Recordado por el escupitajo a Jair Bolsonaro en la votación del juicio político contra Dilma Rousseff, Jean Wyllys es el primer diputado brasileño abiertamente homosexual. Nacido en el interior del Estado de Bahía, es diputado por el PSOL, partido de izquierda, además de ganador de la edición 2005 de Big Brother Brasil, activo periodista y profesor universitario.
¿Cómo es ser declaradamente gay, de origen pobre y diputado en el Congreso brasileño actual?
-Por esa combinación de identidades yo soy una excepción en el Congreso, una institución que es contradictoria, pues representa y no representa a la sociedad brasileña. Por una parte, el Congreso está formado por hombres, blancos, heterosexuales, cisgéneros y ricos, una distorsión en un país con mayoría de mujeres, negros, pueblos indígenas no representados y alrededor de 10% de homosexuales. Se trata de la elite, de la fuerza del dinero. Al mismo tiempo, es representativo, porque sus miembros tienen prejuicios compartidos con la mayoría de la sociedad. Mi origen y orientación sexual no coinciden con los del resto de los diputados, y además soy el primer diputado gay que lucha por los derechos de la población LGBT en la historia de Brasil. En lo práctico, es una relación tensa, hay diputados con los que ni siquiera tengo un vínculo.
¿Cuáles fueron los factores determinantes de tu formación política? ¿Cómo llegás a ser diputado? ¿Se relaciona con la Era Lula?
-Totalmente. Nací en el barrio Baixa da Candeia, una periferia pobre de Alagoinhas, en el estado de Bahía. El Nordeste es la región más pobre de Brasil, con un índice de desarrollo humano muy bajo y un alto índice de analfabetismo. Mi infancia fue en la extrema pobreza; éramos una familia numerosa, con madre lavandera y padre pintor de autos. Lo que promovió la movilidad urbana en mi caso fue la educación. Iba a la escuela aunque tuviera hambre. Además, había una comunidad eclesial de base que funcionó hasta finales de los 80. Mi madre, católica, me mandó a catequesis y entré al movimiento pastoral de la Iglesia Católica, donde empieza mi politización. Era el aparato del PT para alcanzar la clase más pobre de la sociedad, además de los sindicatos y la universidad para la clase media intelectualizada. El PT contó con esos tres instrumentos de capilaridad. En la elección de 1989 hice campaña por Lula, cuando llegó a una inédita segunda vuelta.
Entonces la influencia de la Era Lula no sería tan directa en un comienzo...
-Cuando Lula llega al poder, mi vida individual ya había cambiado, pero ahí empieza a mejorar la vida de mi familia. Por ejemplo, mi hermana mayor puede entrar a la universidad recién cuando el PT sube al poder. Cada vez que volvía a Alagoinhas a votar veía que ya nadie pasaba hambre. El Nordeste cambió. Las personas pasaron a tener tres comidas diarias, las casas cambiaron, empezó a haber saneamiento. Soy fruto de la Era Lula, tal vez no directamente, pero sí mi familia, el estado de Bahía. Es triste cómo Lula ahora es tratado como un ladrón por medio de una cobertura periodística tendenciosa.
¿Cómo es tu relación con la religión? ¿Dirías que hay diferencias entre el embate evangélico actual y lo ocurrido en tu infancia y adolescencia?
-Pienso que creer es un derecho. Por una tradición familiar, entré a catequesis muy temprano. Era una iglesia que motivaba mi pensamiento crítico, que propiciaba la tolerancia al credo del otro y que no despreciaba el conocimiento que traía de la escuela. Había libertad de elección. En mi comunidad, al mismo tiempo, había mucho candomblé y vestigios de quilombos. Mi madre me dejaba ir al candomblé, porque además en el terreiro había comida y todos comíamos juntos. El candomblé era festivo, alegre. Las mães de santo se llevaban muy bien con mi madre, incluso iban a la iglesia. El sincretismo del Nordeste fue importante para esa tolerancia.
¿Cuándo te alejás de la Iglesia?
-El motivo del alejamiento fue mi sexualidad. Ese era el único punto que la Iglesia Católica no abordaba, sino que silenciaba. Había muchos chiquilines como yo, que ya expresaban deseo y afecto, y el cura no decía nada. O cuando decía, era negativo. Cuando tenía 14 años, me acerqué al obispo Jaime, que había hecho un comentario negativo en la misa. Le pregunté por qué después de la Campaña de la Fraternidad de 1988 despreciaba a los homosexuales. Me quedó mirando y dijo que esa pregunta demostraba que estaba perdiendo la fe.
¿Cómo se explica el enorme peso de la religión en la política brasileña hoy en día?
-El neopentecostalismo que viene de Estados Unidos tiene carácter fundamentalista y desconsidera cambios clave en la sociedad. En Brasil se hizo fuerte en un contexto de Estado ausente. En ciertas comunidades, el único brazo del Estado que llegaba era la policía. Las iglesias se tornaron lugar de reunión y referencia en la conducta moral de las personas. Yo creo que la iglesia de la que formé parte era más abierta, más crítica. Pongamos un ejemplo. Mi padre era alcohólico y se nos hubiera dicho que el alcohol era una enfermedad. La respuesta evangélica hubiera sido que mi padre era alcohólico porque tenía al diablo adentro, que tenía que ir a la iglesia, hacerse un exorcismo, ir siempre y pasar a donar el 10% de su salario. Eso alivia una culpa personal. Al mismo tiempo, el catolicismo vivió la renovación carismática, se alejó de las cuestiones políticas y se enfocó en las espirituales. Ese fenómeno le sacó mucho espacio a la Teología de la Liberación.
¿Y qué ocurre con la política?
-Las iglesias evangélicas pasan a establecer una nueva relación con la política. La politización se dio verticalmente, pues no despertó la conciencia política de los fieles, sino que los pastores entraron en los partidos políticos. Se dieron cuenta de que era un corral electoral perfecto y muchos oportunistas se convirtieron. Las iglesias pasaron así a ser puntos de lavado de dinero, transformándose en empresas con mucho poder y luego partidos políticos. El PRB y PSC son partidos organizados a partir de iglesias.
Si tuvieras que mencionar las principales amenazas a los derechos de los brasileños, ¿pondrías a la radicalización religiosa en primer lugar?
-Sí, creo que es el principal problema porque demoniza al otro: a los homosexuales, a las mujeres luchando por sus derechos reproductivos. Somos tratados como una amenaza a una familia que en la práctica casi no existe. El discurso evangélico habla en nombre de esa familia, en la que los gays serían una amenaza porque dios hizo al hombre y a la mujer para casarse. Y el proceso de fascismo en la sociedad avanza.
Las últimas elecciones municipales fueron oscuras para la democracia brasileña y en ciudades como Río de Janeiro el nuevo alcalde Marcelo Crivella tiene una agenda deliberadamente religiosa. ¿Qué faltó para que un candidato como Marcelo Freixo (PSOL) ganara?
-La periferia y la clase media con poca instrucción tuvieron miedo de un candidato como Freixo, que defiende una agenda política que ellos no entienden. Se trata de un nuevo tipo de embate. Mucha gente no votó a Freixo porque pensaban que iba a legalizar el aborto, crear “privilegios” para los gays -las iglesias evangélicas fundamentalistas dicen que es un “privilegio” que los gays tengan los mismos derechos civiles que los heterosexuales- o legalizar la marihuana. Son temas que no dependen del municipio, sino del Congreso nacional, pero fueron usados de forma tergiversada y deshonesta durante la campaña. Esa relación política-religión es nueva.
¿Cómo te parece que se genera la sensación que una parte de la población brasileña siente de que la izquierda es despreciable?
-En Brasil hay una concentración de todos los medios, incluyendo internet, en siete familias que odian al PT desde siempre, pues es una amenaza al oligopolio. Tanto es así que, en 1989, la Globo manipuló el debate para que ganara Collor e incluso armó el secuestro de un empresario en supuestas manos de petistas. La plutocracia siempre creyó que Lula sería un fracaso, pero fue al revés, y no sólo para los pobres, sino principalmente para los más ricos. Pero las elites nutrieron odio y envidia de Lula. Pongo un ejemplo de ese odio, que no es de ahora. Una vez, cuando tenía 13 años, hice un concurso de menor aprendiz para un banco estatal. Otro de los aspirantes era Robson, hijo de una familia media alta para la que mi madre lavaba. Yo pasé y él no. Su madre le dijo a mi madre: “Quien debería haber pasado era mi hijo, no ese maricón hijo de un mendigo”. El mensalão fue el primer embate, un movimiento moralista para asociar la corrupción únicamente al PT. El cuerpo social, que sólo lee Facebook y Twitter, vive en esa realidad envenenada.
¿Hay formas de ir contra la marea conservadora? ¿Cuál es la discusión a la interna del PSOL frente a la corrupción del PT?
-El PSOL nace del PT luego del mensalão. Esta discusión no es un tema muy fácil a la interna del partido. En mi caso, aunque nunca me afilié al PT, no soy antipetista, sino que combato este movimiento porque creo que es negativo para la izquierda en general. Pero hay gente del PSOL que odia al PT por razones de origen, de la ruptura de 2005. La nueva generación admite los errores del PT, incluso errores estratégicos, como creer que era posible conciliar las clases, ilusión que terminó en la jugada del juicio político orquestada por el PMDB contra Dilma. El legado del PT no debe ser dejado de lado. Esta nueva generación pretende crear un nuevo frente con todos los partidos de izquierda y tener participación en las próximas elecciones. La dictadura que estamos viviendo es diferente a la de 1964, que era vertical. Hoy la situación es atroz, porque el autoritarismo es demandado por la población. El discurso es manipulado porque estos grupos de poder cuentan con los medios, con las iglesias y pretenden transformar a la intelectualidad en el enemigo por medio del odio.
Gilson Iannini, en un artículo de la revista Cult, escribió que tu escupitajo contra Bolsonaro fue el único gesto que interrumpió la farsa de la votación del juicio político. ¿Hay algo fuera de la farsa en Brasilia?
-En realidad, el sistema político brasileño siempre se blindó a la participación popular y a la exigencia de transparencia. Estamos hablando de personas privilegiadas, que generan mecanismos de perpetuación de esos privilegios, todo sustentado por los medios de comunicación. Hoy tenemos la revolución de los medios digitales, que cambia la cultura política. Quien antes no tenía voz, pasa a tenerla por medio de internet y configura la escena pública. Las personas han empezado a intervenir, para bien o para mal, contra el blindaje. Yo fui elegido sin dinero, a través de los medios digitales. Las elecciones municipales muestran estas dos vertientes, pues también pasan a ganar ricos que nunca habían entrado en la política, como João Doria, hoy alcalde de San Pablo. Es un momento complejo, en que tenemos un Jean Wyllys y un João Doria propiciados por esta nueva configuración de la comunicación social. Empoderamos minorías y en simultáneo tenemos un recrudecimiento del coronelismo político.
¿Vas a seguir haciendo política?
-No sé. Respondo por 145.000 votos que no puedo desilusionar, pero estoy cansado de las calumnias. No es fácil ser pionero en la defensa de la población LGBT. Soy el único que coloca eso en el Congreso. Si lo pensara desde el punto de vista personal, lo dejaría. Es un costo enorme, hasta mi familia ha sido amenazada. Precisamos que surjan nuevas personas competentes. En las elecciones municipales de San Pablo ganó como concejal Fernando Holiday, del Movimento Brasil Livre. Es un muchacho negro y gay, pero un horror en términos políticos: está contra las cuotas raciales y las reivindicaciones del movimiento LGBT. Si en 2018 Marcelo Freixo va por el Senado, yo quedaría para diputado, pues dividimos votos. O tal vez vuelva a tener mi vida normal, quién sabe.
Rosario Lázaro Igoa, desde Brasil.