Se inventó en 1996, casi 80 años después de que apareciera el preservativo masculino de látex y 400 después de que el coronel Condom bautizara con su apellido la ocurrencia de usar una tripa de cordero para ayudar al rey Carlos II de Inglaterra a controlar su reguero de hijos ilegítimos en el siglo XVII.

“Lo que el condón femenino representa es, además de una innovación tecnológica, la posibilidad de quebrar ese proceso de toma de decisiones que está solamente ubicado en un lado, el del varón, el discurso de ‘me lo pongo si quiero, y si no quiero, no’. Bueno, ahora tu mujer te va a esperar con una sorpresa”, expuso Juan José Meré, asesor en VIH-Sida del Fondo de la Población de Naciones Unidas (UNFPA, por sus siglas en inglés). También de Inglaterra, más específicamente de Londres, vienen los preservativos femeninos que fabrica la Compañía de Salud Femenina y que el MSP trae desde 2013.

Son de goma nitrilo, un material más resistente que el látex (aunque su efectividad es la misma: 98%) y menos propenso a provocar alergias.

“Si bien hay poblaciones a las que uno puede recomendarlo más -las más vulnerables: mujeres en situaciones de violencia, adolescentes-, no tiene contraindicaciones. Cualquier mujer en cualquier edad puede usarlo”, dijo Ana Visconti, responsable del Programa de Salud Sexual y Reproductiva del MSP. Para la jerarca, es un método que empodera a la mujer: “A veces, en situaciones de dependencia es muy difícil negociar el uso, y más el uso correcto, del preservativo masculino”.

El condón femenino se puede conseguir en más de 90 países del mundo. En Uruguay, la única vía es el Sistema Nacional Integrado de Salud (SNIS).

No se importa en el ámbito privado y las farmacias no lo comercializan. Hay motivos económicos: cada uno cuesta entre 60 y 80 pesos, entre 15 y 20 veces más que uno masculino, y su baja tasa de uso -cerca de 1,2% del uso total de preservativos- no representa una demanda redituable.

Acceder por medio del sistema de salud tampoco es sencillo. La Ley de Defensa del Derecho a la Salud Sexual y Reproductiva, vigente desde 2008, garantiza el acceso universal a pastillas anticonceptivas, preservativos masculinos, DIU, ligadura de trompas y vasectomía. Hace tres años, la UNFPA entregó al SNIS 300.000 preservativos femeninos, pero no bastó para que su uso se extendiera; sólo 15.000 de ellos se distribuyeron.

“¿No lo ofrecemos porque no se usa o no se usa porque no lo ofrecemos?”, preguntó ayer Gabriela Píriz, del área de Salud Sexual y Reproductiva de ASSE. Las primeras indagaciones descubrieron barreras culturales varias: la idea de que se puede perder dentro del cuerpo, que se puede salir, la vergüenza e inseguridad que genera en algunas mujeres, pero también “la dificultad de las mujeres para decidir con autonomía”. Pero, además, se encontraron prejuicios varios entre los técnicos y médicos: algunos no sabían que estaban disponibles, no estaban al tanto de sus ventajas o no podían dar las instrucciones para colocarlo porque no las sabían. “Por ejemplo, pensaban que su uso era para trabajadoras sexuales, cuando lo pueden usar todas las mujeres”. “Al igual que todos los métodos, no podemos decir que sirva para todas las personas”, matizó después.

Para Meré, impulsar su distribución en los prestadores públicos y privados de salud es un paso más en el camino de avances en salud sexual y reproductiva que Uruguay emprendió en los últimos años, junto con el derecho a la paternidad y a la maternidad, y el derecho a interrumpirla en casos no deseados. “La distribución del insumo no es suficiente para garantizar la utilización: la capacitación es un punto neurálgico”, dijo ayer Susana Muñiz, presidenta de ASSE.

Para intentar entender qué pasa, ASSE encargó a Lucía Pérez Chabaneau, socióloga y consultora, una investigación al respecto. El resultado es el documento Estudio de satisfacción del condón femenino, que se presentó ayer. Entre agosto y setiembre de 2014 se hizo un primer relevamiento entre mujeres de edades superiores a los 15 años que acudían a cuatro centros de ASSE, y a sus parejas.

Se entregaron 15 preservativos femeninos a las usuarias y se hizo un cuestionario 20 días después, a modo de evaluación. Sólo dos de 142 mujeres lo habían usado antes y sólo la mitad lo usó después, en particular en el rango de edad entre 20 y 40 años (en cambio, el rango entre 15 y 19 fue el que lo usó menos).

Las sensaciones fueron 70% positivas, pero también se habló de incomodidad (sobre todo a causa de uno de los dos anillos, el interno); 84% lo seguiría usando y 70% propondría a la pareja usarlo frecuentemente. Para la mayoría de las mujeres, la capacidad de autonomía con respecto al hombre fue una ventaja, y las desventajas que más se mencionaron fueron las dificultades para colocarlo y motivos estéticos.

Un plan piloto que se aplicó después en cinco centros de ASSE dio resultados un poco mejores: la demanda de este método anticonceptivo aumentó entre 1% y 6%.

El niño de marzo

Ayer, en Las Piedras, nació Valentino, el primer niño concebido con la ayuda de métodos de reproducción asistida financiados por el Fondo Nacional de Recursos a partir de la aprobación de la Ley de Reproducción Humana Asistida, aprobada en 2013 pero reglamentada en febrero de 2015. Fue mediante una técnica de “alta complejidad”, lo que significa que el óvulo y el espermatozoide se unieron en un laboratorio, fuera del cuerpo de la madre, según contó Ana Visconti ayer en conferencia de prensa.

“Esto es muy importante para los derechos sexuales y reproductivos a los que pueden acceder las mujeres. Antes, sólo aquellas de un buen nivel económico podían acceder a una técnica de alta complejidad, y eso limitaba su derecho a la maternidad. Hoy sabemos que todas las mujeres del país tienen ese derecho”, evaluó la jerarca. La ley establece un máximo de tres intentos; el primero es sin costo, el segundo requiere un pago de 10% y el tercero, de 20%, en casos de parejas con ingresos menores a 30.520 pesos. Según Visconti, hasta el momento se autorizaron 300 procedimientos.