El portal Uypress, que viene difundiendo en los últimos tiempos diversas expresiones individuales de descontento con el desempeño frenteamplista (incluidas las de su director, Esteban Valenti), publicó el lunes una más de estas, firmada por el doctor Federico Arregui, bajo el título “Nos vamos del vetusto Frente Amplio”. No es posible saber en qué medida lo que sostiene Arregui en esa nota es representativo de otras opiniones, pero -con el mayor respeto personal hacia él- vale la pena detenerse en lo que escribió porque resulta sintomático de cierta manera de manifestar ese descontento: una que carece de rumbo pero no parece considerar que eso sea un problema importante.
Arregui comienza con una definición que es hija de estos tiempos: “Un partido político -dice-, cualquiera sea su ideología y su visión de los grandes rumbos estratégicos de una nación, debe aspirar a representar a los más vastos sectores sociales tendientes a la conformación de una alianza político-programática que aspire a llegar al gobierno [y] perdurar en el mismo, mientras hace, moldea, transforma, configura una sociedad”. Pero un partido, como su nombre lo indica, representa a una parte de la sociedad y presupone el planteo de un “nosotros” y un “ellos”. Quizá podría decirse que el problema con los partidos uruguayos, incluyendo cada vez más al Frente Amplio (FA), es su aspiración de representar a todos y todas, o a demasiados y demasiadas. En función del “nosotros” que un partido invoque, le resultará más o menos posible, más o menos conveniente, formar parte de alianzas, pero esto, que no está en su naturaleza, sí puede desnaturalizarlo.
El FA, según Arregui, aspiró a “representar a todas las clases sociales, géneros, regiones del país”. Eso no le parece mal, aunque la lógica indique que, si tal propósito existió, era un despropósito inviable. Para él “lo esencial” del proyecto que quería representar a todos era que “había señales identitarias claras, profundas e imborrables como la probidad, la ética, la coherencia, la humildad, ‘orejas’ grandes para escuchar el latido del corazón del pueblo”. El problema es que está muy bien procurar y exigir que haya valores morales en los partidos, pero cuando se postula una identidad política basada esencialmente en lo moral, la política desaparece, porque siendo probo, coherente, humilde, etcétera, se pueden tener ideas muy diversas, contradictorias entre sí, sobre lo que debe hacer un gobierno. Esto es obvio salvo para quienes piensen que sus propuestas políticas son las únicas que puede tener una buena persona, y que quienes tienen otras son malvados: si se piensa eso, el problema es mucho peor, porque así se construyen, por ejemplo, los partidos totalitarios, laicos o confesionales.
Arregui señala que está participando junto a otros en un “movimiento de indignados” (en su mayoría, dice, personas que fueron votantes del FA), que, mediante “fogones artiguistas”, trata de “organizar un Nuevo Frente político” para darles a los indignados “cabida en el sistema político uruguayo”. La cuestión es que, más allá de modas internacionales recientes, la indignación es simplemente un estado de ánimo, y por su propia naturaleza no puede constituir una seña de identidad para la intervención política. La idea de fundar un movimiento político de indignados tiene tanta precisión y sentido como la de crear un género musical caracterizado por el entusiasmo de los intérpretes.
Por el final de su nota, Arregui afirma que él y quienes comparten sus actuales esfuerzos son “de izquierda”, pero en ningún momento explica qué entiende por ser de izquierda, más allá de alguna vaguedad como que se trata de luchar “por una sociedad más justa, más linda de ser vivida”, que la izquierda que él prefiere es “democrática, seria, pulcra y formada”, y que la derecha representa “disvalores” de “desigualdad social, falta de oportunidades, hambre, subdesarrollo y, por supuesto, también corrupción”. Tiene su lógica la ausencia de definiciones más articuladas, que tengan relación con las estructuras sociales, la dinámica del capitalismo, la burocracia o, en general, con algún proceso histórico y/o colectivo: si el problema esencial es moral (y se debe en gran medidad, como Arregui dice, “al ego y la vanidad”), con eso basta: a los buenos los reconoceréis porque están enojados... Andaba mejor rumbeado el entrañable Condorito, que por lo general, cuando se indignaba, exigía una explicación.
Al FA no le conviene recibir cuestionamientos tan endebles: pueden tentarlo a creer que está haciendo las cosas bien.