Maira Colacce y Victoria Tenenbaum son las autoras del Indicador de Privaciones Múltiples (IPM), que estudia mediante seis dimensiones claves -hacinamiento, características estructurales de la vivienda, elementos de confort, educación, información y vida y salud- las carencias básicas de niños, niñas y adolescentes en el país. Aunque el indicador cayó de 17% a 11% entre 2006 y 2014, las autoras destacan que hay dimensiones en las que las carencias aumentaron; una de ellas, y de manera generalizada, es la educación.

En 2006, casi la mitad de los niños, niñas y adolescentes del país presentaban al menos una privación en sus derechos, proporción que en 2014 había descendido a 36,3%, sobre todo entre aquellos que tenían más de una carencia.

También se da cuenta de un cambio importante en la estructura de la carencia. Mientras que al principio del período el confort -medido por la presencia de dos artículos básicos en el hogar: de refrigeración de alimentos y de calefacción- encabezaba la lista de privaciones y afectaba a un cuarto de los niños y adolescentes del país, en 2010 se volvieron más importantes las características estructurales de la vivienda (material y terminaciones), presentes en uno de cada cinco casos. A su vez, si se suman ambas dimensiones, en todos los años analizados contribuyen con aproximadamente la mitad de las privaciones.

Más allá de esto, el estudio demuestra que más de 40% de aquellos que tienen una carencia en educación no presentan privaciones en otras áreas. Los adolescentes, en especial los de entre 15 y 17 años, son el grupo de edad que presenta el IPM más alto, justamente por la inasistencia y el rezago en términos educativos. Las autoras consideran que cuando un niño o adolescente llega a tener dos años de retraso respecto de su generación original está frente a una carencia.

En cuanto a la variable territorio, la región norte presenta las mayores privaciones. Artigas, Rivera y Salto son los departamentos más carenciados, donde la dimensión estructural de vivienda es la que tiene un peso mayor. Por el contrario, Colonia y Flores son los de mayores niveles de bienestar.

En términos generales, el IPM presentó una caída “muy importante” de 2006 a 2014, pasando de 17,1% a 10,8%, con una reducción más pronunciada entre 2008 y 2012, y permaneció prácticamente estancado en los últimos dos años. Entre 2004 y 2015 la pobreza medida por ingresos bajó de 40% a 10,8%.

La vara con que se mide

La diferencia en la medición de la pobreza por ingresos y otro enfoque que abarque una visión más integral obedece a la sensibilidad de la pobreza monetaria frente a la recuperación de ingresos que se produjo a partir de 2005. El de privaciones múltiples, en cambio, es un indicador estructural que no responde de forma inmediata a los ingresos, sino a la modificación de activos cuyas decisiones se encuentran rezagadas en el tiempo.

Del cruzamiento entre ambos indicadores surge que en 2006 37% (347.800) del total de niños y adolescentes no presentaba carencias “multidimensionales” ni monetarias, mientras que 36% (345.000) presentaba ambas. En 2014, quienes presentaban ambas carencias habían disminuido significativamente, hasta llegar a 14%, mientras que 59% no presentaba ninguna privación ni se encontraba por debajo de la línea de pobreza.

La fuerte reducción de la pobreza monetaria y la reducción menos acentuada de las privaciones múltiples aumentaron el porcentaje de personas que son carentes en al menos una dimensión y que no son pobres en términos monetarios, que pasó de 11% en 2006 a 23% en 2014.

En términos absolutos, en 2006 casi 452.000 niños y adolescentes eran pobres según el enfoque multidimensional (es decir que tenían al menos una carencia), y de ese grupo 76% lo era también en términos monetarios; sin embargo, esa cifra descendió 38%, a un total de 324.000 en 2014. Paralelamente, del total de pobres monetarios, los que también lo son en función del enfoque multidimensional aumentaron de 70% a 75% entre 2006 y 2014.