En los shoppings no existen el día ni la noche, ya que siempre están iluminados con luz artificial. No existen tampoco diferencias aparentes entre los días de semana y los fines de semana, ni entre las estaciones del año. Algún descuido en las terminaciones permite a veces ver el cable que alimenta a algún cartel luminoso, o el gesto de cansancio de algún trabajador que está haciendo alguna de las tareas ocultas que mantienen al shopping siempre idéntico a sí mismo.
Cuando un conocido compartió en Facebook un video de la página de FUECYS titulado “Forever 21 en lucha”, esas palabras que nunca esperé ver juntas captaron inmediatamente mi atención. Durante los conflictos sindicales en tiendas y supermercados de los últimos meses, circularon numerosos videos igual de inverosímiles. Pancartas, cánticos y consignas combativas crearon un terreno de lucha en un lugar que intenta con todas sus fuerzas mantenerse privado, artificial y desinfectado.
Así, la aparición de los trabajadores de estos servicios desafía la sensación fetichista de que las góndolas de los supermercados se llenan solas, de que los productos que uno necesita simplemente están allí, como los frutos de un árbol frutal, esperando que uno los recoja. Con la aparición de este conflicto, los templos del consumismo del nuevo uruguayo de repente tienen que ser vistos como lugares de producción, explotación y lucha.
Durante este conflicto, muchos clientes se enfrentaron a la molestia de que un trancazo les impidiera comprar lo que querían cuando lo querían, y si estos conflictos continúan en el transcurso de los años, quizá un día tengamos que aprender que no podemos tener cualquier cosa que podamos pagar en el momento en que se nos ocurra, porque para que eso sea posible alguien tiene que reponer las góndolas, atender las cajas y limpiar los pisos; alguien que tiene tanto derecho y deseo como nosotros de descansar en las noches y los fines de semana, alguien que hace una de las tareas más importantes que existen en una sociedad moderna: distribuir alimentos y otros bienes que necesitamos a diario. Quizá un día, el derecho a descansar y a tener condiciones dignas de trabajo se equilibre con el derecho a no planificar las compras o a no postergar un antojo, fruto de la alianza perversa entre el jefe explotador y el cliente caprichoso.
Estas luchas implican un acontecimiento político nuevo. Nunca antes había habido un conflicto de esta magnitud en estos sectores, y nunca se habían visto tantas escenas como las que muestran los videos a los me refería más arriba. Los comentaristas políticos no estamos acostumbrados a asociar a organizaciones de trabajadores con lo nuevo, ya que suele estar reservado a otras identidades y luchas: de mujeres, de jóvenes, de no blancos, de migrantes, de precarios. De hecho, muchos sectores políticos, académicos y mediáticos ocupan mucho tiempo y esfuerzo en resaltar que las luchas en torno al salario, las condiciones de trabajo y la jornada laboral forman parte de la “izquierda tradicional”, sabiendo que esta es la mejor manera de desacreditar una lucha en tiempos de cambio constante. Pero resulta que mientras la izquierda mundial se despierta de la siesta ochentista, una y otra vez lo nuevo es precisamente lo que tanto intentaron hacer pasar de moda.
La imagen preferida para borrar al trabajo como una “vieja lucha” es la de homologar el problema del trabajo al de varones de mediana edad con generosas protecciones legales y sociales (como si tuviera algo de malo que, fruto de luchas pasadas, algunos trabajadores lleguen a la mediana edad con algún grado de seguridad y bienestar); tal imagen no se sostiene cuando pensamos en los trabajadores de las tiendas y los supermercados, y en sus luchas, en un sector en el que se desempeñan desproporcionadamente mujeres, jóvenes, no blancos, migrantes y precarios, que luchan como trabajadores.
¿Y si, obstinadamente, la clase trabajadora fuera el futuro? ¿Y si, a pesar de (o gracias a) la precarización neoliberal y la proliferación de nuevas prácticas, identidades y formas de organizarse, el trabajo volviera a ser (si es que alguna vez dejó de ser) un espacio fundamental de la lucha de la izquierda y la subjetivación de los de abajo?
Decir esto no implica sostener el discurso de que las “luchas posmodernas” cumplen únicamente la función de ocultar las luchas en torno al trabajo, que funciona como espejo perfecto del discurso que intentó borrar al trabajo como problema político. Es importante señalar, además, que las voces que reclaman que se hable de lucha de clases cuando se discute, por ejemplo, sobre diversidad sexual suelen quedarse extrañamente calladas cuando la lucha de clases irrumpe en la agenda política.
Tiene que ser posible pensar este problema sin volver a caer en la distinción estéril entre nuevas izquierdas y viejas izquierdas, entendiendo que nadie se agota en una de las dimensiones de su vida, y que las trabajadoras mujeres pueden luchar a veces como mujeres y a veces como trabajadoras, y a veces, incluso, las mujeres de otras clases sociales pueden ser solidarias con la clase trabajadora y los trabajadores pueden ser solidarios con las luchas feministas. Lo mismo vale para tantas otras luchas.
En cuanto a los jóvenes, en particular, es importante pensar el problema de las “generaciones políticas”, que normalmente, más que señalar a generaciones, suele tematizar a las generaciones dentro de una clase, la de los intelectuales, los profesionales y la elite política. Los jóvenes que pelearon en el conflicto de los supermercados muestran que la comprensión de la generación política de la era progresista tiene que incluir a las decenas de miles de jóvenes que se afiliaron a sindicatos en la última década, por cierto mucho más numerosos que los que se mueven en ciertos mundillos de la izquierda cool. Los jóvenes, además de pelear por la legalización de la marihuana, pelean por ganar 20.000 pesos, y ganan.
Son 20.000 pesos que no van a quedar inmortalizados como conquista en una foto de festejos en las barras del Parlamento, y que costará defender contra la inflación, el endeudamiento y la incertidumbre económica, pero que muestran un progreso. Porque la lucha es ya en sí una conquista que se puede ver claramente al pensar lo impensable que era hace algunos años que FUECYS tuviera decenas de miles de afiliados, o que tuviera la fuerza para trancar 250 comercios.
Existen intensos debates académicos y políticos sobre cómo politizar y organizar a los precarios, en un tiempo en el que el capital es cada vez más capaz de dispersarnos e individualizarnos. Pero tal vez una estrategia posible sencillamente haya pasado sin ser vista por delante de las narices de tantos intelectuales radicales: la de negarse a ser precarios y organizarse, a pesar de todo.