Dándole continuidad a un intercambio que se disparó con artículos publicados en la diaria y en Brecha, el grupo frenteamplista Casa Grande organizó un debate bajo el título “Riqueza y pobreza en el Uruguay”, en el que participaron los economistas Andrea Vigorito, Rodrigo Alonso y Fernando Isabella, y el politólogo Gabriel Delacoste.

Vigorito comenzó afirmando que las políticas que permitieron la caída de la desigualdad en Uruguay y en América Latina “ya dieron todos sus frutos” y que para poder profundizar esa disminución es necesario determinar “a qué niveles” se pretende llegar y “pensar un nuevo conjunto de políticas”, pero en un período “de menor crecimiento”. Vigorito considera que hay que lograr un consenso en “un conjunto de indicadores” para determinar “cómo se está progresando”. “En este período de América Latina, en el que se habla de la caída de la desigualdad, casi en ningún país cayó la participación del capital en el producto. Una de las excepciones es Uruguay, donde la masa salarial aumentó proporcionalmente”, fruto de “la política de salarios mínimos, el fuerte aumento del empleo y los Consejos de Salarios”, aseguró. Luego afirmó que es “súper controvertido” asegurar que la caída de la desigualdad fue “producto de las políticas redistributivas de los gobiernos de izquierda”, ya que la desigualdad personal cayó en muchos países con gobiernos de distinto color político. Además, esa caída tuvo que ver con las políticas redistributivas, laborales y de transferencias, pero “también con el modelo exportador del período, que generó una fuerte demanda de empleo no calificado y eso hizo que cayeran mucho las diferencias salariales”.

Planteó que hay que pensar en la “imposición a la herencia”, algo que algunos países usan para crear fondos destinados a los jóvenes. Con respecto al Impuesto a la Renta de las Personas Físicas, dijo que la base del mínimo no imponible “genera que una proporción relativamente pequeña de los asalariados formales contribuya”, y eso determina que la efectividad redistributiva sea baja, por eso es importante “que los ricos contribuyan”, pero “también que la base imponible se ensanche”. Sobre las transferencias públicas expresó que la izquierda debe revertir el “creciente estigma de que los beneficiarios de las políticas sociales son villanos”, por ejemplo, pensando “el sistema de transferencias no contributivas con el sistema de deducciones impositivas”.

Delacoste mencionó una idea del teórico marxista estadounidense David Harvey, quien afirmó que “si todas las organizaciones antipobreza pasaran a ser organizaciones antirriqueza” se estaría ante “un mundo bastante diferente”. “Siempre pensamos cómo hacer a los pobres menos pobres y nunca pensamos cómo hacer a los ricos menos ricos, y de eso se trata el problema: no es tanto que hay pobres que tienen que ser menos pobres, sino que hay una forma de la organización de la sociedad que hace que haya gente que sea más rica y gente que sea más pobre”, añadió. Delacoste expresó que la primera de las miradas es la que está “asentada” en Uruguay, lo que trae “consecuencias políticas”, y que quienes piensan que “los ricos sean menos ricos” tienen “mucha menos acumulación intelectual y en el campo de las políticas públicas”. “Hay que admitir que el neodesarrollismo tiene una enorme capacidad de acumulación académica y un gran acceso al Estado, y el socialismo tiene muy poquito”, agregó.

El politólogo dijo que Uruguay tuvo un problema histórico crónico de falta de inversión, pero que en los últimos diez años parece haberse revertido, a partir de que el gobierno cree que se sale de los problemas “generando más inversión, más crecimiento y más desarrollo”. Para eso establece estímulos institucionales para mejorar la competitividad, asegurar ciertas rentas al capital e implementar proyectos de participación público-privada (PPP), en el entendido de que “si el crecimiento es suficiente no va a haber dilemas distributivos”. Pero Delacoste se preguntó si “vale todo para conseguir más inversión” y planteó el problema de cómo pueden impactar en el futuro determinadas decisiones políticas para atraer al capital. Puso como ejemplo la discusión sobre los tratados Transpacífico y TISA, la expansión del régimen de zonas francas, los proyectos de PPP y la búsqueda de petróleo. Finalmente cuestionó la idea de que “va a haber crecimiento para siempre” por razones ecológicas -“la Tierra no tiene recursos infinitos”- y humanas -“la gente no puede trabajar infinitamente”-, y afirmó que atraer inversiones “va a crear actores muy poderosos”, que pueden tener peso en las decisiones futuras del país. “Estamos generando una política cuyo ímpetu general para solucionar los problemas económicos y sociales del país es hacer un Estado que sea cada vez más amigable, más interrelacionado y más dependiente del capital, en particular del capital transnacional […] un Estado que no va a saber hacer otra cosa, y eso es un problema de responsabilidad política con las generaciones futuras”, opinó.

Alterar metabolismos

Por su parte, Alonso comenzó contando que Manolito, el personaje de Mafalda que tiene un almacén, decía que “nadie amasa una fortuna sin hacer harina a los demás”, y agregó que “la riqueza tiene que ver con la apropiación del trabajo colectivo de otros sujetos”. Para Alonso, riqueza y pobreza “son como la fiebre” -es decir, “un síntoma” de algo más profundo- y, por lo tanto, la pregunta es: “¿Qué tipo de capitalismo tenemos hoy en Uruguay?”. Respondió a esto que es un país que no tiene los niveles de productividad de los países centrales, por lo tanto su capitalismo sobrevive gracias al “flujo de renta de la tierra” producto de la exportación de bienes primarios. “Este flujo de renta compensa capitales ineficientes que pueden emplear obreros que están sobrando para el capital”, agregó. Luego se preguntó qué pasa cuando el flujo de renta disminuye y no puede ser sustituido por flujos de capitales de inversión extranjera directa. En ese caso, se recurre al endeudamiento externo, y cuando esto no se puede continuar haciendo, el capitalismo compensa disminuyendo “el precio de la fuerza de trabajo”, bajando el salario real y el gasto público. Alonso sostuvo que el problema no son los gobiernos de turno, sino “la formación económica y social” capitalista, que “tiene a su fuerza de trabajo como rehén”. “Tenemos que pensar en la necesidad de alterar ese metabolismo del capital”, sentenció.

Isabella explicó que sus reflexiones tienen como punto de partida “el mundo y la realidad en la que estamos”, que “las alternativas de modo de producción no son demasiadas” y que los países “que tenían modos de producción alternativos al capitalismo están convergiendo a pasos agigantados en la peor versión del capitalismo”, como China y, “con menos fuerza”, Cuba. Añadió que el tema de que el crecimiento “no es para siempre” es importante, pero “recién se está planteando en algunos países europeos” con una renta per cápita que triplica a la de Uruguay. Isabella dijo que los procesos de redistribución profunda “son inviables en contextos en los que no hay crecimiento económico” y que en donde se redistribuyó sin crecimiento “un sector demasiado grande de la población se sintió perjudicado y votó por otra cosa”. “Cuando la riqueza crece, basta lograr que el ingreso de los más pobres crezca más rápido que el de los más ricos, para ya estar logrando una redistribución importante. Cuando uno está estancado, hay que sacarle a uno para darle al otro, y como en general los ricos son pocos y los pobres son muchos, hay que sacarles muchísimo. No me opongo a eso. A mi izquierda no hay nadie, pero es muy difícil hacer eso en esquemas democráticos, y nuestra Constitución nos pone un montón de límites a ese tipo de cosas”, aseguró.

Por último, dijo que el crecimiento democratiza las relaciones de trabajo y aumenta la recaudación fiscal, y opinó que el proyecto de la izquierda “es construir una sociedad de iguales, en un contexto de máxima expansión de los derechos […] La superación del capitalismo es instrumental. Hay que superarlo, pero no nos va a solucionar todos los problemas, como el patriarcado, la xenofobia, la homofobia, la esclavitud. Hay muchas cosas que van más allá del capitalismo, y la izquierda en su proyecto tiene que unir las distintas luchas en una única expresión. Reducirlas al anticapitalismo es una forma de achicar el proyecto”, expresó.