El 8 de marzo David Fremd, comerciante e integrante de la colectividad judía de Paysandú, fue asesinado en la vía pública. El homicida arguyó motivos religiosos. Durante los siguientes tres días, partidos políticos, dirigentes y usuarios en general expresaron sus visiones al respecto en Twitter. El tuitero más expresivo sobre el caso no fue uruguayo, pese a que el homicidio ocurrió aquí. Fue Patricia Bullrich, ministra de Seguridad de Argentina. El politólogo Daniel Chasquetti utiliza este ejemplo para ilustrar la -a su modo de ver- modesta incidencia de Twitter y de las redes sociales en la vida política de Uruguay.

“Ha crecido fuertemente la idea de que se puede hacer política por las redes; sin embargo, parece bastante claro que los políticos uruguayos usan todavía poco Twitter”, consideró Chasquetti. En el podio de cantidad de seguidores figuran los líderes de los partidos de la oposición: el senador colorado Pedro Bordaberry y los nacionalistas Luis Lacalle Pou y Jorge Larrañaga. “En Uruguay las redes están lejos de instalarse como algo cotidiano. Es verdad, hay un cambio, pero no parece tan profundo ni dramático como pasó en Argentina. También es verdad que en Uruguay hay militantes profesionales de las redes, como Graziano Pascale, cuya función es tuitear. Eso forma opinión pública, porque los periodistas lo miran y a veces hacen notas”, apuntó Chasquetti.

Las nuevas formas de comunicación han generado cambios en la actitud y conductas de los políticos. En plena campaña electoral 2009, una sola frase del candidato nacionalista Luis Alberto Lacalle, pronunciada en un acto de los tantos que realizó en el interior del país, conformó un pilar discursivo de la campaña de su rival, José Mujica. El dirigente del Partido Nacional (PN) Federico Ricagni (34 años), actual director de Comunicación de la Intendencia de Cerro Largo, recuerda la imagen de la “motosierra” y cómo aquella frase “transformó la campaña”. “Nadie se acuerda de qué quiso decir con eso ni de qué hablaba, pero pasó a ser un candidato asociado a esa imagen. Los dirigentes políticos ya no pueden subirse a un estrado a improvisar y más o menos llevarla, sino que deben tener en cuenta que cualquier cosa que digan que se aparte de lo usual o sea de difícil interpretación se le puede dar vuelta en su contra”, advierte Ricagni. Al mismo tiempo, hay mayor acceso a los medios porque éstos se han multiplicado. El ex senador frenteamplista Enrique Rubio apunta que los medios “son un actor muy potente y al mismo tiempo mucho más diversificado que antes”. “Lo mediático como tal gravita más. Hay un decaimiento de lo partidario en el sentido clásico”, considera.

Siguen tomando partido

Para el diputado del PN Jorge Gandini, lo “sustancial” en la política no ha cambiado en los últimos diez años. “El sistema político uruguayo sigue reposando en la vida de los partidos políticos; todo intento por fuera de los partidos tiende a fracasar, los personalismos son contenidos, y no se puede confundir liderazgos con partidos”, apuntó. Consideró que existe una crisis de liderazgos en Uruguay que trasciende a los partidos políticos, pero que es una situación coyuntural. Y si bien la gente participa menos en reuniones y manifestaciones, se incorporan nuevas formas de involucramiento, por ejemplo, por medio de las redes sociales, en las que participa “mucha más gente que la que puede asistir a una reunión” y en las que además se opina con mayor libertad, evalúa Gandini.

Rubio entiende que la política es hoy “más mediática y menos partidaria clásica, es menos de estructuras organizadas y más de referentes”. Los politólogos consultados entienden que, de todos modos, los partidos políticos en Uruguay no se han debilitado. “Si se compara las campañas en Uruguay con las de otros países, se observa que la política uruguaya todavía sigue movilizando mucho al electorado en forma presencial. Si bien las nuevas tecnologías agregan una forma de militancia virtual, la política uruguaya sigue siendo muy cara a cara”, estima la politóloga Verónica Pérez. Y recuerda, a modo de ejemplo, que Lacalle Pou llenó el Palacio Peñarol en la última campaña electoral interna, y que el FA llenó parte de la rambla a la altura de Punta Carretas en su último acto de campaña.

Para Chasquetti, el nivel de movilización del FA ha bajado pero se trata de una situación coyuntural. “Me parece que la idea de poner a la gente en la calle responde a una estrategia antigubernamental de protesta. A la oposición le sirve tener a la gente en la calle, porque pone nervioso al gobierno, genera la idea de que las cosas no van bien. Eso lo hacía el FA, pero de 2004 a hoy eso cambió. Cuando el FA era oposición, era una demostración de fuerza. Pero ahora que está en el gobierno y lo votan las mayorías silenciosas hay otra estrategia”, considera.

Hubo, sí, algunas pérdidas en la dinámica político-partidaria, según evalúan los distintos entrevistados. Para Rubio y para Manuela Mutti (29 años), diputada por el Movimiento de Participación Popular, en estos últimos diez años se ha perdido profundidad ideológica y programática. “La política es más simbólica, de gestos, que programática, lo cual indica una atonía ideológica creciente, de poco contenido y de gran dispersión ideológica. Eso coincide con una tendencia a buscar la base electoral moviéndose tipo catch all, entonces la política se vuelve muy de consignas genéricas”, evalúa Rubio. Afirma que últimamente las campañas no giran en torno a contenidos de programa sino a “muy pocos ejes temáticos”.

En ese contexto, la “nueva derecha” mezcla en un mismo discurso “temáticas liberales, conservadores y de izquierda”, en un abordaje “light”, valora Rubio. “Eso se contrapone con una izquierda que ha llegado a los gobiernos y que por lo tanto tiene que hablar de sus logros y fracasos, y que no puede ser light porque tiene que referirse a cosas concretas”, señala el ex senador frenteamplista.

Otra dificultad para el FA es que su interlocutor es una sociedad “más demandante”. “Hay adolescentes que sólo conocen al FA como gobierno, para ellos eso es sinónimo de lo que es el gobierno y de lo que es la política. Hay un cambio generacional, y las nuevas generaciones reclaman más. Hay una ansiedad de ser Suecia ya. El gran pecado de la Concertación [de Partidos por la Democracia de Chile] fue que mató la historia al decir que estábamos en las puertas del desarrollo. Y eso mató la posibilidad de pensar que quedaban cosas por hacer. Está bueno que quede la sensación de que hay mucho por hacer, para cualquier partido”, grafica el politólogo Fernando Rosenblatt, que reside en Chile. “La ciudadanía cambia porque los proyectos de la izquierda lograron un desarrollo y generaron una sociedad más demandante, y hoy se encuentran con que tienen límites muchísimo mayores que en el pasado y demandas mayores”, indica, en la misma, línea Rubio. A eso se suma que “las izquierdas llegaron al gobierno luego de haber perdido la hegemonía en la sociedad”, señala el ex senador, citando al historiador inglés Perry Anderson. “Esa hegemonía de otros valores en las sociedades se cruza con las demandas crecientes que chocan cuando hay un fin de ciclo de la bonanza, y hay una interpelación muy fuerte a la izquierda: cómo gobernar y cómo hacer política con cambios en la comunicación social y con este cruce en la sociedad”, agrega.

En la misma línea, Mutti apunta que “el cambio cultural en la sociedad influye mucho en cómo se desarrolla la vida política en todos los marcos”. “Cuando yo era chica, me parecía que había mayor profundidad en cuanto a formación ideológica y política dentro de los partidos. Hoy, esta sociedad hiperconectada nos ha generado una pérdida en los vínculos personales pero al mismo tiempo mayor información, mayor rapidez en la acción, aunque siempre te queda la duda de hasta qué punto profundizás los contenidos de esas ideas cuando el indicador es un ‘me gusta’”, señaló la diputada. “No es como dicen, que los jóvenes no quieren saber de nada, los jóvenes quieren saber mucho de todo, están muy informados y saben mucho. Tenés mucha gente pero no lográs una organización sólida, es una característica de mi generación”, consideró.

Te amo, te odio

Estos últimos diez años fueron años de gobiernos frenteamplistas, y este hecho tiene varias consecuencias en el accionar y las percepciones políticas. En primer lugar, para Pérez, los partidos políticos se aglutinaron en torno a dos “bloques ideológicos”, uno de centroizquierda y otro de centroderecha. “Esta nueva configuración tiene otro rasgo, la consolidación de la polarización ideológica izquierda-derecha, Estado-mercado, que es un rasgo nuevo comparado con el sistema de partidos uruguayos antes de la dictadura”, indica la politóloga. Al mismo tiempo, cambió la composición del electorado del FA, que pasó a estar integrado en mayor medida por personas de nivel socioeconómico bajo y medio-bajo, o, en otros términos, que tiene actualmente una mayor representación de las “clases populares”. Esto es así, sostiene Pérez, debido a que las políticas de los gobiernos del FA han sido “distributivas, dirigidas muchas veces a los sectores populares”.

“La política de los últimos diez años cambió porque se define en pro o en contra del proyecto de izquierda en ejecución”, remarca Rubio. Para Chasquetti, este fenómeno se da desde la existencia del balotaje: “Tenés una primera vuelta que estimula que aparezcan muchos partidos, y en segunda vuelta los partidos se reordenan y compiten en dos bloques. Y hoy son el bloque de izquierda y el bloque de derecha”. Para Gandini, la configuración en dos bloques es resultado de las mayorías absolutas, que motivan un aglutinamiento de los sectores de la oposición.

En clave regional, la senadora frenteamplista Constanza Moreira (Casa Grande) destaca el ciclo “progresista” en la región “contra la política de los viejos establishments”. “Con todas sus diferencias eso fue Evo, Chávez, Correa, Lula y Dilma, Bachelet, Néstor y Cristina, Lugo, Tabaré y Mujica, y sus gobiernos. Cambió la forma de hacer gobierno (hubo un boom de democracia directa, hubo interpelación constante al tercer poder -la Justicia- y al cuarto -los medios-), la diplomacia política se volvió mestiza, femenina, más política que protocolar, cambiaron las formas de representación: hubo negociación salarial, representación indígena en parlamentos y gobiernos, y cambió la ‘dignidad’ latinoamericana (se ganaron grados de libertad, hubo Unasur y Celac y se amplió la brecha con Estados Unidos). Se volvió a hablar de socialismo y se empezó a hablar de descolonización”, concluyó la senadora.

Ellas

La cantidad de mujeres parlamentarias no aumentó mucho en los últimos diez años. Pérez hace hincapié, de todos modos, en el cambio “sustancial” que ha habido en materia de políticas públicas: “no más mujeres pero sí más políticas para las mujeres”. Pone como ejemplo la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, que convirtió a Uruguay en el único país de América Latina que ha aprobado la despenalización del aborto, y la aprobación de la ley de trabajo doméstico.

La senadora frenteamplista Constanza Moreira (Casa Grande) señala que la participación de mujeres políticas en la región ha aumentado, y pone como ejemplo que hubo tres presidentas en el último año, y que en Uruguay hay un tercio de mujeres en el Senado.