El VI Congreso del Frente Amplio (FA) Rodney Arismendi pasó a cuarto intermedio hasta abril, momento en el que retomará la discusión del documento “Principios y valores compartidos del FA”. Esta definición, tomada por la mayoría de los congresales, expresa, según varios artículos de prensa y alguna columna de opinión, el nacimiento de algo nuevo: “La rebelión de los frenteamplistas de base”. Dicha “rebelión” se fundamenta en que “las bases” tomaron en sus propias manos la conducción del debate del partido político más grande de Uruguay. Con cánticos y abrazos festejaron la victoria de “perforar el statu quo”. Vale decir que las bases, multiformes y diversas, son la expresión natural y auténtica del frenteamplismo, pero se hace difícil encarar una discusión política seria, fraterna y profunda si partimos de etiquetas, falsos antagonismos o del autobombo. ¿En qué momento nos olvidamos de que el espíritu frenteamplista debe apuntar, por razón y corazón, a la búsqueda de la síntesis y la unidad?

Pero el problema no es que existan “rebeliones”, que siempre son saludables; lo importante es la forma y el contenido de estas, ya que, de existir tal rebelión, preferiría que fuera por la disputa de la construcción de una estrategia política a la altura de la etapa y no para definir en qué ámbito resolvemos la redacción de un documento plagado de generalidades. Necesario, claro está, pero sin posibilidad de profundización, dado que no existe un consenso sobre aspectos ideológicos en una fuerza política policlasista y poliideológica. Porque la unidad del FA no es ni será una unidad ideológica, sino que siempre ha sido programática.

Justamente, esa construcción de consensos programáticos y estratégicos le permitió al FA generar espacios de reflexión y representación política para liderar un proceso de acumulación sostenido en el tiempo durante 46 años, uno de los más largos de la izquierda latinoamericana. Así formó un bloque social y político que logró, por primera vez en la historia, que las mayorías sociales se transformaran en mayorías políticas y asumieran la conducción de las políticas públicas.

Hoy la izquierda tiene la obligación de dejar de mirarse el ombligo y levantar la vista. Basta con mirar a nuestros vecinos. Las dimensiones de lo que está ocurriendo a nivel mundial y regional son muy significativas, y sus consecuencias atentan contra todos los logros que nuestras sociedades han logrado conquistar. El avance de la derecha nos exige tomar conciencia del lugar donde estamos parados. Necesitamos discutir como FA la manera de enfrentar la arremetida conservadora. Porque de algo tenemos que estar seguros: cuando asumen los gobiernos de derecha -la experiencia así lo indica- desmontan todos los programas sociales y las políticas dirigidas a los amplios sectores populares.

Por tanto, hoy más que nunca, tenemos la responsabilidad política de recomponer el vínculo con las organizaciones sociales y fortalecer el bloque social de los cambios, para iniciar en conjunto un fuerte debate acerca de cuáles son los límites y desafíos de esta etapa y cuál es la estrategia que como izquierda nos planteamos seguir. Esta tarea es prioritaria e imprescindible. Nos debemos este intercambio, en el que, de manera horizontal y con mirada estratégica, cada organización aporte desde su sensibilidad. Necesitamos generar instancias en las que colectivamente establezcamos un nuevo horizonte y consensuemos el camino para llegar hasta él.

Es sabido que tenemos distintos puntos de vista sobre la velocidad y la profundidad de los cambios. Pero la diversidad de perspectivas no puede frenarnos. Todo lo contrario: debe impulsarnos a instalar un amplio debate entre los militantes frenteamplistas, sociales y todos aquellos que están en la calle, dando la pelea por la vivienda, salarios dignos y educación, entre otras luchas.

Sin embargo, esta discusión será constructiva en la medida en que podamos ser honestos y autocríticos. Porque para construir una alternativa con vocación de poder, capaz de trascender las transformaciones y de profundizar los cambios, no podemos despreciar los logros de los gobiernos de la última década. Pero tampoco podemos asumir que el progresismo “realmente existente” es la única alternativa, ya que de esta manera estaríamos evocando al “pensamiento único”, que aseguraba la falta de alternativas (“There Is No Alternative”). Necesitamos animarnos a pensar sin etiquetas. Sólo así podremos construir una propuesta que nos llene de orgullo y esperanza de que otro mundo es posible y necesario.

Esta es la verdadera discusión pendiente. Si no la damos, ponemos en riesgo el futuro de la izquierda en Uruguay. Si la forjamos, es posible que podamos fundar un nuevo relato sobre la emancipación.

Alejandro Pacha Sánchez.