“Ya tú sabe, oye papi, aquí andamo’ con los pibe Hogar Cerrito [...] todos juntos papi, tirate pa’lante, va pa'iá, hoy es día de visita en el hogar, sólo mi madre me ha venido a visitar, ella está triste y está mal, algunos mates vamos a tomar, yo la miro y empezamo’ a conversar, un abrazo gigante le voy a dar, voy a sacar un faso pa’ poder viajar, ahí empezamos a volar, los pájaros empiezan a cantar y un buen rato comenzamos a pasar, deseando que la hora se pueda parar para poder disfrutar un rato más, hasta que llega el bondi y se tiene que marchar, y toda la semana la tengo que esperar. La visita es sagrada, no hay que hacer gilada, la visita siempre hay que respetarla”, canta Cristian en “La visita”, uno de los temas que los jóvenes hicieron en la cárcel, que está masterizado junto al resto del disco en el pendrive que les están entregando los responsables del proyecto Nada Crece a la Sombra y que suena ahora en la sala del Instituto Nacional de la Juventud, donde esto ocurre.

Varios de los que están ahí escribieron y cantaron esas canciones durante los talleres de hip-hop que tuvieron durante todo el año en el Hogar Cerrito de la Colonia Berro. Hoy están en libertad. Pero que lo cuenten ellos: Ángel y Cristian.

“Yo empecé más o menos en julio. Estuve unos tres meses. Las primeras veces no me gustó, me parecía re aburrido y me fui, después me convencieron y empecé a ir a todos los talleres: hacíamos huerta, fútbol, terminamos haciendo radio, pintura, de todo un poco. Estuvo re bien andar en los talleres; de última aprendías a hacer algo y te sacaba un poco la cabeza del lugar en el que estabas. Te ayuda a salir un poco del ambiente”, cuenta Cristian, que es de Paso Carrasco pero está viviendo en Verdisol. Estuvo diez meses. “De punta a punta”, porque no le bajaron la pena, “chirolas, igual”, dice. Tiene 18 años y una hija que va para los tres en abril: “Estuve siete meses sin verla, una teca. La primera vez que me fue a ver allá, no me reconoció y se puso a llorar cuando la abracé. La segunda ya estaba más o menos ahí, y a la tercera ya estaba bien, me había conocido y eso. Ahora la estoy disfrutando como loco, estamos ahí con ella”, dice, y sonríe.

Ángel cuenta que un día como cualquier otro, que no era de visita, empezó a llegar mucha gente al hogar, y eso era extraño. Fue la gente de Nada Crece a la Sombra y les planteó lo que pretendían hacer, les hablaron de los talleres. Eso de por sí ya le gustó, y vio que estaba bueno. Pero se flasheó cuando le dijeron qué talleres eran: hip-hop, rap, fútbol, huerta y radio. “Muy pocos días faltaba alguno al taller; todos queríamos ir, esperábamos que terminara la semana, después de ver a la familia, que era lo que más nos gustaba, para empezar el lunes con el taller de fútbol, el martes con huerta y el miércoles el de hip-hop, que como músico era el que más me gustaba. Ya me gustaba el rap, pero yo sigo por otra rama de la música que es el heavy metal, aunque de alguna forma también se fusionan”, dice Ángel. “Aparte de que no nos aburríamos, los talleres nos sacaban el ocio de todos los días, eso de estar fumando porque sí, sin ganas. Y sí, si lo único que hacíamos era trabajar al rayo del sol, dos horas de mañana y dos horas de tarde. Y esos trabajos no nos gustaban; encima los teníamos que hacer por orden de alguien que te dice que tenés que ir o si no vas a estar sancionado. Yo hacía de cuenta que me estaba ganando la comida que me daban ahí, para zafar un poco la mente”. Pero no sólo iba por eso a los talleres, dice, y sigue el relato: “También se disfrutaba mucho. No era solamente ir porque así no le salgo al pico y la pala, sino que compartíamos un lindo momento y aprendíamos. Como artista, si bien ya había escrito cosas personales, con bandas y todo, me sirvió para tener una idea más, una ayuda, un pedacito de aprendizaje más para hacer un poco más de música”.

Cristian hace escuchar una canción improvisada que grabó con un amigo, y Ángel dice que toca la batería, pero también sabe tocar la guitarra: “Por alguna extraña razón había una guitarra en el hogar; lo que hice fue pedir autorización para acceder a ella y para que me dejara entrar los juegos de cuerdas, que es bien difícil, porque las cuerdas son de acero y con eso podés lastimar a alguien; pero hablando formalmente conseguí tocar la guitarra, y pedirle a mi padre que me llevara libros con canciones”.

Al principio decían “qué está haciendo este gil”; a medida que pasó el tiempo, algunos empezaron a escuchar, otros decían “pah, está bueno”, hasta que terminaron encerrándose en una cocinita de 1x1 “para sentir un poco la guitarra mientras tomaban unos mates, a la tarde”.

De a poco, algunos compañeros se fueron enganchando más. Ángel no llegó a grabar para el disco, pero no se va a olvidar más de su último día en Cerrito, antes de que lo trasladaran a Cimarrones: “Estábamos en el comedor, y me dijeron ‘antes de que te vayas, tocá’. Eso para mí fue una alegría interna, algo muy emocionante. Y nos despedimos con el tema “Maldición”, de Once Tiros. Todos aplaudían bien, siguiendo el ritmo, que fue algo que aprendimos en los talleres: a mantener el compás, a no apurarnos, a no errarle ni a entrar antes”.

Dice que los talleres fueron de las cosas que más extrañó con el cambio de centro, porque “si bien fui derivado a un centro que algunos dicen que es mejor, allá no contaba con ninguno de estos programas, y eso me cambió, porque cuando yo estaba en Cerrito estaba más tranquilo, había más cosas para hacer”. Cuenta también que cuando estaba en su casa, veía los videos de Nada Crece a la Sombra y pensaba “pah, pensar que yo estaba ahí”, y le daban ganas de volver. Y hasta lo pensó, porque tenía que presentarse de vuelta ante la jueza, con un abogado, pagar otro escrito y decirle que no quería estar más en Cimarrones, que quería volver a Cerrito. Estuvo 15 meses preso. “Pero no fue al pedo. Porque conocí otro mundo, y vi que adentro del sistema también hay muy buena clase de personas. Hay gente con la que no podés hacer amistad, gente que no te va a dar una mano o que te va a traicionar, pero hay muchas personas que te pueden dar para adelante y te pueden mostrar el compañerismo”.

Como Cristian. Con él se juntaban adentro a tocar la guitarra; Cristian se había aprendido varias canciones que Ángel cantaba, y se tomaban los mates entre canciones. Ahora están afuera, y se juntan en la media hora. Los dos están trabajando en el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca. Cristian de cadete, llevando archivos a las oficinas de otros ministerios o la Intendencia; “tamo’ ahí”, dice. Y Ángel en la segunda línea de atención al cliente, atendiendo llamadas y recepcionando pedidos de importación: “Es un trabajo que lleva dedicación, porque la información que manejamos es muy importante, no le podemos errar en nada”. El otro día, Ángel estaba sin remera, re tranqui, en su casa de Malvín Norte. Llegó la Policía, ‘Ángel, te buscan’. Se puso la remera y salió. Qué podría ser, si no se había mandado ninguna. Que al día siguiente tenía que ir al juzgado de Toledo, después supo que a firmar el cierre de la causa. Pero, “¿cómo mañana? A esa hora trabajo”, les dijo.

Cristian dice: “La libertad es lo que hay, no hay como la libertad. Si estás en la calle hacés lo que vos querés, salís, te divertís. Vas allá y tenés que andar dependiendo de alguien hasta para ir al baño, y hay un montón de cosas que están mal. La libertad no tiene precio”.

Viviendo y aprendiendo

Me queda mucho tiempo para irme de acá // Pero no importa, lo voy a superar // Pase lo que pase no me voy a fugar // Porque sé que algún día me voy en libertad // Voy a la guerra a completar mi misión // Me levanté con muchas ganas de escribir mi canción // Me encantaría irme de la prisión, odio la traición // Por culpa de nosotros hay policías en acción // Fumándome un fasito, siguiendo mi camino // Aquí en el Cerrito esperando mi destino // Qué fasito divino, convenciendo a mi vecino // Que me deje tranquilo, que deje de ser tan daniño // Sacando un cigarro para fumar, me gustaría poder volar // Todo eso siento cuando me pongo a cantar // Todos los días tengo que remar // Por más que duela no voy a llorar // Me queda mucho tiempo para irme de acá // Pero no importa, lo voy a superar // Pase lo que pase, no me voy a fugar // Porque sé que algún día me voy en libertad // Estamos con los pibes, el demonio con ellos vive // Perciben cómo en la esquina se sobrevive // Calmando mi pensamiento, yo no miento // Estoy siempre atento y en movimiento // Mi historia no se borra es como un tatuaje // Nos vestimos de traje, si estamos de viaje sin equipaje // En mi rol otra vez me mimetizo // Caigo de nuevo, muerdo el piso // Fumanchando, sigo mirando, // cómo los pajaritos están volando y sigo pensando // Mi familia me extraña, está triste // Mis ojos se empañan pero mi mente resiste // Yo soy de barrio, soy primario // Tengo el escenario para darle al calendario // Amaría saber volar, para que no me puedan tocar // Y a mi familia poder ayudar // Me queda mucho tiempo para irme de acá // Pero no importa, lo voy a superar // Pase lo que pase, no me voy a fugar // Porque sé que algún día me voy en libertad ■ Gabriel, Franco, Gonzalo, Ricardo, Pablo, Cristian, Miguel, Wilfredo, del Hogar Cerrito