Hace pocos días, en el Claustro de la facultad, recibimos el proyecto de ley para derogar la obligatoriedad de las elecciones universitarias propuesto por el senador Pablo Mieres. Sin embargo, además de discutir esa iniciativa legislativa (bastante pobre en su argumentación, por cierto), estamos metidos de lleno en la discusión del plan de estudio de nuestra carrera de Ingeniería Agronómica. Por ello, en la Asociación de Estudiantes de Agronomía (AEA) venimos desarrollando varias actividades para lograr una síntesis a partir de un análisis crítico de la formación agronómica y su inserción en la coyuntura actual y futura del país.

En un país agropecuario, cuyos principales problemas ambientales están asociados al rubro, parece -por lo menos- interesante tener la visión y el aporte de la sociedad civil. Nadie puede creer que la discusión de los tres órdenes universitarios sea suficiente para generar un nuevo plan de estudio para formar a los agrónomos y agrónomas que este país necesita pasando por alto los reclamos de una sociedad que, un día sí y otro también, parece estar dispuesta -y bien hace en ello- a cuestionar la agronomía.

Con insistencia, y con total legitimidad, el orden de egresados plantea “la necesidad de convocar a los empleadores”. Sin embargo, y sin desmedro de ese planteo, nosotros nos preguntamos cómo construimos la Universidad en la Facultad de Agronomía, cuáles son nuestras prácticas y las formas en que discutimos y sintetizamos lo que, a fin de cuentas, son definiciones políticas que llevan como marca indeleble un modelo de desarrollo que las inspira. Nos interesa entonces, como movimiento de estudiantes, pero sobre todo como jóvenes inquietos, cuestionar el modo en que hacemos las cosas a la hora de construir nuestra facultad y sus contenidos.

Hoy, más que nunca, es pertinente (y menester) imaginarnos nuevos futuros: distintos y alternativos a los actuales; para ello, debemos poder salir de la realidad abrumadora, de esa suerte de inercia de lo real, de lo que está dado de forma inmutable y que se cocina a fuego lento con los valores del Producto Interno Bruto, del Índice de Desarrollo Humano, de las toneladas de soja y de carne que exportamos; que a su vez es todo lo que (según algunos) puede llegar a ser, y donde no hay espacio siquiera para la imaginación.

En un país en el que los grandes avances progresistas de los últimos años han sido consecuencia de la sociedad civil organizada -sobre todo de sus mujeres y de sus jóvenes-; en un país en que las causas pueden mover aquello que las instituciones no logran, nos preguntamos por qué a veces nos cuesta tanto, en algunos temas, incorporar a la sociedad civil y a sus demandas en la construcción y síntesis política de los grandes temas de fondo que tratamos desde la Universidad de la República. Para pensarnos como agrónomos agentes de cambio y no agentes de planes crediticios, como profesionales que pongan el ingenio frente a las demandas que el mundo tiene para con la agronomía más allá de Garzón y Millán, necesitamos abrir las puertas de nuestra facultad y desbordarnos de críticas, de aportes, de disensos y de ideas.

Estamos de acuerdo con Mieres en que hay un problema de participación, pero a diferencia de él, creemos que no debemos recortar la democracia ni legitimar de hecho la actitud fácil de permanecer “inmóvil(es) al borde del camino”; por el contrario, estamos convencidos de la actualidad histórica de profundizar nuestras prácticas democráticas. Necesitamos romper la cajita de cristal de Sayago y generar, así, una facultad llena de afuera.

Ezequiel Jorge Smeding (AEA)