El empoderamiento es un término complejo que está relacionado con dos componentes: una expansión de la agencia de las personas -que el economista bengalí Amartya Sen define como “lo que una persona es libre de hacer y lograr en búsqueda de cualquier objetivo que considere importante”- y también el ambiente institucional, que ofrece a la gente la oportunidad de ejercer su agencia de forma fructífera. Conceptos como autonomía, autodeterminación, liberación, participación, movilización y confianza en uno mismo se pueden relacionar con aquel término. Desempoderamiento, entonces, sería la imposibilidad de tomar acción, sería actuar bajo presión u obligación.

En el informe se incluye el ejemplo de una mujer de la comunidad de Borborema, en Brasil, que argumenta que “el rico es alguien que dice ‘voy a hacer algo’, y lo hace”. Algunos casos de políticas públicas señalados para combatir el desempoderamiento son los programas que brindan ayudas económicas a las mujeres para mejorar la nutrición y la salud de los niños, el establecimiento de sistemas de justicia efectivos, canales abiertos de participación ciudadana, la protección de las libertades civiles y también la inclusión financiera.

La violencia contra las personas y la propiedad -bien sea en la forma de delito, conflictos comunales, insurgencias o guerras civiles– está “estrechamente relacionada” con la pobreza. Un estudio realizado en cuatro distritos de Sri Lanka dio cuenta de que los pobres utilizan los actos de violencia interpersonal que enfrentan todos los días para explicar “por qué y cómo son pobres”. Por otro lado, “numerosas investigaciones” dan cuenta de que entre la pobreza y el conflicto existe una “relación bidireccional” y que ésta es “mucho más tensa” en los países de bajos ingresos. Programas de rehabilitación social y el control sobre el uso de armas de fuego entre civiles ayudarían a combatir esta dimensión de la pobreza.

La variable que refleja la estigmatización social de la pobreza establece que “las personas en esta situación viven, usualmente, con sentimientos de vergüenza y humillación”. La asociación entre estas emociones y la pobreza es relevante, en primer lugar, por las “severas consecuencias” que producen en la salud emocional y física de los pobres y también por el efecto que produce en otras dimensiones. “Los pobres viven a diario ataques contra su dignidad y frecuentemente tratan de ocultar su condición”, aumentando su aislamiento y afectando el desarrollo de su potencial. El cuidado en la forma en la que se proveen las ayudas sociales -sobre todo las transferencias directas- ayudaría en gran medida a paliar esta carencia.

La calidad del empleo es una parte constitutiva del bienestar de las personas. El informe señala que esta dimensión algunas veces es olvidada y otras veces no es considerada con la profundidad que merece. “Parte del problema reside en que no existe un consenso sobre cuánto y qué tipo de empleo se necesita”, establece el informe, que propone “complementar los indicadores ‘tradicionales’” con datos sobre informalidad, ingresos percibidos, riesgo ocupacional, sub y sobreempleo -quien prefiere trabajar más o menos de lo que lo hace en la actualidad-, multiempleo y desempleo desalentado -que afecta a quien quiere trabajar pero dejó de buscar-.

El aislamiento social puede definirse como la situación en la que se encuentra una persona cuando padece carencias en la conectividad social. Hay una infinidad de formas de aislamiento y la relación entre los aspectos cualitativos y cuantitativos de éste no es necesariamente directa. “Una persona puede sentirse extremadamente sola mientras está rodeada de gente, así como también, aunque tenga pocos contactos sociales, puede que no se sienta aislada en absoluto”. Sin embargo, algo es claro: la falta de interacción sostenida con personas o instituciones está “intrínsecamente relacionada” con otros dos aspectos concretos de la pobreza relacional ya mencionados, la vergüenza y la humillación. “Las personas que han sufrido el estigma de la pobreza pueden optar por no exponerse a este dolor; pueden estar legal o culturalmente prohibidas de participar en ámbitos de la vida social o pueden experimentar vergüenza de no ser capaces de hacer lo que es habitual en su sociedad”. Los adultos mayores suelen ser los más afectados por esto y, por ende, programas que apuesten a afianzar sus vínculos con el resto de la sociedad suelen ser los indicados para estos casos.

Por último, el énfasis en el bienestar psicológico surge de la felicidad y de la satisfacción que tienen las personas con la vida. Se propone que estos sentimientos se midan por separado y que no estén asociados directamente con mediciones de salud mental. Mientras la felicidad es una emoción “escurridiza y temporal” que “puede verse afectada por diversos factores, desde el mal clima hasta la hora del día en la que se hace la encuesta”, la satisfacción de vida es generalmente medida con una pregunta global (en general, ¿diría usted que está satisfecho con su vida?). Algunos métodos mencionados para abordar esta dimensión son programas escolares que enseñen a los niños a empatizar, que trabajen la meditación en centros de privación de libertad, la aplicación de técnicas de atención plena (mindfulness) a pacientes con problemas mentales y físicos y generar talleres de autoconocimiento.

Estas seis dimensiones no son exhaustivas. Se establece que estos indicadores deberían sumarse a los ya existentes para lograr una “clasificación acertada” de la población objetivo, ya que de lo contrario se correría el riesgo de no aplacar la pobreza en todas sus variantes.