¿Hay que diferenciar entre cáñamo y marihuana?
-Yo creo que hay que dejar de hacer la distinción. Es la misma planta; los usos son distintos. La palabra “marihuana” es una construcción que viene del prohibicionismo, y si no queremos contribuir a que el prohibicionismo se perpetúe deberíamos dejar de hacer esa diferencia. No nos gusta fumar marihuana, nos gusta fumar cannabis.
¿Por qué te pusiste a estudiar el cannabis?
-Porque como buen estudiante de las ciencias sociales me gustaba mucho fumar cannabis. Y cuando estaba haciendo mi tesis en Historia me di cuenta de que en muchos archivos de hace 200 o 300 años se nombraba mucho al cáñamo, que es algo tradicional del campo chileno. La idea era mostrarle a la gente que lo que se está pidiendo en Chile actualmente no es una barbaridad inventada en los últimos 50 o 60 años, sino que se está reivindicando una tradición que tiene más de 400 años de historia.
¿Qué es el cáñamo? Y con esto me refiero también a qué significa.
-La de cannabis es una planta tan potente y tan rica que en diversas épocas de la historia la hemos ido ocupando de diferentes maneras, y en algún momento nos permitió vivir de ella, ya que fue sustento económico por medio de la fibra, la ropa, aceites comestibles, etcétera. La planta simplemente mutó en su uso, que ahora es lúdico y medicinal. Los chinos la usaban como medicina hace 5.000 o 6.000 años; en alguna forma, toda esta lucha reivindicatoria del cannabis medicinal podría hacernos volver al origen, en su sentido más profundo, hacia la planta en sí.
En América Latina, ¿qué significaría ese volver al origen?
-Volver al origen es reinstalar la planta de cannabis en los campos latinoamericanos. No sólo en Chile, donde tenemos una tradición de 475 años de cultivo cañamero, interrumpidos por las dictaduras, la prohibición y el actual modelo de gobierno, que impide que tengamos un libre acceso a la planta. Es darnos cuenta de que a la planta de cannabis deberíamos verla como una sola, no con tantos puntos que a veces desunen a las personas y debilitan a los movimientos en muchos países. Esperamos que el modelo de Uruguay sea un ejemplo para los demás países, que se den cuenta de que se puede regular, generar conciencia y educar a las nuevas generaciones en que con el cannabis puedes hacer todo. No se trata solamente de fumarte de un porro y divertirte con tus amigos, sino que puedes construir tu casa, hacer combustible, puedes ser usuario y beneficiario de la planta.
¿A qué te referís con esos puntos que dividen a los movimientos?
-En Latinoamérica, y puntualmente en Argentina y en Chile, se ha puesto muy en boga el cannabis medicinal, y el autocultivo se ha utilizado como caballito de batalla del movimiento cannábico. Yo creo que el autocultivo tampoco es el fondo del asunto, porque termina siendo para una elite que puede acceder a los productos de autocultivo o que tiene un campito donde tirar una semillita que crezca libremente. La mayoría de los consumidores no tienen conciencia de las batallas que se están llevando en otros puntos; es deber de las organizaciones y de lo que va quedando del movimiento cannábico en estos países que seamos una fuerza consciente. En el caso chileno, están reforzando una ley que nació muerta hace diez años; quieren emparchar la ley de drogas, la 20.000, pero esa no es la solución. La solución es una legalización abierta que permita que todos podamos beneficiarnos de la planta, incluso el gobierno, por medio de impuestos; una legalización que no deje de lado a los chicos que están en las villas consumiendo prensado paraguayo, cayendo en la pasta base o el paco.
El acceso de esos gurises puede llegar a ser una de las debilidades de la legalización en Uruguay.
-Exacto. Me he podido dar cuenta acá de que una membresía en un club es mucho más cara que autocultivar, y si esos chicos no tienen herramientas para autocultivar ni tienen la plata para ir a un club, tienen un problema que los lleva a seguir en el mercado negro. Entonces ahí es donde hay que usar la ley, que ya la tienen a su favor, y reformar los puntos grises que pueda tener, para potenciarla y que todos tengan acceso a la planta. Uruguay podría ser una potencia cañamera a nivel mundial. Es una oportunidad que tienen en las manos.
¿Cuándo surgió la Ley 20.000?
-Viene del gobierno de Ricardo Lagos. La primera ley antidrogas la creó [Salvador] Allende en el gobierno socialista. El consumidor deja de ser un enfermo y pasa a ser un delincuente. En la dictadura de Pinochet, lo único que hizo el dictador fue endurecerla, al mismo tiempo que promovía entrar y elaborar cocaína y pasta base en Chile. Con la democracia, [Eduardo] Frei endureció más la legislación que venía de la dictadura. El Chile posdictadura es un Chile bastante extraño, porque se debería haber liberalizado, pero, sin embargo, se mantuvieron la Constitución y las leyes de Pinochet, y se mantuvo él como comandante en jefe del Ejército hasta 1998. No se hizo casi nada por soltar las amarras de la represión; más bien los gobernantes quedaron en un sistema bastante cómodo, en el que la gente ya estaba viviendo con miedo y en el que hasta el día de hoy vemos las secuelas de la dictadura.
¿Dónde se materializan esas secuelas?
-En lo que tiene que ver con el cannabis, creo que la secuela de la dictadura es no poder fumarte un porro tranquilo en ninguna parte, ni en la plaza de tu barrio, por miedo de que llegue la Policía. Ese miedo de que te allanen tu casa si tienes una planta, con la represión desmedida que usan. Es que, de hecho, si yo te regalo un porro, es tráfico. Si te escribo un whatsapp para invitarte a fumar, eso ya es una figura de tráfico: es consumo concertado. Para ver cómo la dictadura aún perdura en Chile hay que ver cómo se construyó el chileno actual como individuo social. Una persona bastante individualista, que es solidaria solamente cuando le conviene y sumisa frente a la autoridad. Recién ahora los hijos de la democracia van y marchan y hacen lo que quieren, pero hay dos o tres generaciones que se perdieron en la pasividad, por el miedo, por el conformismo. Simplemente, son perpetuadores del sistema dictatorial, ese que quiere gente que camine agachando la cabeza y solamente por cumplir, tener una casa, casarse.
Ese es un logro de Pinochet.
-Sí, tanta represión transformó a muchas personas y a los hijos de esas personas. Que en los últimos 26 años no haya habido cambios frente a eso es un claro reflejo de que su sistema sí funcionó y sí se perpetuó. Por más democracia que nos pinten, es una democracia entre comillas, porque hay muchas cosas, tan básicas como la educación y la salud, a las que no tenemos derecho. Es posible que nos esté yendo muy bien económicamente, pero no tenemos la salud y la educación garantizadas. Es un país que no funciona. Lo que ve el turista, la persona que va a Santiago, es todo prosperidad; vas a ver rascacielos, modernidad. Pinochet sacó a todos los pobres de la ciudad y los llevó a la periferia. Pero ese no es el reflejo de la realidad, la realidad es otra. La realidad es la gente que vive con menos de lo justo. Tenemos una buena economía, pero ¿de qué sirve si todo se va? El agua es española, las comunicaciones también, la luz también, las mineras son gringas o chinas. Ese es otro legado de Pinochet. Chile es el país donde el neoliberalismo funcionó. La gente está muy oprimida, el dictador les enseñó a vivir con miedo, y lo hizo bien. Y los que vinieron después, que se supone que querían sacarlo, son los responsables de haberlo perpetuado, porque tuvieron todo en las manos para enjuiciarlo y no lo hicieron. La izquierda no lo hizo como debería haberlo hecho. Aseguran que gobiernan para la gente, y el socialismo no es para la gente sino para los bolsillos. Es un socialismo neoliberal.
¿Cuáles son los usos que se le pueden dar al cáñamo como negocio?
-Podríamos acabar con el negocio de las forestales, por ejemplo. Ya que con el cáñamo se puede producir papel de mucho mejor calidad y rendimiento que con los eucaliptus con los que se hace en el sur de Chile. Se puede generar alimentos, semillas, frutos secos, aceites comestibles, para cocinar, combustible, podemos hacer casas. Es el futuro. El cáñamo también es una fuente de combustible, son resultados del cannabis regulado. La idea sería que las farmacéuticas no pongan sus manos sobre la planta, sino que cada cual pudiese hacer su medicina, o que organizaciones o clubes avalados se encarguen. Pero se va a convertir en un negocio, es inevitable.
¿Cuáles son las potencialidades y cuáles los riesgos de que se convierta en un negocio?
-Generar la tranquilidad de cultivadores y usuarios de cannabis es el primer beneficio; en segundo lugar, que la planta sea de libre acceso para todos; en tercer lugar, que con lo que pueda recaudar el aparato fiscal en impuestos se pueda mejorar cosas básicas sociales como la salud y la educación, e invertir. El principal riesgo es que el negocio caiga en manos de unos pocos. A mayor cantidad de países que vayan regularizando, normalizando, va a haber transnacionales que quieran poner sus manos sobre las semillas. Cuando se empieza a legislar es necesario tener un plan de acción, que cada país decida regular cómo hace negocios. Si bien las transnacionales pueden querer poner sus manos en las semillas, creo que nosotros tenemos que ser capaces de reconocer a aquellos bancos que siguen trabajando de la forma en que lo han hecho durante los últimos 20 años, y también reconocer los nuevos bancos que están naciendo. Va a depender mucho de cómo fijemos nuestro plan de acción hacia un campo normativo de regularización, el impacto que puedan tener las transnacionales sobre las semillas. A mí me preocupa principalmente el cáñamo industrial, ya que por ser agrícola podría tener un poco más de tendencia a caer en manos de empresas; es ahí donde puede aparecer esta mano negra sobre el negocio. No ocurriría lo mismo con las flores; por más que Monsanto ponga una marca de semillas, te aseguro que la gente va a seguir comprando a los bancos que siempre han estado y en los que confía.
¿Qué valor histórico tiene el cáñamo?
-En la historia chilena, por ejemplo, tiene un valor fundamental que ha sido borrado. Cuando llegaron los españoles a Chile, una de las primeras cosas que se cultivó fue cáñamo, junto con los alimentos de necesidad básica. Cuando había que pasar sí o sí por el estrecho de Magallanes, Talcahuano y Valparaíso se transformaron en puertos fundamentales de las navieras españolas. En Valparaíso, por ejemplo, se hacían los hilados de cáñamo para los barcos, las velas, todo tipo de cordelaje, ropa, las mechas de los arcabuces, de la pólvora, las escobas. Era un bien de necesidad diaria; si te lavabas las manos te secabas con un paño de cánamo, y tu ropa era de cáñamo, el aceite que echabas para prender una vela era de cáñamo. Bernardo O'Higgins, por ejemplo, cuando libera Chile junto con [José de] San Martín, se ve en la necesidad de reconstruir Chile y manda a cultivar cáñamo para reactivar la industria. Premiaba con incentivos monetarios a quienes produjeran más cáñamo. La planta siempre ha estado inserta, desde que nos conquistaron hasta hoy siempre hemos estado en estrecha relación con ella. Somos las personas las que tenemos que reconocernos como cannábicas, que es algo que viene con nosotros, con nuestro ADN. Está en cada cual llevar ese peso cultural y transmitirlo a las demás personas. La lucha no es por fumar porro, sino por reivindicar algo que siempre ha estado acá, antes de que los países tuvieran nombre, antes de que se independizaran. Antes de que la reprimieran, la planta siempre ha crecido y seguirá creciendo.
¿Cómo se puede profundizar el debate en Chile?
-Tenemos que darnos cuenta de que quienes somos cannábicos somos transversales, abogados, profesores, médicos, obreros, taxistas, la enfermera, la tipa del McDonald's, el guardia de seguridad de tu edificio. Somos un ejemplo vivo de que la marihuana no nos hace daño, y tenemos que ser conscientes de que si no abrimos esto nosotros, lo va a abrir gente que no sabe, como los políticos, que son re caretas y no reconocen que consumen drogas. ¿Por qué vamos a dejar que ellos hagan lo que nosotros debiéramos impulsar? Si lo hacen ellos, nos vamos a quejar de que no nos incluyeron o de que no fuimos capaces de hacer nada para combatir la cagada que hicieron con nosotros. Nosotros somos el ejemplo vivo de la marihuana, somos la planta.