“Somos rivales, no somos enemigos”, “Otra víctima inocente por rivalidad de colores”, “No más violencia, hincha=muerte”, decían ayer los carteles y pancartas portados por los vecinos de Villa García y familiares y amigos de Pablo Montiel. El joven, de 18 años, fue asesinado de un balazo en las primeras horas de la madrugada del viernes. Iba en bicicleta, caminando con dos amigos y vestido con la camiseta de Nacional. Según el comunicado del Ministerio del Interior, al llegar al kilómetro 21 de la ruta 8 “se encontraba un grupo de ocho o nueve personas vistiendo camisetas del Club Atlético Peñarol, que realizaban pintadas alusivas al club mirasol” y allí se produjo “un intercambio de disparos de armas de fuego que terminaron con la vida del joven”. Murió en el momento, tras recibir un disparo de pistola 765.

12 personas fueron a declarar ante la Justicia; ayer la jueza Julia Staricco procesó a un hombre de 28 años por un delito de homicidio doloso agravado por uso de arma. En el enfrentamiento resultó herido un hincha de Peñarol. Staricco informó a la diaria que el resto de los indagados quedó en libertad pero se abrieron presumarios. Agregó que “el que fue herido no quiso formular instancia porque eran lesiones leves; sin perjuicio de ello, por los disparos, se continúan las indagaciones”. La jueza manifestó que el problema fue originado “aparentemente en las pintadas” que hacen ambas hinchadas. Confirmó que la mayoría de los integrantes del grupo de Peñarol era gente de la zona. Todavía no ha aparecido ninguna de las armas.

La convocatoria ayer en Villa García invitaba a que cada cual llevara su camiseta, y así concurrieron muchos niños, jóvenes y adultos. Abundaba el silencio. Estaban la madre, las hermanas y la novia del muchacho fallecido, sus amigos y conocidos que relataban que todo el barrio lo quería.

“Convocamos una manifestación para denunciar la violencia en el deporte, más allá de los colores que cada uno elija vestir; hoy fue Pablo, pero tenemos claro que podía haber sido cualquiera de nosotros”, leyó Estefany Pereyra, amiga de Pablo y una de las convocantes a la movilización. “¿Cómo terminar con la violencia? Sabemos que es un fenómeno social y no deportivo que se expande a cada rincón de la sociedad [...] Queremos contagiar la idea de que en los deportes hay rivales y no enemigos, y que una camiseta no vale más que una vida”, insistió.

Muros, columnas y hasta los números del liceo Nº 52 están pintados con los colores aurinegros, incluso la fachada del liceo, con la frase “Villa García en dos colores”. “Hay una disputa de zonas, como que quieren marcar el territorio”, explicó Pablo, un chico que seguía la movilización son su bicicleta en mano. El estadio de Peñarol está a cuatro kilómetros de allí, y si bien había quienes decían que no incidía en la situación de violencia, muchos pensaban lo contrario. “A siete días de inaugurarlo mataron a uno a dos kilómetros”, reclamó una joven. El muchacho de la bicicleta dijo que antes las hinchadas se repartían las zonas, pero que ahora abundan las pintadas manyas. Claudia, una vecina envuelta en la bandera de Peñarol, cuestionó que la madrugada del sábado la hinchada peñarolense siguiera pintando la zona. Señalando las columnas aurinegras, un señor, Miguel Ángel, expresó: “Eso no tendría que estar pintado, habría que pintar todo de negro, de luto, y chau”.

Muchos pidieron mayor vigilancia. Pablo, el de la bicicleta, planteó que “algunos piensan que se solucionaría con más represión pero en realidad pasa por darle mejores condiciones de vida a la gente, para que no tengan que reaccionar con violencia”. Pidió que el Estado mejore la plaza y que la sociedad la cuide, para habitar esos espacios que hoy son “tierra de nadie”.

Después de estar cortando la ruta durante dos horas, la movilización se trasladó una cuadra, a donde fue hallado el cuerpo de Pablo. En un entorno más íntimo, la hermana agradeció a los manifestantes y sus amigos le dedicaron un cántico de hinchada. Adultos y jóvenes, varones y mujeres, hinchas de todos los cuadros lloraban por igual.