chile, Costa Rica y Perú). Estos acuerdos son diferentes en su naturaleza, pero pueden incluir, entre otros componentes, swaps de divisas, préstamos bilaterales y cooperación en ciencia, tecnología, infraestructura y otras áreas.

El hecho es que la influencia de China en la región está aquí para quedarse y tendrá consecuencias a largo plazo para la región, que, hasta donde sabemos, no han sido examinadas en profundidad. En este escenario, queremos cerrar esta breve nota con algunas reflexiones breves, que son apenas parte de una agenda más vasta. a) El triunfo de Donald Trump abre la posibilidad de que el previsible menor interés de Estados Unidos en estrechar lazos comerciales y económicos en general con la región abra espacio para un todavía mayor peso de la influencia china. b) La región debe comenzar a negociar de forma más inteligente con el gigante asiático, y apuntar a diversificar más su canasta exportadora y a elevar el nivel de complejidad y diferenciación de los bienes que exporta. c) Si bien los aportes chinos para financiar obras de infraestructura son bienvenidos en la región, usualmente involucran compromisos de empleo de productos (en algunos casos, incluso personal) de origen chino, lo que perjudica a productores locales y regionales que podrían participar en dichas obras. Esto, por cierto, es parte de una cuestión más general, que pasa por cómo enfrentar la competencia china en los mercados, tanto locales como de terceros países, donde la industria latinoamericana compite con China. d) Finalmente, para aumentar las posibilidades de que las negociaciones con China resulten en un mejor balance costo-beneficio, los países de la región deberían comenzar a coordinar más intensamente sus decisiones y estrategias de asociación con aquel país, algo que ha brillado por su ausencia hasta el momento.

Andrés López Investigador de la Universidad de Buenos Aires y del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina, e integrante de la Red Sudamericana de Economía Aplicada.